En la misa crismal, Mons. Corral llamó a los sacerdotes a "no bajar los brazos"
- 19 de septiembre, 2020
- Añatuya (Santiago del Estero) (AICA)
El obispo de Añatuya, monseñor José Luis Corral SVD, celebró el viernes 18 de septiembre la misa crismal.
La diócesis de Añatuya celebró el 18 de septiembre y sin presencia de fieles, la misa crismal. La Eucaristía, postergada desde Semana Santa, fue presidida por el obispo diocesano, monseñor José Luis Corral SVD, en la catedral Nuestra Señora del Valle, y transmitida por las redes sociales.
Participaron sacerdotes delegados de las zonas pastorales y los demás lo hicieron siguiendo la trasmisión junto con sus comunidades parroquiales. Durante la misa, el clero diocesano renovó sus promesas sacerdotales y fueron bendecidos los óleos y consagrado el Santo Crisma.
Los fieles fueron invitados a unirse en la oración por la Iglesia diocesana que expresa su unidad en torno al obispo y al presbiterio, de modo particular, en la celebración de esta Eucaristía.
La celebración fue ocasión para agradecer al Señor por los sacerdotes y obispos que sirvieron en la diócesis, los difuntos y quienes están en otras comunidades, pidieron por los enfermos y quienes atraviesan situaciones especiales, por el don de la fidelidad y la alegría de la perseverancia de todos, por los seminaristas y por las vocaciones al sacerdocio.
En su homilía, monseñor Corral expresó: “Para mí es una gracia presidir por primera vez esta liturgia, donde el obispo concelebra con su presbiterio para consagrar el santo crisma y bendecir el óleo de los catecúmenos y de los enfermos. Esta misa es la manifestación de la comunión en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo; así reunidos alrededor de este altar expresamos que el obispo camina junto con sus presbíteros como testigos del Ungido–el Señor, todos discípulos misioneros de Jesucristo. La misa crismal nos reúne para renovar nuestras promesas sacerdotales delante de nuestro pueblo que hoy lo haremos a distancia pero sintiéndonos un solo corazón”.
“Hoy celebramos esta misa varios meses después de la Semana Santa, lo hacemos en medio de una realidad muy dolorosa marcada por la pandemia y sumidos en una crisis de salud que se agrava por las medidas que se toman y que traen consecuencias en el plano económico, social y emocional”, reconoció.
“Como cada año, estamos invitados los sacerdotes a hacer memoria de la institución del sacerdocio y del día feliz de nuestra propia ordenación sacerdotal, cuando fuimos ungidos con el óleo de la alegría para ser constituidos pastores para el santo pueblo fiel de Dios. Unción que penetra en lo íntimo de nuestro corazón, lo configura al del Buen Pastor y lo fortalece sacramentalmente para una misión precisa y preciosa”, afirmó.
“Hoy, agradecidos potenciamos la gracia que nos habita y reavivamos este don para seguir acompañando a nuestro pueblo en las circunstancias a las que está forzado vivir por esta pandemia; nuestro pueblo más sencillo suma a sus cotidianas preocupaciones y necesidades este nuevo flagelo, donde sufre no sólo materialmente sino también espiritualmente”, destacó.
“Ponemos nuestro corazón junto al de Jesús, Él nos alimenta, sostiene, apacienta y fortalece. Volvemos nuestras miradas al Señor que nos llama a su seguimiento y nos envía a la misión y dejamos que nos vuelva a decir: ¡No tengan miedo! ¡La paz les dejo; mi paz les doy! ¡Yo los escogí y destiné a que den mucho fruto, sin mi nada pueden hacer!”, exclamó.
“Sólo quien ha profundizado esta comunión podrá trasmitir a los demás su gozo y su esperanza, sólo quien ha bebido de la fuente podrá indicar dónde encontrar el agua viva, sólo quien se ha dejado tocar por la misericordia en su miseria y rehacer desde sus fragilidades podrá ser instrumento de consuelo y comunión, solo quien abraza la cruz del Señor puede abrazar la esperanza y anunciar la alegría del Evangelio”, consideró el obispo.
“Somos pocos, pequeños, pobres y pecadores, pero mirados por el Señor con bondad y revestidos de su poder para servir al Pueblo de Dios; no tenemos un cargo o ejecutamos una tarea, somos una misión en medio de la comunidad para allí dar los frutos esperados. La consagración que nos ha hecho sacerdotes es un don del Señor, no para quedarnos mirando en el espejo, sino que nos indica una puerta y nos señala un camino para ofrendarnos en servicio a las ovejas de ‘su’ rebaño. Es un don, no para guardar o adornar, sino para donar y prodigar”, advirtió.
“Gracias a cada sacerdote que día a día, sin ser muy visto y sin hacer mucho ruido, acompaña a las comunidades con su presencia generosa, con su escucha atenta y con la palabra alentadora. Gracias por celebrar diariamente la Eucaristía y ofrecer los sacramentos, por todo el esfuerzo pastoral para que el Evangelio y la caridad fraterna impregnen la vida de muchos. Gracias por la obra que despliegan en favor de sus comunidades con creatividad e imaginación, con paciencia y constancia, con energía y valor”, valoró.
En ese sentido, aconsejó: “Luchen siempre contra la inercia y la indiferencia, la tibieza y la mediocridad, no nos dejemos ganar por las incoherencias y nos seamos causa de escándalo para nadie, seamos siempre y en todo lugar el buen olor de Cristo que atrae y se difunde, no el ungüento nauseabundo que aleja de Él”.
“Nos toca vivir una época rica en muchos avances y oportunidades, pero también marcada por convulsiones, desaliento y frustración. Una sociedad líquida que nos envuelve y arroja en la espuma y en la prisa. Días marcados por las crisis y las protestas de una sociedad que ceba y descarta. La Iglesia zarandeada desde fuera y dentro”, admitió. “Es este mundo y esta Iglesia que hemos de amar y donde debemos proclamar la Buena Nueva del Reino. A no bajar los brazos y a no resignarnos que vale la pena si lo vivimos con pasión de apóstol dejándonos estimular por la figura de pastores generosos que nos han precedido o están entre nosotros”, animó.
“Necesitamos ‘fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros’”, sostuvo.+