Viernes 15 de noviembre de 2024

'No olviden a Ucrania, no nos abandonen en nuestro luto y dolor'

  • 23 de febrero, 2024
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
Ese fue el pedido desgarrador que hizo el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica ucraniana, Sviatoslav Shevchuk, en declaraciones a medios vaticanos. También agradeció la ayuda y la solidaridad.
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"Pedimos al Señor la paz para nuestro pueblo, pedimos que esta guerra termine cuanto antes, pedimos al Señor que nos proteja del sufrimiento, de la muerte. Pero es importante ser conscientes de que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Esto nos da esperanza", expresó el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica ucraniana, Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, en declaraciones a medios de comunicación vaticanos.

El primado también describió el anhelo de paz que habita en el corazón del pueblo ucraniano y es motivo de oración diaria, después de dos años del sonido de las sirenas y las explosiones que asolan el país a raíz de la invasión rusa.

-Beatitud, desde hace dos años, muchas personas en Ucrania se despiertan casi a diario con el sonido de sirenas y explosiones. Otros leen las noticias con preocupación. Los pensamientos de muchos se dirigen a sus seres queridos que están en el frente o en lugares muy peligrosos. ¿Adónde van sus pensamientos cuando se despierta y cuáles son sus primeras oraciones?
-La primera oración con la que me despierto por la mañana es la oración de acción de gracias. Porque realmente cada mañana, cuando te despiertas vivo, ya tienes un motivo profundo para dar gracias al Señor, para agradecerle el don del nuevo día, el don de la vida que tienes que transformar en el don de ti mismo a Dios, a tu Iglesia, a tu pueblo

Últimamente, encuentro el sentido de esta oración de acción de gracias en estas palabras del profeta Isaías: "Mientras aún hablas, te responderé: Heme aquí para ti" (cfr. Is 58, 9). Es algo que realmente me impresiona y da sentido a otras oraciones, porque es una palabra de esperanza: dice que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir.

Por supuesto, pedimos al Señor la paz para nuestro pueblo, pedimos que esta guerra termine cuanto antes, pedimos al Señor que nos proteja del sufrimiento, de la muerte. Pero antes de comenzar esta oración con nuestras peticiones, es importante ser conscientes de que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Esto nos da esperanza”.

-La guerra trae muerte, sufrimiento, provoca odio y crea graves problemas sociales. ¿Cómo intenta la Iglesia contrarrestar todo esto?
-Tengo que decir que, en estos dos años de invasión a gran escala –pero en realidad son diez años de guerra–, nuestra Iglesia ha desarrollado un cierto tipo de pastoral que puedo llamar pastoral del duelo, porque tenemos que acompañar a la gente que llora, a la gente que sufre, a la gente que llora por la pérdida de familiares, de su hogar, de su mundo. Es un reto, porque es muy fácil ser pastor de gente feliz. Quizá hoy la cultura occidental necesite, por así decirlo, una "pastoral del placer", una "pastoral de la comodidad", una pastoral del mundo del consumo.

El Santo Padre dice a menudo que esta pastoral significa advertir al hombre moderno contra esta cultura del derroche, que busca cada vez más placer con menos responsabilidad.

Pero, en el contexto de la guerra, tenemos que afrontar un desafío completamente distinto: cada día experimentamos la tragedia de la destrucción de nuestro país, de nuestras ciudades, cada día miramos a los ojos a la muerte y, por desgracia, todavía no tenemos una perspectiva clara de cuándo terminará esto. Así que nos enfrentamos a una situación de profundo dolor de nuestro pueblo y, a menudo, nos sentimos impotentes ante todo esto.

¿Qué podemos hacer? A veces se da prioridad a estar presentes, más que a hacer algo: estar presentes junto a las personas que lloran, intentando mostrar que el Señor está con nosotros. Encontrar palabras apropiadas para la madre que llora la muerte de su hijo, encontrar palabras para acercarse a un joven que ha perdido las piernas y no sabe cómo vivir, o a un niño que ha visto con sus propios ojos la muerte de su madre.

¿Qué puedes decirle a este pobre niño, que no sabe cómo tratar no sólo a los demás, sino también a sí mismo?

Esta pastoral del luto es un desafío, pero es también una pastoral de la esperanza, porque vemos que la fe cristiana nos llama a llevar la esperanza de la resurrección en medio del luto de la gente. Este es el contexto de nuestra vida, de la vida de la Iglesia y del anuncio del Evangelio, en esta gran tragedia de la guerra en Ucrania.

