Viernes 15 de noviembre de 2024

Filósofos advierten: "El aborto no salva vidas"

  • 30 de noviembre, 2020
  • Buenos Aires (AICA)
"El aborto mata al niño, daña a la mujer, margina al padre de sus obligaciones de cuidado de ambos, desnaturaliza la función sanitaria del Estado y pervierte la vocación médica", afirman en una carta.
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La Red de Filósofos por la vida difundió una carta abierta con argumentos fuertes contra el nuevo proyecto para la legalización del aborto en el país.

En el texto, advierte sobre la ocasión, rechaza el “milagro” de la semana catorce, por considerarlo sin sustento biológico ni filosófico y apunta contra la falacia de la “salud pública”, entre otros cuestionamientos a la iniciativa  

"El aborto no salva vidas. El aborto mata al niño, daña a la mujer, margina al padre de sus obligaciones de cuidado de ambos, desnaturaliza la función sanitaria del Estado y pervierte la vocación médica", sostiene.

"Todo hombre es persona. Si los derechos humanos son universales -¡y tanto ha costado reconocerlo!- valen para todos. Y 'todos', debe ser 'todos'. La muerte de un inocente nunca será una solución", concluye.

Texto de la carta abierta

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La ocasión"
Este año hemos perdido a muchos de los nuestros por la enfermedad, hemos reducido la alegría de los encuentros con quienes amamos, hemos sufrido pérdidas económicas y sido amenazados por un sistema sanitario con múltiples nodos cercanos al colapso.

Estas circunstancias deberían habernos servido para celebrar y proteger la vida; para ahondar en la realidad insondable a la que cada vida humana nos abre y que se nos cierra cuando ella se apaga. También podría haber sido la ocasión de resignificar el valor de otros bienes que tienen a la vida por condición: nuestra prosperidad material, nuestras ambiciones profesionales, nuestras ansias de viajar y conocer, nuestro comprensible deseo de estabilidad y seguridad de cara al futuro.

En este contexto, cuando estamos atravesados por el dolor, resulta chocante que sea el mismo Poder Ejecutivo Nacional el que no sólo propicie, sino redacte y envíe esta ley de muerte con la irracional excusa de dar respuesta a un problema de salud pública. Por eso, nosotros -estudiantes, estudiosos y docentes de Filosofía-, nos volvemos a manifestar por la vida en oposición a un proyecto de ley de legalización del aborto, que sólo la ingeniosa hipocresía de los hombres puede llamar “interrupción del embarazo”.

Esto ya nos obligó a salir a la calle el año 2018. Hoy, volvemos a dejar nuestras tareas para poner nuestras reflexiones al servicio de los seres humanos más desamparados. Todos estamos involucrados cuando se vulnera el derecho de otro, más aún si ese que sufre el atentado es inocente, está indefenso y la tragedia se multiplica por miles. No podemos permanecer indiferentes cuando se pretende legalizar la muerte provocada. Como ciudadanos nos manifestaremos en las calles. Como amantes de la sabiduría queremos llamar la atención sobre cuatro “imposturas intelectuales” que a fuerza de circular terminan convenciendo a quien no se fija en lo esencial y se deja llevar por la corriente de las opiniones que retumban.

La idea de progreso en discusión
Es claro que la sabiduría puede sacar provecho y enriquecerse aun de las contrariedades e infortunios. Es más, eso distingue al sabio: sabe sacar provecho allí donde otros sólo beben la amargura de la desgracia. Pero otra cosa es que la sabiduría provoque o vaya a buscar los males para tener campo intelectual. Puede ser, por lo tanto, que a algunos el hecho de poner en cuestión si “toda vida vale” les haya hecho profundizar en el alcance o en la extensión de los derechos humanos o las obligaciones que surgen del reconocimiento de la dignidad humana. Es un provecho accidental.

Sin embargo corre la idea de que ya el mero discutir acerca de licitud del aborto es “un avance”, un progreso liberador de la inteligencia. Según esta idea, “poner en discusión” sería un paso adelante, siempre. ¿Es así? Si así fuera, debería estar agradecido a quien me roba por poner en cuestión mi idea de propiedad. También debería agradecer a contaminadores del mar por ayudarme a cuestionar la idea de “equilibrio ecológico”. ¿Agradeceríamos realmente al que nos engaña por liberar nuestra mente de la “idea de confianza”? La reflexión que precede a la traición, ¿es un avance en la comprensión del valor de la lealtad?

