Mons. Castagna: "La carcoma de la incoherencia"
- 26 de agosto, 2022
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes consideró que los dirigentes sociales y políticos que "se confiesan 'cristianos y católicos' debieran escuchar y aplicar en sus actividades la Palabra de Dios".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, consideró que “la historia es un muestreo de derrocamientos de personas y sistemas que sometieron inclementemente a pueblos enteros, cometiendo verdaderos crímenes de ‘lesa humanidad’”.
“No fueron escuchadas las recomendaciones oportunas de Cristo. Hoy tampoco, hasta en países mayoritariamente calificados: cristianos”, advirtió.
“Cristo es la Palabra de Dios encarnada; quienes creemos en Él no podemos considerarlo un mero líder social, sin doctrina propia, Él es la Verdad misma: ‘Yo soy la Verdad’”.
“Viene del Padre y lo que transmite al mundo es lo que, como hombre verdadero, ha recibido de su Padre Dios, según sus propias declaraciones: ‘Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo’”, agregó en su sugerencia para la homilía dominical.
Monseñor Castagna sostuvo que “los dirigentes sociales - comprometidos en la política, la economía, la educación, el arte y los medios de comunicación- que se confiesan ‘cristianos y católicos’ debieran escuchar y aplicar en sus actividades la Palabra de Dios”.
“No ocurre siempre así”, lamentó, y afirmó: “La incoherencia carcome a muchas comunidades, también en el interior de la Iglesia. Será preciso un examen asiduo para que, desde los propios errores, se produzca un movimiento de conversión a la Verdad”.
Texto de la sugerencia
1. No te coloques en el primer lugar. La sensatez que manifiesta Jesús, a la hora de enseñar y aconsejar, conserva su asombrosa actualidad. Hoy también observamos un apresuramiento por ocupar los primeros lugares y concentrar poder, no precisamente para el servicio de la comunidad: “Y al notar cómo los invitados buscaban los primero puestos, les dijo esta parábola: Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar…” (Lucas 14, 7-8) La aplicación es directa. Jesús no se somete a los criterios adoptados por muchos contemporáneos nuestros. Advierte el peligro de no quedar bien parados frente a los restantes invitados al banquete de la vida. Quienes buscan encumbrarse, fracasan irremediablemente. Es una especie de ley de la vida, como el nacimiento y la muerte. Jesús se destaca por la honestidad. No se contenta con decir verdades: Él es la Verdad. Siguiéndolo es imposible caer en el error y conducir a otros al error.
2. La carcoma de la incoherencia. La historia es un muestreo de derrocamientos de personas y sistemas que sometieron inclementemente a pueblos enteros, cometiendo verdaderos crímenes de “lesa humanidad”. No fueron escuchadas las recomendaciones oportunas de Cristo. Hoy tampoco, hasta en países mayoritariamente calificados: cristianos. Cristo es la Palabra de Dios encarnada; quienes creemos en Él no podemos considerarlo un mero líder social, sin doctrina propia, Él es la Verdad misma: “Yo soy la Verdad”. Viene del Padre y lo que transmite al mundo es lo que, como Hombre verdadero, ha recibido de su Padre Dios, según sus propias declaraciones: “Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. (Juan 5, 19) Los dirigentes sociales -comprometidos en la política, la economía, la educación, el arte y los medios de comunicación- que se confiesan “cristianos y católicos” debieran escuchar y aplicar en sus actividades la Palabra de Dios. No ocurre siempre así. La incoherencia carcome a muchas comunidades, también en el interior de la Iglesia. Será preciso un examen asiduo para que, desde los propios errores, se produzca un movimiento de conversión a la Verdad.
3. Los grandes estadistas son humildes. Los grandes estadistas necesitan ser humildes para no ser derrotados por la estupidez. Son quienes conservan la capacidad de respetar a la naturaleza como Dios la creó, y aplicar sus leyes con la discrecionalidad y sabiduría que corresponde. De otra manera, comprobamos consternados su progresiva destrucción o escandalosa deformación. Los cristianos no debemos callar. Palabra y vida, profesión explícita de la fe y compromiso socio político; todo un desafío que no nos es lícito eludir. Inspirados por el Concilio Vaticano II se ha llegado a la conclusión de que es ésta la hora del laicado. Los ministros sagrados deben mantener viva la Palabra para que el proyecto de Dios, revelado en Cristo, se plasme en la vida de los creyentes, conforme a sus diversas responsabilidades en el mundo y en la Iglesia. Para ese fin está pensada toda la estructura de la Iglesia, particularmente su Liturgia. Es allí donde la Palabra se hace vida, ya que nutre y orienta la existencia del creyente, preferentemente en la celebración de la Eucaristía. La celebración de la Misa manifiesta la centralidad de Cristo. Lamentablemente los hombres, que poseen el arte de trivializar lo más santo y sagrado, deforman este Misterio inefable, diluyendo su esencia, con mucha frecuencia, en homenajes intrascendentes y formales.
4. De los humildes es el Reino. Jesús, como lo hace habitualmente, sintetiza en una sentencia todo lo expuesto: “Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. (Lucas 14, 11) La humildad es, sin duda, la necesaria disposición humana para recibir al Verbo de Dios. San Juan así lo expresa en su prólogo del Evangelio. Es allí donde el Apóstol confiesa su fe en la divinidad de Cristo, la Palabra hecha carne, nuestra carne. La humildad es una virtud básica en el elenco de las virtudes cristianas. La fidelidad a los valores evangélicos es imposible sin humildad. La santidad, que el mundo espera de los cristianos como testimonio de la presencia de Cristo resucitado, avanza sobre la pobreza de corazón y el reconocimiento de la necesidad de Dios. Es inevitable que los hombres, a lo largo de sus vidas, manifiesten una instintiva hambre de Dios.+