-También quería preguntarle ¿de dónde saca la fuerza –usted personalmente, los sacerdotes, las personas consagradas– para acompañar a la gente en estos tiempos oscuros?
-Debo confesar sinceramente que es un misterio. No lo sabemos. Sólo cuando volvemos la mirada a este tiempo de guerra ya transcurrido –dos años– podemos interpretar y comprender de dónde hemos sacado tu fuerza. Quizá sea la misma experiencia de la presencia de Dios que tuvo Moisés en el Sinaí, cuando el Señor le dijo: no puedes ver mi rostro y seguir con vida.

Sólo podemos reconocer esta presencia que nos inspira, que recarga nuestras fuerzas, mirando por encima de los hombros del Señor, que atraviesa tu dolor. Debo decir que hay ciertos momentos en los que uno se siente recargado: por supuesto, es la oración y los sacramentos de la Iglesia. Podemos reafirmar hoy esta famosa frase de los cristianos de los primeros siglos: "Sine dominico non possumus", es decir, sin la celebración de la Eucaristía no podemos vivir ni trabajar.

Luego, también la confesión frecuente: hay un gran redescubrimiento del sacramento de la reconciliación, que cura nuestras heridas espirituales, pero también las de la psique humana en general. Porque cada día vivimos en peligro inminente de muerte. Por ejemplo, no sé si seguiré vivo dentro de una hora: ésa es nuestra realidad. Por eso, debemos estar siempre dispuestos a morir y a presentarnos ante el rostro de nuestro Señor.

También hay un tercer momento que afecta a nuestra actividad: por supuesto, tras cada bombardeo, tras cada ataque con misiles, sentimos el miedo, sufrimos nuevas heridas psicológicas, pero es importante transformar esta energía del miedo en acción. Muchas personas han declarado que, después de cada ataque con misiles, notan un aumento de la actividad.

Esta energía que estalla dentro de ti, cuando oyes el estruendo de las explosiones y el temblor de tu casa, debe transformarse en una acción de solidaridad, de servicio: hacer el bien te ayuda a sanar, transformando tu dolor en solidaridad con los que lloran, transformando tu luto en caridad cristiana. Esta transformación del "ser" en "actuar", pero en acción positiva, constructiva, es algo que nos da esperanza. Quizá estas tres realidades puedan percibirse como el secreto de nuestra resistencia, el secreto de la esperanza cristiana del pueblo ucraniano de hoy.

-Entonces, ¿el pueblo ucraniano sigue teniendo esperanza, a pesar de que tiene todos los motivos para estar desesperado?
-Debo decir que estamos heridos, pero no desesperados. Como dice san Pablo, somos despreciados, pero no destruidos (cfr. 2 Co 4, 9). Cada día experimentamos la muerte de nuestro Señor Jesucristo en nuestra carne, para experimentar su resurrección. Las personas que creen en la vida eterna, las personas que creen en Cristo resucitado, encuentran esperanza.

Y debo decir que la esperanza no es un sentimiento vano, una confianza ciega en lo que no se conoce. No, ésa no es la esperanza cristiana. El sentido de la esperanza cristiana es la vida del Resucitado: sin duda resucitaremos.

Esta esperanza la llevamos ya en nuestro vivir de hoy, pero sólo se revelará plenamente en la vida venidera. Por eso, la esperanza cristiana es una virtud que implica tu voluntad, tu modo de pensar, tu razón y tus sentimientos. Así pues, es la esperanza cristiana la que nos abre nuevas perspectivas. En Ucrania se oye a menudo la frase latina "Contra spem, spero" (Espero contra toda esperanza), que también se convirtió en el título de un poema de la famosa poetisa ucraniana Lesja Ukrainka (1871-1913). Esperamos cristianamente contra una desesperación simplemente humana. Así, el ojo cristiano puede ver una luz de fe en estas condiciones, que quizá los no creyentes no puedan percibir.

-El Sínodo de los obispos greco-católicos de Ucrania, reunido a principios de febrero, tuvo como tema principal la pastoral familiar. ¿Cuáles son los principales retos en este ámbito y qué intentan hacer ustedes como Iglesia?
-Hoy, el plan pastoral de nuestra Iglesia, que acordamos en el Sínodo, puede resumirse en la perspectiva de curar las heridas del pueblo. Una de las prioridades de este enfoque pastoral es la atención pastoral a la familia en duelo. Es importante comprender cómo acompañar a la familia, y hemos hecho un análisis en profundidad de la situación en la vida de la familia ucraniana. En primer lugar, nos dimos cuenta de que la mayoría de las familias ucranianas viven, por desgracia, una situación de separación forzosa. Hoy en día, la mayoría de los hombres combaten.

