P. Dabusti: Juan Pablo I, intercesor alegre para nuestro mundo tan necesitado de Cristo
- 2 de septiembre, 2022
- Ciudad del Vaticano (AICA)
El sacerdote porteño que propuso a la mamá de Candela invocar la intercesión del papa Luciani, participó en Roma de la conferencia de prensa de presentación de la beatificación de Juan Pablo I.
“Juan Pablo I fue ciertamente “el grano de trigo que cayó en tierra y murió para dar mucho fruto”, dijo esta mañana el presbítero José Dabusti, de la arquidiócesis de Buenos Aires, durante la presentación, en la Sala de Prensa del Vaticano, de la beatificación del papa Juan Pablo I que se realizará el domingo 4 de septiembre en la Plaza de San Pedro, presidida por el Santo Padre.
“Yo siempre digo que el Espíritu me inspiró”, afirmó el hoy párroco de Nuestra Señora de las Mercedes en el barrio porteño de Belgrano, que propuso a Roxana, la mamá de Candela Giarda, invocar a Juan Pablo I por la salud de su hija, el 22 de julio de 2011, la noche que, según los médicos, la niña se moría. La sanación milagrosa de Candela, reconocida por el papa Francisco, permitió que Albino Luciani sea beatificado.
“¿Por qué Juan Pablo I?” – Testimonio del presbítero Dabusti en Roma
En su intervención el sacerdote porteño comenzó contando que, desde aquel 13 de octubre de 2021, cuando la Iglesia confirma un milagro realizado en la Argentina por intercesión de Juan Pablo I, “una pregunta se repitió frecuentemente. Una pregunta que me hicieron muchos periodistas, locutores, mujeres y varones de los medios de comunicación de tantos rincones de la Argentina y el mundo. También a Roxana Sosa y a su hija Candela, sé que le hicieron esta misma pregunta muchas veces: ¿Por qué Juan Pablo I?”
“Otras tantas preguntas acompañaban esta “sana curiosidad”: ¿Por qué rezarle a él, habiendo muchísimos santos “conocidos”?; ¿Por qué un Papa cuyo pontificado pareció ser tan fugaz como breve?; ¿Por qué ese día se “le ocurrió invocarlo"?; ¿Qué lo inspiró, qué lo movió a rezarle a él?
Después de estos meses, desde la aprobación del milagro y el anuncio de la beatificación de Juan Pablo I, pude profundizar en mi oración personal, en las charlas con tantas personas, en los testimonios dados, lo ocurrido aquel 22 de julio de 2011.
Puedo decirles que tres líneas se entrecruzan para tejer este milagro de Dios que lo tuvo al papa Luciani como intercesor y protagonista. A estas tres líneas, me gusta llamarlas así: Una línea histórica; una línea espiritual y una línea eclesial.
Las tres líneas tienen en común palabras que se encuentran y terminan invitándonos a descubrir, a recuperar el asombro y a alabarlo a Dios por su presencia, su cercanía de Padre y su amor eterno e incondicional por nosotros los hombres y por nuestro mundo. Algunas de esas palabras resuenan en paralelo así: fe y misterio, enfermedad y dolor, confianza y fortaleza, milagro y consuelo. Y habría muchas más.
Estas tres líneas se comprenden en este sencillo testimonio que estoy presentando. ¿Por qué le rezamos con Roxana y algunas enfermeras a Juan Pablo I?
La línea histórica
El primer punto de la línea histórica del milagro se remonta a agosto de 1978. Con apenas 13 años y comenzando mi adolescencia, quedé impresionado por la elección y la persona del papa Luciani. Dos rasgos me llamaron poderosamente la atención y despertaron mi admiración y sobre todo mi cariño espontáneo hacia él: su alegría, reflejada en su inmortal sonrisa y la humildad que tanto me impactó.
Desde chicos, mis seis hermanos y yo, fuimos educados por mis padres en la fe católica. Recuerdo que, en esos primeros días de su pontificado, los medios de comunicación hacían llegar las noticias, filmaciones y fotos de Juan Pablo I. Así fue que, en una puerta del armario de mi cuarto coloqué, junto a otras láminas, el retrato de él. Muchas veces, mirando este retrato, rezaba por él.
También guardo en la memoria el impacto que me causó su repentina muerte. Me dolió y estuve triste.
La línea espiritual
Y, a partir de ese momento, la línea histórica se entrecruzó con la espiritual. Guardo muy vivo el recuerdo de rezarle a Juan Pablo I. Lo hacía con cariño. Y le pedía distintas cosas.
Cuando fui creciendo, le rezaba para que me ayudara a discernir la vocación a seguir. ¿Ser sacerdote o qué?… Y tengo la certeza que Albino Luciani fue un misterioso padre espiritual e intercesor silencioso pero eficaz, para que me decidiera a abrazar la vocación sacerdotal.
Pasaron los años: primero la etapa de joven universitario, el tiempo de seminarista y desde 1991 el sacerdocio. Con tantas idas y vueltas que tiene la vida, la presencia de Juan Pablo I tuvo siempre en mi espiritualidad su lugar, más o menos fuerte.
Tengo siempre presente esto que voy a contarles y hay muchos testigos que podrán dar fe de la veracidad de mis palabras. Algunas personas que desde mi patria viajaban a Roma, me preguntaban: “¿Qué querés que te traiga?” Mi respuesta era pedirles un favor hecho oración. A ellos les decía: “Cuando visites la Basílica de San Pedro y vayas a la Cripta, no dejes de hacer una oración ante la tumba de Juan Pablo I por mí. Y a veces agregaba: “Para que sea un buen y fiel sacerdote”.
