Viernes 15 de noviembre de 2024

Mons. Castagna: 'Nuestra fe que no contagia'

  • 21 de junio, 2024
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo recordó que "todo momento es propicio para reconciliarnos con el Padre y con todos los hombres" y afirmó: "Cristo es la causa de esta reconciliación urgentemente reclamada".
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que "todo momento es propicio para reconciliarnos con el Padre y con todos los hombres" y aseguró: "Cristo es la causa -si creemos en Él- de esta reconciliación urgentemente reclamada".

"Él es nuestra 'Reconciliación' y nuestra paz; su presencia hasta el fin de los siglos, y nuestra relación creyente con Él, se logra al escucharlo como Palabra del Padre, de los labios de los Apóstoles y de la Iglesia", subrayó en su sugerencia para la homilía. 

"Nuestra responsabilidad como cristianos es manifestar, con nuestra vida, la necesaria vinculación que existe entre Cristo '-en nosotros'- y el mundo del que somos parte", profundizó.

El arzobispo consideró "oportuno aprovechar nuestra liturgia dominical, para fortalecer la misión que nos debiera distinguir, a quienes hemos recibido el santo Bautismo".

"Me refiero a un enorme porcentaje de nuestros conciudadanos", indicó y sostuvo: "El Bautismo de la mayoría de los argentinos debiera expresarse, en una eficaz evangelización, dirigida a quienes no creen aún y a quienes han perdido la fe".

"Ciertamente somos seres incoherentes cuando nuestro proceder presenta una imagen alicaída de la fe que hemos profesado al ser bautizados. Todo momento es propicio para la verdad y la correspondiente coherencia de vida", concluyó.

Texto de la sugerencia
1. Tienen miedo, pero ¡Jesús está allí! Jesús no se deja afectar por el estado de ánimo de aquellos rudos pescadores, ante el peligro de un casi seguro naufragio. A pesar del viento huracanado, reposaba serenamente en el interior de una de las barcas. Aquellos discípulos acuden a Él, como último recurso, conocedores del poder que poseía sobre los encabritados elementos de la naturaleza. Tienen miedo pero, Jesús está allí y no pueden perecer. Una enorme lección para nosotros y nuestras circunstancias. Jesús está aquí, descansando en el recinto de nuestro corazón, despertando a nuestras inquietudes y temores. Como a los Apóstoles, nos exhorta a no temer y a confiar en Él: "¿Por qué son cobardes? ¿Aún no tienen fe?" (Marcos 4, 40) El poder de su palabra domina los mayores inconvenientes y peligros. Como aquellos hombres, necesitamos experimentar la zozobra y la tribulación, para reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas. Está en silencio, como dormido, pero está atento a las grandes o pequeñas dificultades que nos agobian. Desde su silencio espera que lo invoquemos, y superemos nuestros angustiosos temores. Su intención es que depositemos nuestra confianza en Él, y no tengamos miedo a nada y a nadie. Él es nuestra seguridad y, sin eximirnos de los naturales temores, nos exhorta a obrar con el pensamiento puesto en Él. Así actúan los mártires y todos los santos. Producto de un aprendizaje difícil, que exige renuncia y confianza en el poder de la gracia. Los Apóstoles Pedro y Tomás transitaron un sendero escabroso, pasando, el primero, del miedo a la confianza y, el otro, de la incredulidad a la fe. Debieron aprender de su Maestro, dolorosa y humildemente, lo que debían transmitir al mundo. La humildad -o la pobreza de corazón- los predispuso a recomponer su capacidad de regresar arrepentidos a los brazos de su misericordioso Señor. No le ocurrió lo mismo al pobre Judas Iscariote. Volverse a Cristo, personalización del Padre, incluye dejarse abrazar por Él, sobre el camino del regreso a la Casa. Dios nos sorprende, con sus reacciones, ante las mínimas manifestaciones de nuestros sinceros deseos de volver a la casa paterna.