Sin dudas el intelecto humano tiene, como muestra la vasta tradición filosófica, un deseo natural de saber. En orden a saber, poner en cuestión lo cuestionable es avanzar, porque cae una falsa imagen no ajustada a la realidad. Esa falsa imagen nos impedía captar las cosas en toda su amplitud o complejidad. Pero conocer y profundizar no es sinónimo de “cuestionar” y “poner en debate”. La idea de que todo puede ser objeto de debate lleva precisamente a eso: a que todo sea tratado como objeto, incluso el propio hombre y el don irrecuperable de la vida. Por eso hay límites. ¿O no se trata de eso la aceptación generalizada de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?

Por ello sostenemos que un principio fundante de la Ética es que toda vida humana debe ser respetada. Sostenerlo y desarrollar todas sus virtualidades, sin beneficio propio y aún contradiciendo intereses económicos internacionales es el verdadero avance. Ahora, cuestionar lo incuestionable es retroceder, porque es justamente resistirse a aceptar lo real por algún deseo o prejuicio. Es evidente que la vida humana es un bien y debe ser respetado. De ahí la capacidad de reclamar frente a otro su respeto (derecho) y la obligación del otro de respetarla (deber). El reconocimiento de derechos y deberes, particularmente de los derechos de los más débiles y lejanos y los deberes de los más poderosos, es signo de nuestra humanidad. Cuestionar el intrínseco derecho a la vida, para ponerlo a disposición del deseo de otro, no es volvernos más humanos, es deshumanizarnos.

Por eso sostenemos que es absurdo ir contra las evidencias. La vida no se debate, lo que se debate son alternativas para sostener y continuar con la vida de la madre y el hijo frente a la multiplicidad de adversidades que pueden ir atravesando y los hacen especialmente vulnerables.

La paradoja de los tercero o cuartomundistas, antieurocéntricos y deconstructivistas
También en los foros nacionales se abre paso la idea de que nuestro país “retrasa” porque no hacemos como los “más avanzados del mundo”. La idea es simple. Sin embargo, ¿en qué aspecto hay que imitar al próspero para tener prosperidad? ¿En la manera de caminar o de vestir? La prosperidad puede tener muchas fuentes, pero no se ve qué tenga que ver el aborto con ellas. Aún más, el “invierno demográfico europeo” -que sí está relacionado con el aborto- es una de las causas de la pérdida de potencia de su economía.

Aún más: ¿es la prosperidad económica equivalente a la superioridad moral o legislativa? Claramente, no. De lo contrario, la riqueza se volvería inmediatamente un blanqueador moral. El éxito económico no es sinónimo de excelencia ética. Es claro que son aspectos distintos de la complejidad de la vida humana y que tales identificaciones son solo efectos de propaganda.

Sin embargo, lo que más llama la atención en esta forma tan elemental de pensamiento es que, muchas veces, es propuesta justamente por quienes sostienen un pensamiento “alejado de los centros de poder”, “nacional”, “latinoamericano” o aún “descolononizador”. Dicen que debemos pensar con independencia -cuando no oposición- a los centros intelectuales de aquel “primer mundo”, pero al mismo tiempo sostienen que nuestra legislación debería imitar la de aquellas latitudes. La evidencia de la contradicción es llamativa.

El “milagro” de la semana catorce: sin sustento biológico ni filosófico
El proyecto presentado dice que la persona que lleva adelante la gestación tiene “derecho a decidir y acceder a la interrupción de su embarazo hasta la semana CATORCE (14) inclusive, del proceso gestacional”. Reflexionemos al respecto.

Una persona tiene derecho a disponer de su cuerpo y sus funciones (digestión, circulación, sueño, gestación, etc.) durante todo el tiempo. No durante cierto tiempo. Por lo que, si se introduce una limitación, ésta debería estar debidamente justificada. En el caso de la “gestación” la fuente de la limitación en este proyecto, no podría ser más que los derechos de un tercero. El tercero no puede ser más que el objeto de la “gestación”, o sea los derechos del “gestado”. Ahora ¿quién es éste al que se le reconocen derechos? Claramente es una persona, si no, no los tendría. Y si es una persona ¿por qué tendría derechos a partir de ese punto y no previamente? Antes existía. Es evidente que se trata del mismo ser viviente que estaba allí el día anterior.

