Mons. Castagna: 'La Eucaristía recupera la Navidad'
- 23 de diciembre, 2023
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes destacó que "la Eucaristía logra recomponer la Navidad en el corazón de un mundo aterido por la incredulidad y la indiferencia".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, aseguró que “la Navidad es de todos” y explicó: “Nos referimos a la que crea vínculos firmes con el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios y de su prodigioso Nacimiento”.
“Es triste que se la adueñen quienes la deforman”, lamentó en sus sugerencias para la homilía de Navidad.
"Los cristianos tienen el deber de celebrarla de verdad. La Eucaristía logra recomponer la Navidad en el corazón de un mundo aterido por la incredulidad y la indiferencia”, sostuvo.
El arzobispo señaló que “la Liturgia de la Iglesia Católica nos conduce, mediante la Eucaristía, a introducirnos en el pobre recinto de Belén, para adorar al Niño que reposa en el pesebre”.
“Allí están María y José, silenciosos adoradores de Dios, encarnado y nacido. Son modelos -a quienes se agregan los pastores y los Reyes Magos- de los auténticos celebrantes”, agregó.
“Es preciso, como lo hacía San Francisco de Asís, imaginar la escena original, como aún saben hacerlo los niños y los pobres”, concluyó.
Texto de las sugerencias
1.- Vengan a adorar al Niño recién nacido. Frente al pesebre, junto a María y a José, la Iglesia pone al mundo de rodillas. Con los pequeños de corazón, y por ello colmados de sabiduría, estamos invitados a la acción de gracias y a la adoración. El Apóstol y evangelista San Juan manifiesta su genial intuición de fe, al redactar el prólogo de su Evangelio. Un olvidado clérigo, bastante romántico, ha dicho una verdad admirable: “Este texto es preciso leerlo de rodillas”. Sin duda la contemplación es el grado más alto de toda reflexión teológica. Juan demuestra que si el teólogo no reza está inhabilitado para comprender y transmitir el misterio revelado. Este Apóstol predilecto dispone de los mejores términos para formular lo que contempla. Su prólogo desarrolla la teología del Verbo encarnado no dejando, ninguno de sus esenciales aspectos, fuera de su comprensión: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. (Juan 1, 1)
2.- El Hijo de Dios convertido en Hijo del hombre. La Navidad, que hoy celebramos, ha sido precedida por un Adviento desbordado de gracias y posibilidades. Su aprovechamiento dependió de quienes lo han celebrado. De todos modos, podemos aún postrarnos ante el Pesebre y a adorar al Dios hecho un frágil Niño. Quienes, junto a María y a José, acudieron al Pesebre, descubrieron al Hijo de Dios iniciando su vida de Hijo del hombre. En Él, sumido en la pobreza de nuestra carne, pero inocente de nuestros pecados, acontece la salvación del mundo. La importancia de la fecha cronológica procede del Nacimiento del Salvador. No es el invento de quienes intentan aprovecharse de una popular festividad para lucrar económicamente. El hecho mismo constituye “la plenitud de los tiempos” en el que Dios interviene para salvar su mejor obra creada: el hombre. Para ello, Dios mismo se hace presente, en su Hijo divino encarnado, causando el admirable acontecimiento que hoy celebramos. Es humanamente increíble lo que Dios hizo en ese misterioso día. El Verbo se hace carne, para habitar entre nosotros. En Él, Dios está entre nosotros para hacerse cargo de nuestro reencuentro con Él mismo.
3.- Con los niños y los pobres adoremos a Jesús. Es preciso que nuestra sociedad cobre conciencia, en cada hombre y mujer, del Hecho que ha cambiado su historia. Para ello, le será necesario recuperar el sentido de la Navidad. Quienes hemos sido beneficiados con el don de la fe, mediante el bautismo y la comunión con la Iglesia, debemos asumir la responsabilidad de ser testigos del Misterio. El mundo lo necesita, y el mandato de Jesús resucitado urge, en esta terrible emergencia, a quienes creen. La devoción simple y tierna del pueblo ilumina nuestro sendero de fe. Que, con los niños y los pobres, sepamos postrarnos ante el Niño, Dios eterno y recién nacido de María Virgen. El oropel que rodea las románticas fiestas del llamado “primer mundo” no coincide con la verdadera Navidad. Al Niño Dios casi no se lo menciona. Quien ha venido a recuperar la imagen de Dios, en la persona humana, es ignorado o reemplazado. Es preciso que la Iglesia se haga cargo de recordar al verdadero protagonista de la Navidad. Lo hace distanciándose de sus falsificaciones actuales. La reivindicación de la Navidad es un deber de justicia. Nos han robado la Navidad y ni siquiera sabemos reclamarla, como la Argentina a sus Malvinas.
4.- La Eucaristía recupera la Navidad. La Navidad es de todos. Nos referimos a la que crea vínculos firmes con el Misterio de la Encarnación del Verbo de Dios y de su prodigioso nacimiento. Es triste que se la adueñen quienes la deforman. Los cristianos tienen el deber de celebrarla de verdad. La Eucaristía logra recomponer la Navidad en el corazón de un mundo aterido por la incredulidad y la indiferencia. La Liturgia de la Iglesia Católica nos conduce, mediante la Eucaristía, a introducirnos en el pobre recinto de Belén, para adorar al Niño que reposa en el Pesebre. Allí están María y José, silenciosos adoradores de Dios, encarnado y nacido. Son modelos - a quienes se agregan los pastores y los Reyes Magos - de los auténticos celebrantes. Es preciso, como lo hacía San Francisco de Asís, imaginar la escena original, como aún saben hacerlo los niños y los pobres.+