Y me consta que muchos cumplieron este pedido. Hasta me hicieron llegar una foto de la tumba de Juan Pablo I y algunos, incluso, retratados junto a ella.
La línea eclesial
Las líneas histórica y eclesial se empiezan a fusionar en el otoño de 2011. Estando en la parroquia Nuestra Señora de La Rábida comencé a ver a una mujer que se acercaba a rezar y en varias oportunidades, al mediodía, participaba de la Eucaristía. Era Roxana Sosa. Tenía internada a su hija de 11 años en un centro de salud cercano, de renombre para la Argentina: la fundación Favaloro. Yo frecuentaba las salas de ese sanatorio, visitando a los enfermos y a sus familias.
Fue entonces que Roxana me cuenta la grave enfermedad que tenía su hija Candela. Venían de la ciudad de Paraná, a más de 500 km de la ciudad de Buenos Aires. Estaba muy sola durante la semana. Los sábados y domingos sus otras dos hijas gemelas, viajaban para hacerle compañía.
Es así como empecé a acompañarla a Roxana: conversábamos y rezábamos juntos. En todas las Misas pedía a la comunidad que rezara especialmente por la salud de Candela. También recuerdo haberme acercado en varias oportunidades a la terapia intensiva infantil de la Fundación Favaloro. En ese quinto piso, con Roxana compartíamos, junto a la cama de Candela, la oración, el sacramento de la unción que le administré, las bendiciones y también las tristezas por el deterioro que sufría la salud de Candela. Una misteriosa esperanza y una fortaleza ejemplar veía yo brotar del corazón de esta madre.
El 22 de julio cerca del mediodía, estando en la parroquia, Roxana se acerca para comentarme que los médicos le acababan de avisar que Candela se había contagiado un virus intrahospitalario. Tenía neumonía y que no creían que pasara la noche. Roxana me pidió que fuera… Que rezáramos una vez más… que la bendijera…
Juntos, fuimos a la Fundación Favaloro. Pasamos a la terapia, como otras veces. Yo no recuerdo, en aquel momento, cuánto personal médico estaba cerca de la cama de Candela. Tengo viva la imagen de una enfermera que estaba emocionada…
Y nos acercamos al cuerpo de Candela que no pesaba más de 19 kilos. Y acá me detengo. Me tengo que detener porque estas tres líneas que vienen entrecruzándose se pierden en…, ¿cómo decirlo en palabras humanas? En unos puntos suspensivos. Y en otra línea que es la del misterio- milagro.
El Espíritu Santo, inspirador del milagro
¿Cómo se me ocurre proponerle a Roxana rezarle a Juan Pablo I para que interceda por la vida y la curación de Candela? Humanamente no lo sé. Espiritualmente sí. Porque tengo una certeza que tiene dos palabras: Espíritu Santo.
Para nosotros los sacerdotes, encontrarnos en estas situaciones terminales en la vida de las personas son frecuentes. Al visitar hospitales, centros de salud, geriátricos y hogares, continuamente estamos frente a la realidad de la muerte. Por eso, afirmo que fue, ciertamente, una moción del Espíritu la que me llevó a proponerle esta oración a Juan Pablo I.
Roxana no conocía nada del papa Luciani. Dado que estábamos en una terapia intensiva, fue muy breve la explicación que le di sobre el por qué rezarle y pedirle su intercesión para que salve la vida de Candela y se pueda recuperar. Entonces juntos, ella y yo y dos enfermeras presentes, pusimos nuestras manos sobre el cuerpo de Candela y yo hice una oración espontánea. No recuerdo exactamente las palabras que recé. Sí le pedí al Señor, que por intercesión de Juan Pablo I curara a Candela.
Al día siguiente, Roxana se acerca a la parroquia y me cuenta que su hija, no sólo había pasado la noche, sino que había signos de mejoría. Fueron pasando los días, las semanas y Candela siguió su recuperación. Hasta que perdí el contacto con ellas porque fue dada de alta y regresó a su ciudad de Paraná. Quiero compartirles que siempre guardé muy vivo este “hecho” maravilloso. Internamente tuve la certeza de una especial intervención de Juan Pablo I.
Las cosas quedaron en un silencio providente hasta fines de 2014 cuando vuelvo a reencontrarme con Roxana y Candela en la misma parroquia de La Rábida. Fue una gran alegría ver a una chica de casi 15 años que no reconocí y a su madre. Venían a saludarme. Roxana quería que Candela me conociera y también que yo viera cómo estaba recuperada. Esa tarde, le pregunté a Roxana si recordaba a quién le habíamos rezado. Y acto seguido agregué: “Me parece que algún día vamos a tener que informar este hecho maravilloso”.
A partir de ese momento los pasos, el proceso para la investigación, el estudio del “supuesto milagro por intercesión de Juan Pablo I”, tuvieron la mano providente del Señor y a tantas personas que siguieron entrecruzando estas tres líneas. Personas más o menos ocultas, más o menos conocidas, pero ciertamente muy generosas, hicieron posible llevar adelante este proceso. Le agradezco al Señor y a cada uno de ellos su entrega. Haber puesto al servicio de la Iglesia su tiempo, sus talentos y profesionalismo. Y pido a Jesús, Señor de la Vida, que por intercesión de Juan Pablo I los bendiga a todos ellos. Que la beatificación de Juan Pablo I, traiga enormes frutos espirituales y gracias a nuestra querida Iglesia.
Que Juan Pablo I que fue ciertamente “el grano de trigo que cayó en tierra y murió para dar muchos frutos” (cf. Jn.12,24) sea desde este próximo 4 de septiembre modelo e intercesor alegre para nuestro mundo tan necesitado de Cristo, Camino, Verdad y Vida. Muchas gracias”, concluyó el padre Dabusti su testimonio.+