Si se tratara solamente de fisiología, todos los sistemas fisiológicos del gestado están completos en la semana octava. ¿Por qué demorar su protección, seis semanas hasta la 14? Pero, seriamente, ¿en dónde se ha afirmado que si no funcionan o están constituidos la totalidad de los sistemas fisiológicos no se es persona humana? ¿Acaso un hombre deja de ser persona y pierde sus derechos por no funcionar su sistema digestivo? Si un hombre tiene un paro cardíaco tratamos de ayudarlo, no de matarlo. No habiendo sustento real para tal diferencia, ¿podemos admitir que la diferencia en tener o no derecho a vivir sea una pura convención?

Desde otra perspectiva: no hay “gestación” sin “gestado”. Si la gestación lleva 14 semanas, el gestado también. ¿Por qué a las 14 semanas se le reconocen derechos que se le niegan a las 13? Si los derechos los tiene por ser un ser humano, es evidente que lo era ya con anterioridad. Si los derechos vienen de que se lo ame, se lo quiera, se lo desee o nos guste, no tiene la menor razón de ser la semana.

La falacia de la “salud pública”
Inicialmente, los argumentos pro-aborto o pro-choice giraban en torno a la negación del carácter de individuo humano del embrión (parte del cuerpo de la madre) o en torno de la necesidad social o la voluntad individual de regular la natalidad. Estos argumentos se oyen ya poco. Sobre ellos se apoyó la primera oleada de legislación del aborto en Europa Occidental, pero su tiempo pasó. Sólo las víctimas quedan. Esos argumentos fueron desacreditados por el avance en el conocimiento del proceso de desarrollo temprano de los seres humanos. También quedaron superados por las técnicas anticonceptivas y la mentalidad “tecnocrática” que se ha ido imponiendo socialmente.

En los últimos cuarenta años se abrió paso un argumento que podríamos llamar “sanitarista” y se puede resumir así: Existen abortos voluntarios clandestinos; esta condición de clandestinidad aumenta el riesgo de la salud de la madre, provocando una cierta cantidad de daños que pueden llevar a la esterilidad y aún a muertes evitables, si fueran hechos en condiciones de legalidad y con cobertura sanitaria estos daños y muertes no existirían. Por lo que, en nombre de la extensión del beneficio de la salud y del deber del estado de protegerlo y difundirlo, se debería legalizar el aborto y darle cobertura sanitaria.

¿No hay una terrible omisión en este razonamiento? ¿Qué implica esencialmente un aborto? Claramente y sin dar vueltas. El término inmediato y esencial de un aborto es la muerte de un ser viviente antes del nacimiento. Y debe ser la muerte… si se interrumpiera artificialmente la gestación, pero no le siguiera la muerte del gestado, no estaríamos ante un aborto. Podría ser un parto antes de término, podría ser una cesárea. Pero no un aborto. Tanto es así, que los partidarios de la legalización del aborto no quedan satisfechos si el niño sobrevive al “procedimiento”. Si aún, fuera de la intención de quienes la realizan, el niño sobrevive ya separado de su madre (los vivientes nos aferramos a la vida) los partidarios del aborto reclaman su muerte. Podríamos contar los truculentos casos tan cercanos a nosotros, argentinos, pero alguno diría que damos “golpes bajos”. El lector puede usar su imaginación, pero quedará corto.

Volviendo al “argumento sanitarista”, está claro que todo aborto implica una muerte, y muerte de un ser humano. Si un obstetra forzado a un hacer un aborto entregara un cuerpo de un gato, sería enjuiciado por fraude. El muerto debe ser un niño (no viable, para mayor precisión, aunque el límite de la viabilidad es móvil, pues depende del entorno tecnológico y el legal... dejemos ahí). Así, se ve el absurdo del argumento “sanitarista”. El completo cuidado de la salud pública implica cuidar también de la salud de los no nacidos. Sus afecciones, enfermedades, discapacidades o muertes también deben entrar en el balance de la salud pública.

