El Papa animó a los cristianos iraquíes a trabajar juntos por un futuro de fraternidad
- 7 de marzo, 2021
- Erbil (Kurdistán iraquí)
En la última cita pública de la visita del Santo Padre a Irak, Francisco celebró una misa en el estadio de Erbil, la capital de Kurdistán. "La Iglesia en Irak está viva", exclamó el pontífice.
“Trabajando juntos en unidad por un futuro de paz y prosperidad que no deje a nadie atrás y no discrimine a nadie”, pidió el papa Francisco en el saludo final a los cristianos iraquíes en la misa celebrada este domingo 7 de marzo en el estadio Franso Hariri, de Erbil, la capital de Kurdistán, el único acto en el que participaron miles de personas y pudo usar el papamóvil y no el auto blindado.
En las gradas más de 10 mil personas acompañan el paso del Papa con gritos de alegría y el ondear de banderas, mientras los jóvenes -muchos- lo siguen corriendo.
En el gran escenario blanco en el centro del Estadio, junto al altar, una presencia especial: la estatua de la Virgen de Karemlesh que, golpeada por la furia del autodenominado Estado Islámico, se quedó sin manos, un signo de los días dramáticos vividos durante el supuesto califato, pero también símbolo de la fe de quienes se ponen de nuevo en manos del Señor en todo caso.
Francisco llegó a Erbil procedente de Qaraqosh. Almorzó en el seminario patriarcal de San Pedro, el único en Irak. Tiene 14 seminaristas, algunos son de familias víctimas de Isis.
En su homilía, Francisco se inspira en el Evangelio que narra la expulsión de los comerciantes del templo para decir que, como quería para el templo de Jerusalén, Jesús “desea que nuestro corazón no sea un lugar de agitación, desorden y confusión”
“El corazón -dijo- debe limpiarse, debe ordenarse, debe purificarse. ¿De qué? De las falsedades que lo ensucian, de la duplicidad, de la hipocresía. Todos los tenemos. Son enfermedades que lastiman el corazón, que empañan la vida, la doblan”.
“Necesitamos ser limpiados de nuestras engañosas seguridades que intercambian la fe en Dios con las cosas que pasan, con las comodidades del momento. Necesitamos que las dañinas sugestiones de poder y dinero sean eliminadas de nuestro corazón y de la Iglesia”.
Para limpiar el corazón necesitamos ensuciarnos las manos: “Pero, ¿cómo purificar el corazón? Solos no somos capaces, necesitamos a Jesús. Él tiene el poder de vencer nuestros males, de curar nuestras dolencias, de restaurar el templo de nuestro corazón”.
“Dios no nos deja morir en nuestro pecado. Incluso cuando le damos la espalda, nunca nos abandona a nosotros mismos. Nos busca, nos sigue, para llamarnos al arrepentimiento y purificarnos”.
“Jesús no solo nos limpia de nuestros pecados, sino que nos hace partícipes de su propio poder y sabiduría. Nos libera de una forma de entender la fe, la familia, la comunidad que divide, que contrasta, que excluye, para que podamos construir una Iglesia y una sociedad abierta a todos y atenta a nuestros hermanos y hermanas más necesitados. Y al mismo tiempo nos fortalece, porque sabemos resistir la tentación de buscar venganza, que nos sumerge en una espiral interminable de represalias”.
“Con el poder del Espíritu Santo nos envía, no para hacer proselitismo, sino como sus discípulos misioneros, hombres y mujeres llamados a testificar que el Evangelio tiene el poder de cambiar vidas. El Resucitado nos hace instrumentos de la paz de Dios y de su misericordia, artesanos pacientes y valientes de un nuevo orden social”.
“La Iglesia en Irak, con la gracia de Dios, ha hecho y está haciendo mucho para proclamar esta maravillosa sabiduría de la cruz al difundir la misericordia y el perdón de Cristo, especialmente a los más necesitados. Incluso en medio de la gran pobreza y las dificultades, muchos de ustedes ofrecieron generosamente ayuda concreta y solidaridad a los pobres y los que sufren. Ésta es una de las razones que me impulsaron a peregrinar entre ustedes para agradecerles y confirmarlos en la fe y el testimonio. Hoy puedo ver y tocar que la Iglesia en Irak está viva, que Cristo vive y obra en este santo y fiel pueblo suyo”.
En el saludo al final de la celebración, Francisco se refirió a ese ecumenismo de la sangre del que hablaba a menudo. “Abrazo -dijo- a cristianos de diversas confesiones: ¡muchos aquí han derramado su sangre en el mismo suelo! ¡Pero nuestros mártires brillan juntos, estrellas en el mismo cielo! Desde allí nos piden que caminemos juntos, sin dudarlo, hacia la plenitud de la unidad”.
La misa de Erbil fue la última cita del viaje de Francisco a Irak. De Erbil regresó a Bagdad desde donde partirá hacia Roma.
“Irak -dijo en el saludo al final de la misa- siempre permanecerá conmigo en mi corazón”.
“Les aseguro mis oraciones por este amado país. De manera particular, rezo para que los miembros de las diversas comunidades religiosas, junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, cooperen para forjar lazos de fraternidad y solidaridad al servicio del bien común y de la paz. ¡Salam, salam, salam! ¡Shukrán! [Gracias] ¡Dios los bendiga a todos! ¡Dios bendiga a Irak! ¡Allah ma'akum! [Dios sea contigo]”.+