Viernes 15 de noviembre de 2024

Mons. Castagna: "La venida del Espíritu, don de Cristo resucitado"

  • 16 de abril, 2021
  • Corrientes (AICA)
"Pentecostés es el cumplimiento de la principal promesa de Jesús, a la que le atribuye una trascendencia inigualable", destacó el arzobispo emérito de Corrientes en su sugerencia para la homilía.
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El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó que “la costumbre, ya institucionalizada, de invocar al Espíritu Santo, como paso previo a grandes acontecimientos eclesiales, indica su importancia”.

El prelado lamentó, sin embargo, que “para muchos se convirtió en una formalidad, desprovista de auténtica incidencia en la vida de los bautizados”.

“No debe ser así. Jesús resucitado saluda a sus consternados discípulos -con la paz– y les infunde el Espíritu Santo: ‘Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo’”.

“Pentecostés es el cumplimiento de la principal promesa de Jesús, a la que le atribuye una trascendencia inigualable: ‘sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a Ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré’”, concluyó.

Texto de la sugerencia
1.- El primer grupo de creyentes.
La Liturgia nos permite recorrer las semanas previas a la Ascensión. Es preciso contemplar, desde la fe, aquellas apariciones de Jesús resucitado que producen un clima eclesial genuino. La pequeña comunidad de discípulos, incluidas las santas mujeres, constituye el primer grupo consolidado de creyentes. Su misión será la difusión de la Buena Noticia. La misma supone un ejercicio de la fe más que una formal exposición doctrinal. Jesús resucitado se ocupa personalmente de ejercitarlos en la fe pascual. Para ello, no repite lo que ya les enseñó sino que produce gestos que los acerquen a la realidad de su estado de resucitado: “Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies”. (Lucas 24, 39-40)

2.- Es Él mismo, glorificado por la resurrección. La resistencia a creer lo que ven coloca, a aquellos hombres y mujeres, al borde de la incredulidad. Jesús no les da tiempo y avanza con un gesto directo e irrefutable: “Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?” Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos”. (Lucas 24, 41-42) ¿Quién puede dudar de que sea Él, con su verdadera humanidad, aunque transformada por la Resurrección? La ausencia de humildad –propiedad de los verdaderos sabios- encierra a muchas personas en un empecinamiento incomprensible, aun ante los hechos verificados por los sentidos. Se deduce que no es el hecho milagroso el que convence de la verdad. La humildad, o pureza de corazón, constituye la condición indispensable para reconocer la verdad cuando aparece. La fe, cuna de la humildad, predispone a trascender lo sensible y a percibir, sin dudarlo, el Misterio de Cristo resucitado, anunciado hoy al mundo por la Iglesia, fundada en los Apóstoles.

3.- El poder de Cristo resucitado. Esas apariciones abren perspectivas que acompañarán a sus discípulos en lo sucesivo. Para ello, el poder de Cristo resucitado actúa con eficacia redentora: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras…” (Lucas 24, 44-45) El texto evangélico concluye con el mandato misionero: “…en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”. (Ibídem 24, 47-48) El clima que Jesús resucitado crea entre sus discípulos, regirá en lo sucesivo a la Iglesia naciente, especialmente cuando el Espíritu Santo prometido llegue a confirmar la obra del Maestro divino. A partir de Pentecostés, aquella semilla eclesial, fecundada por el Espíritu Santo, es constituida en Madre prolífera de santos. La fidelidad a la gracia del Espíritu es -y será siempre- su principal y exclusiva tarea.

4.- La venida del Espíritu, don de Cristo resucitado. La costumbre, ya institucializada, de invocar al Espíritu Santo, como paso previo a grandes acontecimientos eclesiales, indica su importancia. Para muchos, lamentablemente, se ha convertido en una formalidad, desprovista de auténtica incidencia en la vida de los bautizados. No debe ser así. Jesús resucitado saluda a sus consternados discípulos - con la paz – y les infunde el Espíritu Santo: “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo…” (Juan 20, 22) Pentecostés es el cumplimiento de la principal promesa de Jesús, a la que le atribuye una trascendencia inigualable: “Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a Ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré”.+