De hecho, el cuidado de los no nacidos entra en los objetivos de la salud pública. Pero, para el “argumento sanitarista”, los no nacidos entran en el balance sanitario y su vida debe ser cubierta y protegida por el sistema de salud con dos excepciones: si tiene menos de 14 semanas y su madre pide su eliminación (sin justificación) o, si tiene más de 14 semanas, y la madre pide su fin con algún argumento como: “me deprime la idea de hacerme cargo o de entregarlo en adopción”. ¿Desde cuándo alguien cuenta o no para la Salud Pública según su edad o el bienestar que produce en otros? Si evitamos la discriminación de los nacidos contra los no nacidos (es evidente cuál es la parte más débil) no se puede omitir la vida de los seres humanos por nacer. Contados todos los seres humanos implicados en el aborto, el argumento sanitarista no se sostiene: el Estado debería eliminar con certeza e intencionalmente miles de vidas, para evitar algunos casos de muertes inciertas y no intencionales. Si se quisiera cuidar estas vidas, otras deberían ser las medidas, aún sanitarias.

EN EL FONDO, LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE “CIERTAS” VIDAS HUMANAS

Si los argumentos repasados, no por repetidos dejan de ser falaces, ¿por qué se siguen sosteniendo? ¿De dónde viene tanta promoción? Dejando de lados los intereses y motivos ocultos, que deben tratarse con otro abordaje, como filósofos podríamos señalar vetas de pensamiento subyacentes: la desacralización de la vida y la realidad; la pérdida del sentido de las trascendencias y el encierro en la voluntad individual, con el consecuente rechazo prometeico de cualquier instancia reguladora exterior al propio deseo potenciado contemporáneamente por la tecnología.

Pero, como docentes, también podemos ser más llanos y decir que tras estas falacias se oculta el motivo de siempre: los seres humanos solemos tentarnos con instrumentalizar al “otro”. El “otro” no vale o deja de valer en sí y pasa a valer en la medida en que me satisfaga. El “otro” es pensado como simple función del “yo”. La propia voluntad no quiere reconocer límite fuera de sí y reclama las garantías del cumplimiento de sus deseos, a las que puede llamar “derechos”, si sirve. En esta dinámica, si no soy protagonista, miro “para otro lado”, aliviado al menos por no ser la víctima de la instrumentalización. O, si miro más allá, me podría asegurar de que, no ahora, porque me repugna, pero quizá en algún incierto futuro, tendré a mano el “recurso, expeditivo” y si es posible, a costas de vida y del dinero de otros. Es la misma “vieja historia”. Por supuesto, no falta además quien de esta tragedia humana pretende sacar sus beneficios, contantes y sonantes.

Los representantes del pueblo y la Constitución Nacional
Para finalizar, alguna consideración desde las raíces filosóficas de la actividad política. Los representantes del pueblo son representantes de todo el pueblo, no sólo de los que están en edad de votar. Por eso, queremos confiar en que los representantes del pueblo tengan presentes a todos los niños, a quienes también representan, comenzando por los que por ser más invisibles, resultan más débiles, los que aún no han nacido. Tenerlos presentes de verdad, representantes, quiere decir que uds. votarán como si ellos también formaran ahora parte de su electorado.

Además, el ordenamiento jurídico constitucional argentino protege, sin excepciones, el derecho a la vida de todo niño desde el instante de su concepción. Así lo encontramos en las Disposiciones del Art. 2, Ley N° 23.849. Con la ratificación argentina de la Convención sobre los Derechos del Niño, y Art. 6.1 de dicho instrumento que goza además, de jerarquía constitucional en nuestro país (CN Art. 75, inc.22 ). De modo tal que, por si faltara algo para complicar más nuestra coyuntura y estructura jurídico legal, la sanción de una ley como la propuesta va en contra del mismo sistema jurídico argentino.

Llamado final
El aborto no salva vidas. El aborto mata al niño, daña a la mujer, margina al padre de sus obligaciones de cuidado de ambos, desnaturaliza la función sanitaria del Estado y pervierte la vocación médica.

Todo hombre es persona. Si los derechos humanos son universales -¡y tanto ha costado reconocerlo!- valen para todos. Y “todos”, debe ser “todos”. La muerte de un inocente nunca será una solución.

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