2. Nada debe angustiar a quienes aman a Cristo. El pensamiento de que Jesús -ahora resucitado- está presente en los acontecimientos de nuestra vida ordinaria, da sentido a todo, o nada tiene sentido. Constituye nuestra seguridad y nuestra paz. Nada debe angustiarnos si amamos a Cristo. Quienes lo aman, como Juan y la Magdalena, se convierten en sus testigos y transparencia suya, como Él lo fue del Padre. El mundo necesita nuestra fraterna presencia, como expresión de la suya. Él es la salvación y don de Dios al mundo, inexplicablemente amado. La conciencia de ser amado invita - a quien es amado - a hacer de la vida una respuesta de amor. Es preciso alimentar esa conciencia, con los alimentos que le son propios: Palabra, sacramentos y oración. Su destino es la Iglesia "al interior", como también al mundo, al que Dios amó tanto que le obsequió a su Único Hijo. La Cruz padecida por Cristo es la manifestación extrema del amor de Dios a todos, y a cada uno de nosotros. Los santos se conmovían profundamente ante la Cruz. Es que allí comprobaban la magnitud del amor de Dios por los pecadores. San Pablo extraía de Cristo crucificado la verdad que debía transmitir, mediante sus admirables Cartas. Constituye un verdadero modelo de misionero. El mundo gentil necesitaba que el Apóstol lo condujera, con seguridad, a Cristo. Es allí donde el ministerio de Pablo encontraría un terreno virgen para la siembra de la palabra evangélica. No hallaría en él un cúmulo de preceptos y prácticas, impermeables a la Buena Nueva, como encontró en muchos de sus conciudadanos. La pobreza de corazón predispondrá a aquellos pueblos, de los que, la mayoría de los cristianos, provenimos. No obstante, como el mismo Pablo lo reconoce, nuestras raíces de fe están en el pueblo de Israel, del que Jesús, María y los Apóstoles, son miembros. El Antiguo Testamento, con sus admirables Patriarcas y Profetas, es el sendero que Dios ha elegido para que lleguemos a Cristo. No entendemos el Nuevo Testamento sin el Antiguo. El Dios mismo, que se revela por los Profetas y Patriarcas, lleva a su perfección la misma Revelación, en Jesucristo: la Palabra de Dios encarnada. Este mundo, abrumado por graves conflictos y contradicciones, reclama ser evangelizado por la Iglesia, fundada en los Apóstoles y Profetas. Es un reclamo "angustioso" exclama San Pablo VI, en su Exhortación apostólica sobre la evangelización (1975). Tendencias ideológicas contrarias a la Revelación están empeñadas en desacreditar a quienes se adhieren a ella; particularmente a los ministros responsables de su difusión.

3. Todos los bautizados son testigos necesarios. Es el momento, pensado por Dios, para activar el poder de Cristo y el testimonio de los santos. Toda la labor pastoral de la Iglesia está inspirada y estimulada por Cristo. Nos corresponde ser fieles y, de esa manera, la gracia informará la vida y ministerio de los Pastores, como lo ha sido en los Santos Apóstoles y santos misioneros. No nos es lícita la mínima distracción: Cristo es la vida de los creyentes y está ofrecido por el Padre para ser la vida de todos los hombres. Mientras el mundo pretende imponer silencio a la Buena Nueva, la calidad moral de la sociedad empeora. Quienes han recibido el Evangelio son responsables principales de su transmisión. Todos los bautizados han sido constituidos en testigos necesarios del mismo. En varias ocasiones hemos mencionado la afirmación de San Juan Pablo II: "El mundo espera de los cristianos el testimonio de la santidad". No espera otra cosa. La Iglesia no es creíble sin la santidad de sus hijos. El alejamiento de la fe, o su lamentable pérdida, es la causa de que Cristo no sea conocido y de que el Evangelio sea rechazado: "En el mundo estaba, el mundo existió por ella (la Palabra-Cristo) y el mundo no la reconoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios" (Juan 1, 10-12). No obstante, a partir de la Resurrección, Cristo está definitivamente entre los hombres, lo acepten o lo rechacen. Se vale de sus testigos -los santos- y no tolera otros medios por más destacados que aparezcan en la sociedad. Por ser de Jesús, y vivir en su amor, somos sus testigos entre nuestros hermanos. La santidad, cuyo testimonio el mundo espera de los cristianos, es la prueba de la eficacia de la gracia de Cristo. Se requiere un grado mínimo de humildad para que la gracia obre. Virtud necesaria y poco practicada. El arrepentimiento de los pecados abre las compuertas de la gracia divina. Reconocer los pecados, y dolerse de ellos, es el paso previo al perdón. El pecador no es un mero transgresor de leyes y normas, es un hijo rebelde que, desoyendo el gemido de su padre, abandona la casa familiar. El arrepentimiento es un regreso humilde. El perdón -absolución de los pecados- es un acto de amor entrañable del Padre, que lo reintegra, con sus plenos derechos de hijo, a la familia abandonada irresponsablemente. Cristo es el Hijo fiel que, al encontrar a su hermano perdido, le transmite la gran Noticia: "Hermano, Papá te extraña y te espera ¡volvamos a Casa!

4. Nuestra fe que no contagia. Todo momento es propicio para reconciliarnos con el Padre y con todos los hombres. Cristo es la causa -si creemos en Él- de esta reconciliación urgentemente reclamada. Él es nuestra "Reconciliación" y nuestra paz; su presencia hasta el fin de los siglos, y nuestra relación creyente con Él, se logra al escucharlo como Palabra del Padre, de los labios de los Apóstoles y de la Iglesia. Nuestra responsabilidad como cristianos es manifestar, con nuestra vida, la necesaria vinculación que existe entre Cristo -"en nosotros"- y el mundo del que somos parte. Es oportuno aprovechar nuestra Liturgia dominical, para fortalecer la misión que nos debiera distinguir, a quienes hemos recibido el Santo Bautismo. Me refiero a un enorme porcentaje de nuestros conciudadanos. El Bautismo de la mayoría de los argentinos debiera expresarse, en una eficaz evangelización, dirigida a quienes no creen aún y a quienes han perdido la fe. Ciertamente somos seres incoherentes cuando nuestro proceder presenta una imagen alicaída de la fe que hemos profesado al ser bautizados. Todo momento es propicio para la verdad y la correspondiente coherencia de vida.+