Viernes 15 de noviembre de 2024

Francisco: Volvamos a poner la Palabra en el centro

  • 23 de enero, 2022
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
El papa Francisco presidió, en la mañana del 23 de enero, la Eucaristía en el marco del Domingo de la Palabra de Dios, y llamó a los fieles a "ser anunciadores creíbles y profetas de la Palabra".
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En el Domingo de la Palabra de Dios, el papa Francisco presidió la celebración de la Eucaristía y recordó que la misión de cada uno de nosotros es "ser anunciadores creíbles y profetas de la Palabra en el mundo", y volver a ponerla "en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia".

La celebración del Domingo de la Palabra de Dios se instituyó en 2019, con la firma de la Carta apostólica en forma de motu proprio "Aperuit illis", con el fin de resaltar la presencia del Señor en la vida de todos los fieles.  

En la homilía de la misa celebrada en la Basílica de San Pedro, el Santo Padre reflexionó sobre la liturgia del día destacando que en el centro de la vida del pueblo santo de Dios y del camino de la fe "no estamos nosotros", con nuestras palabras; sino Dios con su Palabra.

“Todo comenzó con la Palabra que Dios nos dirigió. En Cristo, su Palabra eterna, el Padre 'nos eligió antes de la creación del mundo'”, recordó el Santo Padre, e invitó a los fieles a tener la mirada fija en Jesús, acogiendo su Palabra y se detuvo en dos aspectos de ella que están unidos entre sí: "la Palabra revela a Dios y la Palabra nos lleva al hombre".

En primer lugar, la Palabra revela a Dios -explicó Francisco- subrayando que Jesús, al comienzo de su misión, anuncia una opción concreta: ha venido para liberar a los pobres y oprimidos.

“De este modo, precisamente por medio de las Escrituras, nos revela el rostro de Dios como el de Aquel que se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino. No es un tirano que se encierra en el cielo, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, sino Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas”, aclaró.

Asimismo, hizo hincapié en que nuestro Padre, "no es un Dios neutral e indiferente", sino "el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor." Y precisamente esta es "la buena noticia" que Jesús proclama ante la mirada sorprendida de todos: "Dios es cercano y quiere cuidar de mí, de ti, de todos. Quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su Palabra", aseguró.

En esa línea, Francisco exhortó a preguntarnos: "¿Llevamos en el corazón esta imagen liberadora de Dios, o pensamos que sea un juez riguroso, un rígido aduanero de nuestra vida? y ¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia, el Salvador que libera y cura o el temible que aplasta bajo los sentimientos de culpa?".

Y consideró que se trata de cuestiones fundamentales que nos recuerdan que para convertirnos al Dios verdadero, Jesús nos indica de dónde debemos partir: "de la Palabra" ya que "ella, contándonos la historia del amor que Dios tiene por nosotros, nos libera de los miedos y de los conceptos erróneos sobre Él que apagan la alegría de la fe, nutre y renueva la fe". Por eso, alentó: "¡Volvamos a ponerla en el centro de la oración y de la vida espiritual!". 

En cuanto al segundo aspecto: "La Palabra nos lleva al hombre", el Pontífice puntualizó que justamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce a un culto exterior, que no toca ni transforma la vida.

"La Palabra nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios. De este modo nos revela cuál es el culto que más agrada a Dios: hacernos cargo del prójimo".

Seguidamente, el Papa sostuvo que "la Palabra de Dios nos cambia" mientras que "la rigidez nos esconde". Y explicó que "lo hace penetrando en el alma como una espada", porque, "por una parte consuela, revelándonos el rostro de Dios, y por otra, provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones, poniendo en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender lo que no funciona del otro o de los otros".

Por eso -aseveró- nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas, detrás del “no hay nada que hacer” o del “¿qué puedo hacer yo?”. Nos exhorta a actuar, a unir el culto a Dios y el cuidado del hombre.

Finalmente, el Santo Padre propuso varias preguntas centrales en la vida como creyentes y miembros de la Iglesia: "¿Queremos imitar a Jesús, ser ministros de liberación y de consolación para los demás? ¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra; una Iglesia con capacidad de escuchar a los demás, que se compromete a tender la mano para aliviar a los hermanos y las hermanas de lo que los oprime, para desatar los nudos de los temores, liberar a los más frágiles de las prisiones de la pobreza, del cansancio interior y de la tristeza que apaga la vida?".

Y recordando que en esta celebración fueron instituidos lectores y catequistas, que están llamados a la tarea importante "de servir el Evangelio de Jesús, de anunciarlo para que su consuelo, su alegría y su liberación lleguen a todos", advirtió que "esta es también la misión de cada uno de nosotros: ser anunciadores creíbles, profetas de la Palabra en el mundo".

Por eso, exhortó: "Apasionémonos por la Sagrada Escritura. Dejémonos escrutar interiormente por la Palabra, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse", pidiendo nuevamente que "¡volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia!, escuchándola, rezando con ella y poniéndola en práctica".+