Viernes 15 de noviembre de 2024

Mons. Uriona: 'Hacer un acto de fe en los signos del Señor'

  • 10 de abril, 2024
  • Río Cuarto (Córdoba) (AICA)
"Pidamos al Señor que nosotros también podamos hacer ese acto de fe y decirle aun sin verlo a Jesús: 'Señor mío y Dios mío'", sostuvo el obispo de Río Cuarto.
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En el segundo domingo de Pascua, monseñor Adolfo Uriona, obispo de Río Cuarto, celebró una misa en la parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, de la localidad de Las Higueras (Córdoba).

En su homilía, señaló que “la Pascua es la fiesta central de nuestra fe, junto con la fiesta de la Navidad. Hoy concluye la octava de Pascua, es decir, el octavo día donde celebramos el mismo día de la Resurrección del Señor, el día de la Pascua. Esto conviene decirlo muy bien, porque es un tiempo fuerte, un tiempo clave en la vida espiritual y de fe de todo cristiano y de nuestra Iglesia”.

Asimismo, remarcó que también “el papa san Juan Pablo II instituyó este día como el Día de la Divina Misericordia, trayendo esa devoción bajo las visiones que tuvo Sor Faustina Kowalska, allá en Polonia, y difundiendo en todo el mundo ese atributo, que es el principal atributo de Dios: la misericordia. Todos los Papas de antes, pero sobre todo desde Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco, constantemente nos hablan de la misericordia”.

 Sobre el Evangelio del domingo, el obispo de Río Cuarto dijo que “Jesús entra en la casa estando las puertas cerradas, o sea que el resucitado tiene otra figura distinta; es el mismo, pero no igual para nada; entra y se aparece en medio de los discípulos. Y vamos a ver que hay varios elementos que han aparecido anteriormente, sobre todo en el Evangelio de san Juan, en los discursos de la última cena, como un esquema de promesa y cumplimiento”.

“Jesús les había dicho en la última cena: ´Les dejo mi Paz, les doy mi Paz, pero no como la da el mundo´. Cuando se aparece a los discípulos les dice: ´La Paz esté con ustedes´; esa paz que no viene de nuestras convenciones, de nosotros, sino que es la paz que viene de Dios, esa paz que viene de lo alto”.

“El otro elemento de la última cena y fundamental es la alegría. Jesús les dice: ´Ustedes ahora están tristes porque yo les digo que me voy, pero volveré y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar´. Las alegrías de este mundo son siempre efímeras, son siempre temporarias, pasan. En cambio la alegría auténtica que nos trae el Resucitado es permanente”, destacó Uriona.

“Por eso, dice que los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Esa alegría la experimentaron ellos con una promesa del Señor que les había hecho unos días antes, en la noche de la última cena. Y después, dice que sopló sobre ellos el Espíritu Santo, también en la noche de la última cena.” 

“Jesús, en distintos momentos de la última cena, les promete el Espíritu Santo y ahora dice que sopla sobre ellos, y que reciban el Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo que reciben, y son enviados. Así como Jesús fue enviado por el Padre, ahora envía a sus discípulos para que anuncien a todo el mundo la realidad de la resurrección, la realidad del reino de los cielos que Él vino a traer”.

Luego, reflexionó sobre “la segunda parte del relato, que es la de Tomás, que es un personaje muy pintoresc y que está evidentemente en comparación con el discípulo amado. Si ustedes recuerdan, el domingo pasado dice que cuando corrieron al sepulcro lo vieron vacío y el discípulo amado entró, dice que vio las vendas en el suelo, y que él vio y creyó”.

“Ese fue el signo para hacer el acto de fe. En cambio, Tomás no. Cuando no estaba entre ellos en la primera aparición de Jesús, a los ocho días se aparece Jesús, y los otros le dicen: ´Mirá, hemos visto al Señor´, y él les dice: ´Si yo no pongo mis dedos donde estaban los clavos, si no pongo la mano en su costado, no lo creeré´. Esto, para responder a tantas personas a las que, también en la época de Juan y hoy, y en todos los momentos de la historia, les cuesta creer en la realidad de la resurrección del Señor y quieren signos visibles, ver y tocar”.

“Cuando Jesús se aparece nuevamente, dice: ´Bueno, vení Tomás, aquí estoy, acá están mis manos, aquí está mi costado, y en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe´. Y dice que Tomás hace el gran acto de fe, que es: ´Señor mío y Dios mío'. ¿Ven?: Jesús le dice: ´Felices los que creen sin haber visto´. La fe fundamentalmente parte de la Palabra de Dios, parte de la escucha, de la predicación. Y la fe no es ver, sino hacer el acto de fe en vista a los signos que el Señor nos propone”, sostuvo el obispo de Río Cuarto.

Por último, señaló los signos que Jesús resucitado nos da: “Cuando uno ve, por ejemplo, en el caso de los mártires que entregan su vida por Cristo, dándolo todo por Él; bueno, ese es un signo de que Jesús está vivo, de la presencia del resucitado. Cuando uno ve personas que por su fe se dedican a los otros, entregan su vida, ya sea por los enfermos, por los discapacitados, por los pobres, son signos de que Jesús está vivo”.

“La fe, entonces, no es cuestión de cosas sensibles, no es cuestión de ver y tocar a Jesús. Lo vieron Caifás, lo vio Judas, compartió con él tres años o más, lo vio también Pilatos, y ninguno creyó. La fe viene como don del Espíritu Santo y también como desafío del hombre que se entrega al Señor a través de ese acto de fe”, añadió.

“En este día, pidamos al Señor que, alimentados de esta palabra y después de la Eucaristía, nosotros también podamos hacer ese acto de fe y decirlo aun sin verlo a Jesús: ´Señor mío y Dios mío´”, concluyó el diocesano. +