Queridas hermanas y hermanos:
Hoy la Diócesis de Quilmes cumple su 45° Aniversario. En la Catedral de la Inmaculada Concepción, hace 45 años era ordenado su primer pastor, el Siervo de Dios Padre Obispo Jorge Novak.
“A vos, María, confiamos la salud y la vida de nuestro pueblo” en este tiempo de pandemia, tan doloroso y a la vez desafiante para toda la sociedad. Como lo hiciera el Padre Obispo Novak, en los tiempos tenebrosos de la dictadura militar o en años de grandes crisis económicas que causaban el hambre del pueblo, acudiendo a los pies de la Virgencita de Luján, también nosotros venimos implorando la salud, el pan, el trabajo y la paz para nuestro pueblo argentino. Este año, nuevamente no podemos hacerla de un modo presencial pleno. Debemos cuidarnos unos a otros. Por eso optamos por transmitir esta Misa, agradeciendo al Rector del Santuario que nos facilitó los medios técnicos para llegar por las redes sociales a todos ustedes.
El 19 de septiembre de 1976, en el día de su ordenación episcopal, el Padre Obispo Jorge Novak comenzaba sus palabras citando al Apóstol Pablo: “Ay de mí si no predicara el Evangelio” (1 Cor. 9, 16) Creada la Diócesis por el Papa San Pablo VI, el nuevo obispo quiso hacer carne el espíritu de su reciente Encíclica “Evangelii Nuntiandi”. Seguramente calaron hondo en el alma de Novak las palabras de Pablo VI, cuando dice: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda” (EN 76)
El Padre Obispo Jorge supo vivir estas enseñanzas y las plasmó en la diócesis que inauguró confiando en la fuerza ardiente del Espíritu Santo. Su sucesor, el Padre Obispo Luis Stöckler y quien les habla, hemos sido beneficiados y heredamos la riqueza de una pastoral inspirada en las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Ser un obispo del Concilio Vaticano II fue su originalidad.
Venimos a dar gracias a Dios, por medio de la Virgen de Luján, por estos 45 años de vida eclesial.
“A vos, María, confiamos la salud y la vida de nuestro pueblo”
Como fruto de estos años de fecundad eclesial, te presentamos Virgencita de Luján al Padre Obispo “Maxi” Margni, obispo electo de Avellaneda-Lanús. El próximo viernes 24 está iniciando su ministerio episcopal en esa Iglesia hermana y vecina de Quilmes. Te damos gracias Virgen santa por el regalo de su vida (recientemente cumplió 50 años), y por el regalo de su ministerio sacerdotal desempeñado en varias parroquias de nuestra diócesis. El Papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de Quilmes, para compartir conmigo la misión pastoral, y ahora lo destina como pastor de Avellaneda-Lanús. Estamos agradecidos por poder entregarlo generosamente, aunque nos causa un desgarrón en el corazón, porque es mucho lo que lo apreciamos y lo sentimos como hermano muy cercano. Partir a otro lugar, es condición del misionero del Reino: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc. 16, 15) La alegría del Evangelio es la que nos anima “a seguir andando nomás” (Beato Enrique Angelelli).
“A vos, María, confiamos la salud y la vida de nuestro pueblo”
Estamos aquí también como una porción del pueblo de Dios que camina en los partidos de Berazategui, Florencio Varela y Quilmes. Pedimos por tantas familias que viven las consecuencias dolorosas y tristes de la pandemia, agravadas por una realidad de pobreza de varios años, necesitados urgentemente de la creación de fuentes de trabajo. Queremos dar gracias porque seguimos fortaleciendo nuestro sistema de vida democrático, luchando por una patria más justa, menos desigual, con más oportunidades, y trabajando por una recuperación socioeconómica en la que nadie quede excluido. Traemos a los pies de la Virgen a tantas hermanas y tantos hermanos que durante la larga pandemia han estado y están al servicio de todos, cada uno en su campo y especialidad, en el aspecto sanitario, en lo alimentario, en la seguridad, y procurando la participación de todos en la defensa de los derechos elementales de la persona humana. Viene bien recordar al Padre Obispo Jorge Novak, gran defensor del estado de derecho, que en uno de sus tantos escritos dice: “Profesamos la democracia y defendemos la democracia, porque amamos a nuestra patria. Patria y democracia significan, ante todo, la promoción del bien común. Patria y democracia significan trabajo, justamente remunerado, para todos los argentinos. Significan salud para todos. Significan vivienda digna. Significan escolaridad plena. Significan pasar de soluciones de emergencia a soluciones de fondo” (NOVAK. “Por los senderos del Evangelio” pag. 151)
“A vos, María, confiamos la salud y la vida de nuestro pueblo”
Desde hace ya cuatro años venimos transitando el camino de preparación para nuestro III Sínodo diocesano. Todas, todos fuimos convocados y hemos participado en la medida de nuestras posibilidades. Hemos transitado un camino valioso que nos permitió ponernos humildemente a la escucha de lo que el Espíritu dice hoy a la Iglesia.
