Mons. Castagna: 'El anuncio de la Pasión y de la Resurrección'
- 1 de marzo, 2024
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes aseguró que el esfuerzo y el empeño cuaresmal debe orientarse a que el cristiano informe al mundo del "cumplimiento de la Pascua de Cristo".
En sus sugerencias para la homilía de este domingo, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que “el anuncio de la Pasión constituye el núcleo de la predicación de Jesús y de la Iglesia”.
“La Cuaresma es preparación para celebrar la Pascua de Resurrección. Misterio que redime al mundo de su pecado y le otorga nueva Vida”, puntualizó en el texto.
“El tránsito del pecado a la gracia, incluye la eliminación de todo mal y su principal consecuencia: la muerte. Cristo es el vencedor del pecado y de la muerte”, profundizó.
Monseñor Castagna sostuvo que “la fe, como adhesión incondicional a Cristo, logra esa victoria en cada uno de los creyentes”, y planteó: “Para ello, el mundo debe ser informado del cumplimiento de la Pascua de Cristo. A ello va el esfuerzo y empeño cuaresmal”.
Texto de la sugerencia
1.- El celo por la Casa de Dios. La severidad excepcional de Jesús responde a su celo por la Casa de Dios, profanada por aquellos mercaderes. Es un símbolo de la profanación que padece la persona humana, destinada a ser el verdadero Templo de Dios. El pecado, y cada pecado, es la profanación del hombre como templo de Dios. Ha sido consagrado por la acción creadora de Dios, y recreado por el Bautismo. La historia es una sucesión de profanaciones de la persona humana, incluyéndose - ella misma - cuando pierde su dignidad con cada pecado que comete. Además del Bautismo, Cristo nos ha dejado un sacramento que rehabilita al pecador, aunque sus pecados hayan sido expresiones de las peores aberraciones morales. La condición para el logro de esa rehabilitación es el arrepentimiento sincero. Es común la comisión del pecado, pero no lo es el arrepentimiento. No habrá paz y concordia - entre los hombres - mientras no sean reconocidos y repudiados los pecados que se cometen. La predicación de Jesús, como había sido la de su Precursor, es un llamado a la conversión. Para ello es indispensable reconocer los pecados. Es aquí donde cobra una impresionante actualidad el poema “cambalache” de Santos Discépolo. Es inaceptable el “todo es igual”. El Evangelio denuncia el pecado, todos los pecados, y exhorta al arrepentimiento y al cambio de vida. Ofrece la posibilidad de una auténtica recuperación de la original dignidad de la persona humana. San Pablo afirma que el Evangelio es poder de Dios, que produce un cambio para la rehabilitación de la dignidad humana, despiadadamente dañada. Es oportuno citar las mismas palabras del Apóstol: “Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen…” (Romanos 1, 16) Cuaresma es Tiempo para proponer ese cambio. Por ello la Palabra - que es Cristo - obtiene una centralidad única en la vida del mundo. La Iglesia, incluidos todos y cada uno de los bautizados, debe testimoniar el Evangelio y lograr que resuene en los ámbitos más importantes de la vida contemporánea.