Esto significa que estas familias viven sin la presencia diaria del padre. Luego, tenemos la emigración masiva: se calcula que 14 millones de ucranianos se han visto obligados a abandonar sus hogares. La gran mayoría se desplazó dentro del país, principalmente desde las regiones orientales a las centrales y occidentales. Después, casi 6 millones de personas abandonaron Ucrania.

Algunos regresaron, otros se fueron a otros países. Esto significa que estas familias están separadas, porque los hombres no pueden salir de Ucrania. La gran mayoría, el 80%, de los refugiados de guerra ucranianos en Europa, son mujeres jóvenes con sus hijos. Esta es la gran tragedia de la separación.

Las estadísticas oficiales nos dicen que en 2023 se registraron en Ucrania más de 170 mil matrimonios, la cifra más baja de la historia del país desde su independencia. De hecho, en algunos años, se registraron alrededor de 600 mil nuevos matrimonios.

Pero hay otra estadística que realmente nos asustó: además de los pocos matrimonios, también hubo 120.000 divorcios. Ante este gran reto, el Estado ucraniano ofrece ahora el matrimonio registrado en un día, es decir, las personas pueden solicitarlo por internet y, en un día, su unión civil estará registrada ante el gobierno.

Esto, por un lado, parece facilitar este registro civil del matrimonio, pero por otro trivializa el concepto mismo de familia. Si en un día se puede registrar, significa que al día siguiente los contrayentes se pueden divorciar, y algo importante se toma a la ligera, sin una implicación y responsabilidad profundas.

Hay también otra situación que nos da qué pensar. Antes de la guerra, los grandes retos eran dos tipos de familia: las familias disfuncionales, es decir, las que vivían una crisis, que estaban en el umbral del divorcio y a las que la Iglesia tenía que acompañar para reforzar ese vínculo familiar, y las familias de emigrantes, cuando la madre, la mujer, se iba a buscar trabajo a Italia, Grecia y otros países europeos, y el marido con los hijos se quedaba en casa. Traer a la madre de vuelta a la familia es realmente un reto: cómo reintegrar a estas personas en la sociedad ucraniana, en su propia familia.

Pero ahora tenemos cuatro nuevos retos de pastoral familiar. En primer lugar, tenemos familias que han perdido a un familiar, familias jóvenes, por ejemplo, una joven esposa que ha perdido a su marido y no puede explicar a sus hijos cuándo volverá su padre. A estas jóvenes viudas se las llama hoy en Ucrania "los tulipanes negros". Es realmente una tragedia y debemos acompañar a esas familias.

La otra tragedia es la de las familias de los heridos graves de guerra. Hoy, según las estadísticas oficiales, en Ucrania tenemos 200.000 personas, ex militares y civiles, gravemente heridas. Y la familia soporta toda la carga de acompañar y prestar asistencia social y médica a los heridos. A menudo, estas familias son abandonadas por el Estado, que no les proporciona una asistencia social adecuada.

Estos heridos graves, que necesitan cuidados médicos específicos, a menudo ni siquiera tienen comida suficiente. Se calcula que entre estos 200.000 heridos, 50.000 han perdido piernas o brazos, sobre todo los jóvenes, y necesitan rehabilitación y cuidados específicos.

Acompañar a estas personas significa no sólo tratar el cuerpo, necesitan terapia psicológica profesional, pero esto no funciona sin acompañamiento espiritual. ¿Y cómo acompañar espiritualmente a una joven de 23 años que ha perdido los brazos? Realmente es un gran reto. Luego, tenemos otras familias que han recibido la noticia de que uno de sus parientes ha desaparecido en el frente y no se sabe nada de él.

Oficialmente, hay 35.000 personas registradas como desaparecidas. ¡No te puedes imaginar el infierno que están viviendo la madre y el padre que no tienen noticias de su hijo o la mujer que vive sin noticias de su marido!

Imaginen a una mujer de 25 años con dos hijos, que dice: "No sé cómo rezar porque no sé si mi marido está vivo o muerto. ¿Soy viuda o no? ¿Cómo puedo organizar mi vida?". Esto se convierte en una tortura porque, cada día, cada mañana, el niño pregunta: "¿Cuándo vuelve mi papá?". Y esa mujer no sabe qué responder, no sabe cómo decirle a su hijo si su padre está vivo o muerto.