La tormenta inesperada de la pandemia nos encontró en pleno andar. Comenzamos este año proponiéndoles un ícono bíblico para seguir haciendo camino inspirados y sostenidos por la mirada y la compasión de Jesús: «Al desembarcar –dice el evangelio según Marcos–, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor» (Mc 6, 34). Queríamos y queremos dejarnos movilizar por esa capacidad de Jesús para ver: para correrse del centro renunciando a sus planes y proyectos, para acoger incluso lo inesperado y hacer espacio –con una apertura franca, una mirada transparente– a su pueblo. Queríamos y queremos compartir la compasión de Jesús, que se deja conmover desde las entrañas, se deja movilizar en sus energías más profundas por ese pueblo que encuentra en su camino, y responde con misericordia, con la ternura y el coraje del amor, haciéndose cargo de sus cargas.
Desde ese lugar, también nosotros y nosotras hemos visto, hemos escuchado, nos hemos dejado movilizar. Y vimos, junto a nuestras comunidades, que todavía estamos haciendo frente a los desafíos de la pandemia. Que seguimos respondiendo a las muchas urgencias que esta nos plantea. Y seguimos acompañando, desde el dolor y la esperanza compartida, el duelo por tantos hermanos y hermanas que han fallecido en este tiempo.
Por eso, después de escuchar a la Comisión que desde el comienzo viene animando la preparación del Sínodo, a los sacerdotes y a las mismas comunidades de nuestra Diócesis, he decidido suspender y dejar sin efecto la convocatoria a nuestro III Sínodo diocesano. Y en cambio, quiero invitar a toda la Diócesis a entrar en un «camino sinodal», en una dinámica de comunión y participación que, con sus propios medios y herramientas, nos permita seguir haciendo camino juntos como pueblo de Dios.
Al comenzar este camino el Papa Francisco nos pedía no hacer un Sínodo para cambiar los muebles de lugar y, al final, dejar todo como estaba antes… Y él mismo nos ha dado el ejemplo con varias decisiones, ciertamente lúcidas y valientes, en este mismo sentido.
Por nuestra parte, no quisiéramos que, en medio de las dificultades y angustias de este tiempo, nuestro Sínodo termine siendo una reunión vacía, una formalidad sin raíces en la vida concreta de nuestras comunidades, un acontecimiento sin proyección ni futuro.
Porque creemos en la sinodalidad, porque creemos que Jesús nos ha convocado y reunido para caminar en comunión y en comunión ser hoy, en medio de nuestro pueblo, testimonio de su buena noticia, damos ahora este paso. No ha sido una decisión fácil, ni la hemos tomado de manera apresurada. Es fruto de mucha oración, reflexión y diálogo. Pero creemos que es el paso que podemos y debemos dar en este contexto.
Sin embargo, nada de lo que hemos hecho hasta ahora se pierde. Ninguna asamblea parroquial, ninguna consulta, ninguna palabra de las que hemos dicho y escuchado, va a caer en el olvido. Todo lo que hemos trabajado hasta el momento será recogido y servirá como punto de partida para el camino sinodal. Un equipo especialmente convocado, del que les hablaré en su momento, animará esta nueva etapa, un equipo que tendrá como una de sus principales responsabilidades escuchar y hacer oír la voz de todo el pueblo de Dios.
Cambian los instrumentos, los modos de trabajo, la organización de las tareas, pero la meta sigue siendo la misma: servir mejor al evangelio, con la mirada y la compasión de Jesús, en medio de nuestro pueblo.
Mons. Carlos José Tissera, obispo de Quilmes