2.- La conversión como proceso que conduce a la santidad. Es preciso destacar el término “conversión”, para descubrir en él su profunda significación. Constituye un proceso que se inicia en el encuentro con Cristo y culmina en la santidad. Es un encuentro personal con quien es la Palabra, y abre una perspectiva de vida absolutamente nueva. Algunos santos manifiestan, de manera excepcional, el valor de ese proceso. Recordemos a San Agustín y a San Carlos de Foucauld. Los procesos de ambos, desde sus inicios hasta la santidad, relatan una conmovedora aventura de la gracia. Para lograrlo basta una apertura simple y humilde a la acción misteriosa del Espíritu. Cuaresma - esta Cuaresma - puede ser el comienzo del camino a la santidad, no importan las condiciones en que se encuentre el pecador. No hay descartados en este proceso. Por parte de la Iglesia será preciso una gran fidelidad en la presentación del Evangelio. No es una doctrina, sino una Persona, la que da valor y eficacia a la Verdad propuesta como Buena Nueva. Los Apóstoles así lo entienden, durante sus esfuerzos misioneros, al presentar a todos los pueblos a Cristo, como único Salvador. Cristo es el Señor que, mediante su Muerte y Resurrección, saca a los hombres de su estado de pecado. Una Iglesia renovada, posee la capacidad de testimoniar a Cristo para el encuentro personal. Para ello, se necesita que los bautizados sean auténticos testigos, respondiendo al mandato de Jesús a sus discípulos: “Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.” (Hechos 1, 8) La vida cristiana está orientada a presentar ese testimonio. Es lo que necesita el mundo de los cristianos (San Juan Pablo II). Si esa necesidad no es saciada, se debe a la ausencia de auténticos testigos. Un desafío para quienes aseguran creer. Por ser creyentes son testigos de Quien creen. El amor a Cristo domina los pensamientos y acción de los Apóstoles. San Pablo lo expresa así: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?” (Romanos 8, 35) De inmediato exclama: “Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás de amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”. (Romanos 8, 38-39)
3.- Dios es necesario a los hombres. Este tiempo es un encuentro con Cristo: la Palabra eterna del Padre. De su éxito depende el hallazgo de la Verdad. Todos desean – es comprensible - lograr “éxito” en la vida pero, con mucha frecuencia, chocan con inevitables fracasos existenciales; aunque quizás hayan triunfado en lo económico y en lo político. La depresión deriva en una enfermedad mental que puede desembocar en el suicidio. Se produce en ámbitos afortunados, con más frecuencia que entre los pobres. La poca referencia a lo trascendente debilita la resistencia moral de los más “fuertes”. Dios es necesario a los hombres. Cuando éstos depositan toda su seguridad en el dinero y en el poder, se internan en un peligroso tembladeral. Jesús, exhortando a la humildad, como pobreza de corazón, reubica a la persona humana, al relacionarla con su Creador y Redentor. La evangelización causa la recuperación de la centralidad de Dios en la vida personal y social. No obstante, el clima creado por la incredulidad - materialismo y relativismo - parece predominar en la actualidad. Es el gran enemigo del Evangelio. La gente respira una atmósfera asfixiante, para sus necesidades espirituales básicas, marcada por los “ismos” más dañinos: ateísmo y agnosticismo. Alejar a los hombres de Dios responde a un proyecto diabólico que Cristo vino a denunciar. Misión que transfiere a sus discípulos, y a quienes componen la Iglesia, tal como la necesita hoy el mundo. Una Iglesia pobre y dispuesta a sacrificarse por los hombres, como lo ha hecho su Señor y Maestro. Una Iglesia que cede ante el proyecto diabólico mencionado, se pone de espaldas a la misión que Cristo recibió de su Padre y le encomendó.
4.- El anuncio de la Pasión y Resurrección. Finalmente, el Templo del que había expulsado a los mercaderes, es imagen profética de su propio Cuerpo. Jesús aprovecha la ocasión para anunciar su Muerte y Resurrección: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos de dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él se refería al templo de su cuerpo”. (Juan 2, 18-21) El anuncio de la Pasión constituye el núcleo de la predicación de Jesús y de la Iglesia. La Cuaresma es preparación para celebrar la Pascua de Resurrección. Misterio que redime al mundo de su pecado y le otorga nueva Vida. El tránsito del pecado a la gracia, incluye la eliminación de todo mal y su principal consecuencia: la muerte. Cristo es el vencedor del pecado y de la muerte. La fe, como adhesión incondicional a Cristo, logra esa victoria en cada uno de los creyentes. Para ello, el mundo debe ser informado del cumplimiento de la Pascua de Cristo. A ello va el esfuerzo y empeño cuaresmal.+