Mons. Castagna: 'Encontrar toda verdad en Quien es la Verdad'
- 13 de septiembre, 2024
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito consideró que "es hora de adherirse a Pedro, para reconocer la divinidad de Jesús". "La fe verdadera inspira la respuesta acertada" a la pregunta: "¿Quién dicen que soy?"
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, estimó que "es hora de adherirse a Pedro, para reconocer la divinidad de Jesús", y consideró que "la inestabilidad en la búsqueda de la verdad obliga a encontrarla en Quien es la Verdad".
"Hoy, como entonces los apóstoles, Cristo formula la misma pregunta: 'Y ustedes ¿quién dicen que soy?'", planteó.
El arzobispo aseguró al respecto que "la fe verdadera inspira la respuesta acertada".
"Necesitamos escuchar al Padre, que señala a su Hijo divino encarnado, y exhorta a escucharlo. Él es toda la Verdad que se debe aprender si se desea ser -como seres libres- auténticas personas", sostuvo.
"Por ello, para llegar a toda verdad, es preciso constituir a Cristo como único Maestro. Es preciso conocerlo como Quien es, 'el Hijo de Dios y el Hijo del hombre', vale decir: 'el Hijo de Dios y de María'", concluyó.
Texto completo de las sugerencias
1. Pedro representa al hombre y sus contradicciones. En Pedro se da una contradicción en dos actitudes divergentes: una inspirada por el Padre Dios, y otra por satanás. El Apóstol principal representa al hombre, en el cual se produce, con poca distancia de tiempo, una contradicción incalificable. Jesús pondera la primera y denuncia severamente la segunda. La fe en Cristo lo capacita para inclinarse por la actitud inspirada por Dios y abandonar la inspiración demoníaca. No podemos poner en duda la rectitud de intención de Pedro. Es espontáneo y bien dispuesto, pero no mide los alcances de las inspiraciones que causan su conocimiento del Maestro. Con el tiempo su adhesión personal será perfecta, hasta aceptar la muerte en cruz por amor a su Señor. Su conversión, después de la triple negación, garantizará su misteriosa capacidad de confirmar a sus hermanos en la fe. La condición, para hacerse cargo de la misión apostólica que le encomienda el Señor resucitado, es el amor incondicional. El amor, por tres veces profesado, es el motivador de su principal y único ministerio. Es sorprendente que Cristo no le exija más que su amistad, para confiarle la plenitud del ministerio apostólico. Es así siempre en la Iglesia, de otra manera la mediocridad y el error se adueñan de los responsables de su conducción. Es preciso saber que es el único camino que conduce al cumplimiento de la vocación bautismal. Pero, requiere conocer a Jesús, por la fe, en la cotidianidad de la existencia. La fe, que define la vida cristiana, dicta sus contenidos, como están en la Palabra y en la Tradición. Es un don sobrenatural, que facilita el conocimiento y el cumplimiento de la voluntad de Dios. Es preciso aceptarlo y servir a su desarrollo. Para ello, es impostergable consentir en él a través de los medios que la Iglesia proporciona. Los medios no constituyen el fin del empeño misionero. El fin es Dios, Uno y Trino, que creó el universo y a cada uno de los hombres. Todo orienta a la participación de la Vida divina, como plenitud en el tiempo. En Cristo, el Padre declara hijos suyos a todos los hombres e inicia con ellos una vida familiar perfecta.
