Mons. Castagna: "La Palabra abre instancias de diálogo y fraterno afecto"
- 17 de julio, 2020
- Corrientes (AICA)
"La Palabra y el testimonio evitan todo fundamentalismo y abren instancias de diálogo y fraterno servicio", recordó el arzobispo emérito de Corrientes, al ponderar la metodología de los apóstoles.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, explicó que “para entender las enseñanzas de Jesús se requiere, además de la simplicidad humilde, en quienes las reciben, la adopción de una terminología adecuada, en quienes las transmiten”.
“Los apóstoles se han constituido en modelos de esos expositores de la fe. La intención expresada, tanto en los Hechos de los Apóstoles, como en las Cartas Apostólicas, apuntan a que sus oyentes no tengan que lidiar con un lenguaje esotérico, como el de los gurúes y hechiceros de la gentilidad”, precisó.
En su sugerencia para la homilía dominical, el prelado recordó que “las mentes bien dispuestas entienden el lenguaje empleado por Pedro, Juan y Pablo. Ellos cuentan con ese acceso directo a los corazones. Durante el ejercicio del ministerio, que les confió el Divino Maestro, hallan situaciones culturales y espirituales confrontadas inevitablemente con la Buena Nueva”.
“La contienda no es fácil de resolver pacíficamente”, reconoció, y destacó: “No obstante, la metodología de aquellos misioneros respeta a las personas involucradas y la propuesta doctrinal cuenta con el testimonio correspondiente de sus expositores”.
“La Palabra y el testimonio evitan todo fundamentalismo y abren instancias de diálogo y fraterno servicio. Así se producen adhesiones numerosas para la composición de comunidades eclesiales creíbles y acogedoras”, aseguró.
Texto de la sugerencia
1.- Es preciso lograr la simplicidad. Las parábolas son el lenguaje escogido para revelar el Misterio oculto desde la creación: “Todo esto les decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo”. (Mateo 13,34-35) Sin esa forma simple de expresarse, muy propia de Dios, ni el más preclaro de los intelectuales podrá acceder a su inagotable contenido de verdad. La condición para llegar a la Verdad -a Dios mismo- es adoptar la simplicidad de los niños. Para entender el lenguaje ingenuo de las parábolas es preciso “simplificarse”; dejar de lado la pretensión de ser importantes y abandonar el lenguaje creado para consumo de algunos habilidosos selectos. Nosotros mismos -los ministros- sucumbimos ante la tentación frecuente de revestir el Evangelio con un ropaje ideológico impropio. La parábola no es un mero lenguaje literario, sino una forma de pensar y de hablar, para lograr la “forma de vida” que sorprendía a la gentilidad evangelizada por los Doce, Pablo y Bernabé. Cuando afirmamos que debemos volver al Evangelio, nos referimos a la decisión de retomar, más que el formato externo, la simplicidad expresiva de las parábolas.
2.- La Palabra abre instancias de diálogo y fraterno afecto. Para entender las enseñanzas de Jesús se requiere, además de la simplicidad humilde en quienes las reciben, la adopción de una terminología adecuada en quienes las transmiten. Los Apóstoles se han constituido en modelos de esos expositores de la fe. La intención expresada, tanto en los Hechos como en las Cartas Apostólicas, apuntan a que sus oyentes no tengan que lidiar con un lenguaje esotérico, como el de los gurúes y hechiceros de la gentilidad. Las mentes bien dispuestas entienden el lenguaje empleado por Pedro, Juan y Pablo. Ellos cuentan con ese acceso directo a los corazones. Durante el ejercicio del ministerio que les confió el Divino Maestro, hallan situaciones culturales y espirituales confrontadas inevitablemente con la Buena Nueva. La contienda no es fácil de resolver pacíficamente. No obstante, la metodología de aquellos misioneros respeta a las personas involucradas y la propuesta doctrinal cuenta con el correspondiente testimonio de sus expositores. La Palabra y el testimonio evitan todo fundamentalismo y abren instancias de diálogo y fraterno servicio. Así se producen adhesiones numerosas para la composición de comunidades eclesiales creíbles y acogedoras: “…ellos alababan a Dios y eran queridos por el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con los que debían salvarse”. (Hechos 2,47)
3.- La mala simiente en la vida humana. Cada parábola posee una intención doctrinal diferente. La del trigo y la cizaña merece especial atención y, por ello, consigue una mayor explicación por parte del Señor. El mundo, en el que sus seguidores se mueven, es un campo cuyo dueño legítimo es Él mismo. Es allí donde es depositada la vida creada, y sostenida en un crecimiento constante, hasta lograr su plenitud en el hombre. Existe el mal, en ángeles caídos, rebelados contra Dios. Constituyen “el enemigo” que mezcla su mala semilla -la cizaña- con la buena. A simple vista se puede comprobar ese misterioso crecer juntos el trigo y la cizaña: la obra de Dios y la injerencia macabra del Demonio. La primera reacción de los celosos empleados del dueño del campo es arrancar la cizaña en ciernes, para que no siga contaminando el campo sembrado con la buena semilla. La sabia decisión de su propietario es oportuna y paradójicamente opuesta a la discreción de sus prudentes colaboradores. Constituye una directiva, de necesaria instrumentación, que debe imponerse en la actividad histórica de sus discípulos. Se aclara su alcance en el llamado universal a la conversión. La presencia de la cizaña es un desafío ineludible para la misión evangelizadora de los cristianos. Hoy esa oculta simiente posee nombres diversos y de tenebrosa popularidad.
4.- Que la cizaña se convierta en trigo. La aplicación de la parábola a la vida contemporánea necesita que el proyecto salvador, llevado a término por Cristo, se compatibilice oportunamente con el llamado a la conversión de los pecadores. Ante la crítica de los fariseos, que juzgan severamente la relación de Jesús con los llamados “pecadores”, el Señor declara: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. (Lucas 5,32) La misión de Cristo es salvar “lo que estaba perdido”. El mal, identificado con la cizaña, afea la obra de Dios -el hombre- pero no la destruye. Desde una perspectiva antropológica la cizaña es el mal en el hombre, no quita -a la persona humana- la capacidad de cambiar. El hombre cizañado puede, con la gracia de Cristo, convertirse en saludable trigo. En términos más simples y comprensibles: puede pasar del pecado a la santidad. Un verdadero cambio cualitativo. Es el mismo hombre que de pecador es convertido en santo. Propósito que Jesús logra en María Magdalena y Dimas: la mujer pecadora y el buen ladrón.+