Cada vez que se anuncia un nuevo intercambio de prisioneros y aparecen personas que antes figuraban como desaparecidas, se reavivan estas esperanzas, pero junto a la esperanza, también hay dolor, decepción y un profundo sufrimiento. También tenemos otra categoría, que son las familias de los prisioneros de guerra, y acompañarlas es un reto muy difícil. Debo decir que, en cada parroquia que visito, se me presentan listas interminables de familiares que son prisioneros de guerra.

Recojo constantemente estos nombres, miro estos rostros de jóvenes y se los transmito al Santo Padre. Cada cierto tiempo escribo una carta con una nueva lista de prisioneros de guerra. Estoy profundamente agradecido al Santo Padre por su compromiso con la liberación de los prisioneros de guerra. De algunos sabemos dónde están, de otros no. Recemos para que un día puedan ser liberados y vuelvan a casa.

Esta es la imagen del sufrimiento de la familia ucraniana actual, así es como la guerra ha afectado al corazón de la sociedad ucraniana, es decir, a la familia. Otra dimensión de la vida en la sociedad ucraniana son los niños. Asistimos a un dramático descenso de los nacimientos en Ucrania. Según las estadísticas estatales, en 2023 nacerán 210.000 niños en Ucrania. Para 2024, sólo se esperan 180.000 nacimientos. Un tercio de lo que solía ocurrir en Ucrania.

Los niños de la guerra
Oficialmente, el gobierno ucraniano afirma que 527 niños murieron y 1224 resultaron heridos con diversos grados de gravedad. Obviamente, un gran crimen contra la dignidad del niño son las deportaciones por parte del gobierno ruso de niños ucranianos de las zonas ocupadas en Rusia y que luego fueron separados de sus padres. Las autoridades ucranianas afirman haber identificado y verificado información sobre casi 20.000 niños que fueron deportados a Rusia durante la guerra a gran escala. El número total de niños que, según fuentes rusas, fueron llevados de distintas formas desde los territorios ocupados a Rusia es de aproximadamente 700.000.

El gobierno ucraniano afirma que, hasta el 24 de enero de 2024, se habían denunciado 388 casos de niños en Ucrania, una cifra relativamente pequeña. Agradecemos que la Corte Internacional esté estudiando este fenómeno y lo califique ya de crimen contra la humanidad. Pero debemos rezar por estos niños porque se encuentran entre los más débiles y vulnerables y durante la guerra los que más sufren, los que reciben las heridas más devastadoras son los más débiles.

Este fenómeno de los niños de la guerra en Ucrania es otro desastre humanitario que nosotros, como Iglesia, debemos abordar hoy, debemos dar voz a estos niños silenciados, ayudar a los padres a encontrar a sus hijos y también acompañarlos. Conocí a algunos niños que habían sido deportados por los rusos y luego, a través de diversos mecanismos internacionales, incluida la misión del cardenal Matteo Zuppi, fueron devueltos a sus familias.

Estos niños realmente necesitan cuidados específicos, merecen una gran atención, un acompañamiento pastoral muy especial, porque en su corta edad han experimentado toda la crueldad humana posible que los adultos ni siquiera podemos imaginar, y algunos de ellos han sido explotados sexualmente. Este es un grito de dolor de Ucrania que el mundo entero debe poder oír y escuchar.

-¿Cuál es su mensaje a los católicos de todo el mundo dos años después del comienzo de la invasión a gran escala?
-Hagamos todo lo posible para poner fin a esta guerra sin sentido. Debemos buscar todos los medios para frenar al agresor, porque la guerra siempre trae consigo la muerte, la tragedia, la destrucción de la persona humana y de toda la sociedad. Me gustaría que nuestros hermanos y hermanas de Europa y de todo el mundo comprendieran hoy que la guerra en Ucrania no es la "guerra ucraniana", es decir, no es simplemente un fenómeno que pueda cerrarse dentro de las fronteras de nuestro sufrido país: es una realidad que está invadiendo el mundo, es como un volcán que ha entrado en erupción en territorio ucraniano, pero su humo y su lava van más allá.

Esta guerra tocará a todos tarde o temprano, no sólo al soldado en el frente y a su familia, sino también a todos los que viven cerca o lejos de las fronteras de Ucrania, a la sociedad europea e incluso a la sociedad mundial. Por eso pedimos solidaridad. No nos olviden, porque si nos olvidan y nos abandonan, este terremoto que estamos viviendo hoy en Ucrania sacudirá al mundo entero. Tenemos la esperanza de que la solidaridad realmente salve vidas, la solidaridad puede ayudarnos a encontrar soluciones que quizás hoy todavía no hemos encontrado.

“No olviden a Ucrania, no nos abandonen en nuestro luto y dolor”, concluyó.+ (Vatican News)