Mons. Castagna: "La educación de una libertad saneada por Cristo"
- 10 de julio, 2020
- Corrientes (AICA)
"La denominada 'libertad', convertida en libertinaje, se manifiesta opuesta a su verdadera naturaleza y conduce inexorablemente a la esclavitud", advirtió el arzobispo emérito de Corrientes.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que la educación ocupa “un sitio propio e intransferible”, por lo que advirtió que “cuando se la descuida, la persona humana sufre un perjuicio irreparable en su más cara prerrogativa: la libertad”.
“Nos encontramos en un mundo que ha perdido el rumbo, en muchos de sus integrantes. Se ha mal usado la libertad, mediante opciones erráticas, y sus consecuencias se hacen sentir y prevalecen trágicamente”, lamentó.
El prelado sostuvo que “la Palabra de Dios, encarnada en Cristo, viene a resolver ese desarreglo grave, causado por el pecado, restituyendo la dignidad del hombre en un correcto ejercicio de su libertad”.
“La denominada ‘libertad’, convertida en libertinaje, se manifiesta opuesta a su verdadera naturaleza y conduce inexorablemente a la esclavitud”, aseveró, y completó: “Es terrorífica la experiencia contemporánea: los ídolos del dinero, del placer y del poder, ponen de rodillas a innumerables hombres y mujeres, tanto jóvenes como adultos”.
“La fe se interpone saludablemente en ese enjambre enloquecido, reconstruido continuamente. La gracia de Dios, a la que la fe conduce a los creyentes, cambia los corazones y abre un sendero directo a la verdad y a la santidad”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- Terreno preparado para que germine la Palabra. El lenguaje de las parábolas presupone la simplicidad de un corazón puro. ¡Qué difícil es hallarlo en una sociedad entorpecida por complicados obstáculos! Todos ellos tipificados por el Señor en esta parábola. La semilla es la Palabra, se la entiende venida de Dios, y es incomprendida por quienes disponen de un terreno contaminado, incapaz de ofrecer las adecuadas condiciones para su germinación. Para sembrar la Palabra, es preciso preparar el terreno. Es urgente limpiarlo de piedras, de malezas espinosas y de un estado del camino, transitado continuamente por apresurados viajantes. Está vigilado por aves hambrientas, dispuestas a arrebatar la semilla y devorarla. Es así como el divino Maestro desarrolla su pensamiento y enseñanza. Es preciso escuchar la explicación que ofrece, en la intimidad, a sus más cercanos discípulos (Mateo 13, 18-23). La complejidad de la vida moderna confunde al hombre actual y lo inhibe para una evolución integral y armoniosa. Ese estado de cosas se pone de manifiesto ante la mirada menos escudriñadora. Si nos disponemos a edificar sobre la roca y la verdad, debemos decidir un cambio de rutina que arranque de una sincera remoción de inconvenientes, y que logre mejorar el terreno de nuestro corazón.
2.- Para preparar los corazones. Para ello se impone tomar algunas medidas pedagógicas claras y decisivas. El mensaje a transmitir reclama, de sus expositores, que aprendan lo que deben ofrecer a sus comunidades o sectores específicos. Están comprendidos: las familias, los profesionales de la educación, los medios de la comunicación y el periodismo, el ejercicio del ministerio de la Palabra y su orientación hacia un compromiso cristiano en tiempos de crisis, como los actuales. La diseminación de la Palabra, almacenada en los depósitos bien custodiados de la Iglesia, debe ser antecedida y acompañada por un empeño eficaz, de tal modo que la vida personal y social constituya un terreno apto para su cultivo: “Y el que la recibe (a la Palabra) en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”. (Mateo 13, 23) Las condiciones adversas, descritas acertadamente por Jesús, traban el normal crecimiento de la semilla y, desde diversas situaciones erráticas, la inutilizan hasta destruirla. El peligro existe y no parecen visualizarse nuevas y eficaces perspectivas que lo neutralicen. El bien, como la verdad, se esconde tímidamente en esa enorme galería de intereses y teorías ideológicas. No obstante, el intelecto humano no puede dejar de funcionar, con sus aciertos y desaciertos.
3.- La educación de una libertad saneada por Cristo. Por ello, la educación ocupa un sitio propio e intransferible. Cuando se la descuida, la persona humana sufre un perjuicio irreparable en su más cara prerrogativa: la libertad. Nos encontramos en un mundo que ha perdido el rumbo, en muchos de sus integrantes. Se ha mal usado la libertad, mediante opciones erráticas, y sus consecuencias se hacen sentir y prevalecen trágicamente. La Palabra de Dios, encarnada en Cristo, viene a resolver ese desarreglo grave, causado por el pecado, restituyendo la dignidad del hombre en un correcto ejercicio de su libertad. San Pablo a los Gálatas formula dos expresiones de una admirable precisión: “Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud”. (5, 1) Y más adelante: “Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales…”. (5, 13). La denominada “libertad”, convertida en libertinaje, se manifiesta opuesta a su verdadera naturaleza y conduce inexorablemente a la esclavitud. Es terrorífica la experiencia contemporánea: los ídolos del dinero, del placer y del poder, ponen de rodillas a innumerables hombres y mujeres, tanto jóvenes como adultos. La fe se interpone saludablemente en ese enjambre enloquecido, reconstruido continuamente. La gracia de Dios, a la que la fe conduce a los creyentes, cambia los corazones y abre un sendero directo a la verdad y a la santidad.
4.- La Palabra, realizada en la vida de los cristiana. Jesús se esmera en explicar pacientemente la ilustrativa parábola. Aquellos discípulos recibirán la pesada carga de transmitir la enseñanza del Maestro a un mundo que prefiere conservar los obstáculos que impiden el florecimiento de la Palabra. No difiere aquel mundo del nuestro. Hoy, como entonces, se necesita que los sucesores de aquellos Apóstoles reiteren el testimonio legítimo de la Resurrección del Señor. Lo consiguen comprometiendo sus vidas hasta el martirio. Los Apóstoles extreman su testimonio. Muestran la Palabra realizada en sus propias vidas, entre obstáculos humanamente insalvables, confiados en el poder divino de la Palabra que proclaman mediante “la locura de la predicación” (1 Corintios 2, 21). Al pretender reemplazar el poder divino del Evangelio, por el frágil poder de la habilidad humana, se observará un peligroso decaimiento en la acción pastoral que la Iglesia debe promover y organizar. En definitiva es la fe la que se mal alimenta y desvanece.+