Mons. Puiggari: "Madre del Rosario, acércate aun más a nosotros"
- 8 de octubre, 2020
- Paraná (Entre Ríos) (AICA)
La arquidiócesis de Paraná celebró el miércoles 7 de octubre a su Virgen Patrona, Nuestra Señora del Rosario. Hubo una caravana y la misa central estuvo presidida por monseñor Puiggari.
Con una caravana encabezada por la imagen de Nuestra Señora del Rosario, que recorrió todas las parroquias de la ciudad escoltada por los fieles, la arquidiócesis de Paraná comenzó el 7 de octubre las celebraciones en honor de su Virgen Patrona.
La caravana partió desde la catedral a las 9 y pasó por los frentes de las 25 parroquias. A su paso, los fieles congregados en los templos respetando los protocolos de prevención y sanidad, saludaron a la Virgen.
La misa central fue celebrada a las 17 en la catedral, por el arzobispo de Paraná, monseñor Juan Alberto Puiggari, con presencia reducida de fieles. Concelebraron la Eucaristía miembros del clero local. La celebración comenzó con el ingreso de la imagen de la Virgen, que fue recibida con aplausos y vivas.
En su homilía, monseñor Puiggari expresó: “En un año muy especial y de una manera impensada estamos celebrando esta fiesta tan querida de Nuestra Señora del Rosario, patrona y fundadora”.
“Nuestros corazones están llenos de distintos sentimientos, muchos pedidos, como hemos escuchado a lo largo de esta mañana. Pero sobre todo de gratitud a nuestra Madre”. Por eso, pidió, “permítanme que en este año, más que una homilía en que hablamos de ella, hablarle a ella en nombre de todos ustedes”.
“Querida Madre del Rosario, Nuestra Señora del Evangelio, de la redención y de la gracia. Una vez más venimos como pueblo, como Iglesia, junto a ti. En estos tiempos inciertos, marcados por el cansancio, la distancia, el sufrimiento, necesitamos renovar nuestra vida, reencender nuestra esperanza, y te buscamos a vos, maestra de vida. En tu mirada queremos aprender a contemplar para ser capaces de abrazar compasivamente nuestra historia, contemplar hacia dónde debemos ir”, expresó.
“En tu anunciación percibimos nuestras anunciaciones de nuevos nacimientos para estos tiempos. Al mirarte, y al ver la obra realizada en vos, nuestra esperanza se acrecienta y nos recuerdas que el poder divino sigue escogiendo lo débil, lo poco llamativo”, reconoció.
“El Señor puede seguir haciendo en esta nueva situación del mundo lo que hizo en tantas oportunidades: la esperanza orienta nuestras miradas a las posibilidades omnipotentes de Dios, no a nuestras fuerzas. El hacer memoria encierra una fuerza capaz de despertar anhelos y sueños ya dormidos. De pronto, todo cambia de perspectiva y de significado. La impotencia pierde su poder de muerte para convertirse en ocasión de irrupción de Dios, dador de vida y fecundidad”, advirtió.
“Queremos ser instrumentos tuyos, Madre, para cambiar este mundo. Sabiéndonos pequeños, muy poca cosa. Este mundo que cada vez más, por alejarse del Padre, va hacia la destrucción”, consideró.
“El evangelista Juan, nos conmueve al presentarte al pie de la cruz: la mujer fuerte, con fe, de una esperanza absoluta, totalmente abandonada a Dios. Tu virginidad, tu nuevo fiat, Madre, al pie de la cruz, nos engendró como hijos tuyos. Gracias”, manifestó.
“La vida se juega entre el silencio y la palabra”, afirmó el arzobispo. “Supiste, Madre, guardar silencio en situaciones que no comprendías tanto, como supiste discernir cuándo era tiempo de preguntar, de intervenir, de cantar, de alabar. Madre, que seamos valientes para escuchar y valientes para proclamar el Evangelio. No esperamos lo que vendrá de un futuro, nosotros esperamos que se manifieste lo que ya está presente y aún no somos capaces de percibir. Todo está aquí. Es nuestra certeza. Tu fe es haber ya puesto la mirada en la certeza de una presencia. Tu ‘sí’, Madre, es haber puesto la mirada en la unión con Él. Esa es tu verdad, esa es simplemente nuestra tarea. De lo demás, se irá encargando el Señor”, aseguró.
“Madre, no quedaste ensimismada en la grandiosidad de lo que te envolvía. Expandiste tu corazón y saliste al encuentro de Isabel. De la experiencia que otros estaban haciendo de Dios, en medio de esterilidades. Señora de la Visitación, de la prontitud, señora del camino: Vas donde la vida se está gestando, se está dando a luz, deseosa de encontrarte allí donde el misterio de Dios se abre paso, floreciendo en nueva humanidad”, destacó. “Que seamos como vos, nuevos mensajeros, que exultan y saltan de gozo porque ya no pueden contener la buena nueva que deben anunciar con su vida y con su palabra”, anheló.
“Tu actitud nos enseña a amar a los demás como a nosotros mismos, amarlos como parte de un mismo ser. Nunca dejar de amar a todos, a nadie excluir del corazón. Ayúdanos a ser solidarios”, pidió. “Madre, nuestra fe, donde está anclada, y nuestra esperanza, madura y se manifiesta en el modo como vivimos lo que hoy nos toca atravesar, en el modo como atravesamos esta vida concreta. ¿Dónde está nuestra mirada? ¿En la cotidianeidad y cercanía de nuestros hermanos de rostros concretos, manos abiertas? ¿O en la alienación autorreferencial que nos distancia, enfrenta y angustia nuestro corazón? ¿De qué nos alimentamos cada día?”, planteó. “Venimos Madre, a amasar con vos el pan nuestro de cada día, y a alimentarnos de él”.
“María, tú sabes de lo que es capaz el Espíritu. Ahora se nos invita a nosotros a vivir un nuevo Pentecostés. Pedimos que en nuestra Iglesia Madre, irrumpa un soplo vital que traiga nueva vida, lenguas de fuego, que posen sobre cada uno y todos, llenos de un Espíritu que es Santo, y como el primer Pentecostés, hablar distintos idiomas: el adecuado, para que el hermano pueda entendernos, soltando nuestros idiomas a veces incomprensibles”.
Finalmente, el prelado consideró: “Qué bien, tal vez, nos venga en estos tiempos el lenguaje de los barbijos, que cubren nuestros labios y abren nuestros ojos. Ese lenguaje nuevo de la contemplación que debemos aprender, lenguaje de miradas atentas, abarcativas, receptivas, de ojos abiertos y abarcativos, donde todo hermano se siente cobijado, abrazado, no juzgado y menos condenado. El lenguaje de saberse en casa, de sentirse en el hogar, de miradas incondicionales en las que nos atrevemos a expresar lo que vive nuestro corazón”.
“Queremos ser una Iglesia que anhele la santidad. Es la respuesta de Dios a esa crisis profunda. Que sea una comunidad evangelizadora, eucarística y misericordiosa, profundamente creyente, celebrante y orante. Misionera, en salida a las periferias existenciales. Una comunidad que, como en Caná, transforme el agua del conformismo y de la rutina en el vino nuevo de la alegría de quien se siente discípulo misionero de tu hijo”, rezó. “Madre del Rosario, acércate aun más a nosotros, únenos en la tierra y llévanos contigo al Cielo. Madre, nuestra esperanza”.+