2. Ofrecer el testimonio de la santidad. La confesión de la fe en Cristo, incluye obedecerlo de manera incondicional. Así lo entienden aquellos principales discípulos y lo enseñan a quienes vienen desde el futuro a la actualidad. Estamos entre los sucesores de aquellos creyentes. La fe en Cristo permite recibir hoy su gracia y, de esa manera, identificarse con Él. La santidad de sus actuales seguidores, los convierte en testigos suyos y los encamina a la Casa del Padre, en la eternidad. Es la verdad que los hijos dispersos -u ovejas perdidas- necesitan saber, mediante el servicio apostólico que la Iglesia hace presente: en el ministerio y el testimonio de santidad de los cristianos actuales. Todos están comprometidos, en el cumplimiento de la única misión evangelizadora. Todo momento es crucial: el pasado, el presente y el futuro. Urge aceptar su desafío y ofrecer el testimonio de santidad, que el mundo, sumido en la incredulidad, espera recibir de los cristianos. Para ello, será preciso que el Evangelio impregne de su "poder divino" cada expresión, hoy definitoria, de la vida humana. Jesús comprueba que el mundo es una mies, necesitada de obreros que la cosechen: "Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores que la cosechen". (Lucas 10, 29) Existen los sembradores y los cosechadores, cuando nos referimos a la urgente tarea de la evangelización. En un mundo, que cotiza únicamente según el tintineo del oro y de la plata, la nomenclatura evangélica es desechada a priori y declarada incomprensible y sin importancia. Es urgente recuperar el valor del Evangelio, aunque quienes se hacen cargo de la organización de la vida social y de la inspiración de la vida personal, se empeñen en desacreditarlo. Las pautas culturales, que predominan en la actualidad, aparecen alejadas de la dimensión espiritual, que debiera estar presente en el pensamiento y en la vida de las personas y sus comunidades. Cristo devuelve a los hombres a esa dimensión, y se presenta como modelo a imitar. El Evangelio, definido por San Pablo, como "poder de Dios que salva al que cree" (Romanos), es la Buena Nueva, puesta a disposición del mundo, mediante el servicio pastoral de la Iglesia. Su necesidad salta a la vista, e interesa a quienes buscan honestamente la Verdad. Es preciso redescubrirla en él, para que rija una historia nueva. Esa es la finalidad del Evangelio, relegado -a veces- a decorar los anaqueles de bien provistas bibliotecas.
3. Cristo es toda la Verdad. El Evangelio es "poder de Dios" que salva, o que renueva la vida, y ofrece un cauce seguro a la Verdad, intentada sin éxito por sucesivas generaciones. Cristo es toda la Verdad, que conduce a la Vida eterna y, por Él, el mundo es introducido en el Misterio Trinitario. El Evangelio, predicado y celebrado por la Iglesia, interesa a toda la humanidad, no únicamente a los creyentes. A nadie es extraño, aunque grandes sectores de la sociedad se nieguen a reconocerlo. No todo es igual, en las diversas expresiones culturales y religiosas. Cristo es la Verdad -y su auténtica revelación- que adopta la legítima diversidad de culturas. El Misterio de la Encarnación es, precisamente, la adopción de la naturaleza humana, en su condición actual, con excepción del pecado. La Palabra de Dios es el Verbo que se encarna hoy en las culturas de los diversos pueblos, purificándolas del pecado. Es preciso recibir a Cristo en la vida, dejándose purificar por su Espíritu, y considerándolo como modelo de vida. Cristo es Quien debe conducir el comportamiento humano, hasta identificarlo con Él. Es urgente pensar en Dios, como el Padre, de Quien Jesús es considerado el Hijo muy amado. La perfecta obediencia a la voluntad de su Padre, le inspira aceptar la Cruz dolorosa y humillante. Su misión en la tierra es enseñar a todos los hombres a obedecer al Padre. De su ejemplar filiación procede la fraternidad, que lo acredita como el primero "en una multitud de hermanos". Lo expresa en la aceptación de la Cruz. Se explica así el nuevo Mandamiento, dirigido -en sus discípulos- a todos los hombres: "Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado?" (Juan 15, 12) La medida del amor entre los hombres es el que Cristo profesa, muriendo en la Cruz por ellos. El odio y la violencia, están encapsulados en la violación de los derechos humanos, en las guerras y en el atropello a los más vulnerables. Es el momento de redescubrir el primer Mandamiento y exigir su perfecto cumplimiento. En él, como se lo observa en Jesús, se logra ser hijos del Padre y hermanos de los demás hombres. Qué distancia sideral existe entre el ideal, propuesto y posibilitado por Jesús, y la realidad. Mirar para otro lado, ante las expresiones de la violencia que abruma y escandaliza, es una deshonestidad.
4. Encontrar toda verdad en Quien es la Verdad. Es hora de adherirse a Pedro, para reconocer la divinidad de Jesús. La inestabilidad en la búsqueda de la verdad, obliga a encontrarla en quien es la Verdad. Hoy, como entonces los Apóstoles, Cristo formula la misma pregunta: "Y ustedes ¿quién dicen que soy?". La fe verdadera inspira la respuesta acertada. Necesitamos escuchar al Padre, que señala a su Hijo divino encarnado, y exhorta a escucharlo. Él es toda la Verdad que se debe aprender si se desea ser -como seres libres- auténticas personas. Por ello, para llegar a toda verdad es preciso constituir a Cristo como único Maestro. Es preciso conocerlo como quien es "el Hijo de Dios y el Hijo del hombre", vale decir: "el Hijo de Dios y de María".+