Viernes 15 de noviembre de 2024

Mons. Castagna: 'El Divino Espíritu nos prepara para el Cielo'

  • 17 de mayo, 2024
  • Corrientes (AICA)
"El Espíritu Santo hace su obra 'artesanal', preparándonos para estar con Jesús, a la derecha del Padre", recordó el arzobispo emérito de Corrientes en sus sugerencias para la homilía de Pentecostés.
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El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, aseguró, en sus sugerencias para la homilía de la solemnidad de este domingo, que “no es una utopía irrealizable estar con Cristo a la derecha del Padre, es la misma verdad prometida y hecha realidad por el Divino Maestro”.

“Él precede a sus discípulos, para volver a buscarlos y darles un lugar junto a Él”, sostuvo en su sugerencia para la homilía de la solemnidad de Pentecostés.

“Al creer en Él y en su Palabra, vivimos la esperanza de esa venida suya ‘a buscarnos’, para estar con Él, junto al Padre”, aseguró, y puntualizó: "El Espíritu Santo hace su obra 'artesanal', preparándonos para estar con Jesús, a la derecha del Padre". 

Monseñor Castagna concluyó señalando: “Es la misma eternidad bienaventurada, o el Paraíso, el que, desde la Cruz, prometió Cristo agonizante al buen ladrón”.

Texto de las sugerencias
1.- Jesús ha vencido al pecado y a la muerte. La venida del Espíritu Santo está relacionada con el perdón de los pecados. Jesús resucitado se aparece a sus discípulos, “con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos”. (Juan 20, 19) El miedo, que perdura en aquellos hombres, será rápidamente disipado por el Señor resucitado. El conocimiento de que su Maestro ha vencido a la muerte, y está vivo entre ellos, les otorga el valor de enfrentar la persecución y el martirio. Con la venida del Espíritu Santo, en aquel día de Pentecostés, se inicia una historia de heroísmo y de fecundidad sobrenatural. Corresponde a la Iglesia de Cristo, que así inaugura su misión evangelizadora entre los hombres. Se lo considera como el día fundacional de la Iglesia. A partir de entonces el Espíritu Santo - cumpliéndose la promesa de Jesús - se hace cargo de la Iglesia naciente. Diversas personas y organizaciones intentarán eliminarla, sin éxito. Ni siquiera la infidelidad y traición de muchos de sus miembros lograrán ese cometido diabólico. Los desniveles morales, en la historia de algunos de sus hijos, constituyen la prueba de la asistencia del Espíritu. Entre ellos aparecen pecadores y grandes Santos. El 29 de abril celebramos la memoria de Santa Catalina de Siena, joven virgen, comisionada por Dios para que el legítimo Papa regresara del exilio, y ocupara su sede de Roma. Lo logra, superando su carencia cultural, y aprende a leer y a escribir para estimular el regreso del Papa, mediante cartas colmadas de sabiduría y de ciencia infusa. El Papa San Pablo VI la declaró Doctora de la Iglesia, con Santa Teresa de Ávila. Ella constituye una más, en un elenco de excepcionales hombres y mujeres santos, que iluminan la trayectoria magisterial de la Iglesia. El gran Maestro de esos numerosos “maestros” es el Espíritu Santo. En aquel día de Pentecostés, desciende el Espíritu Santo sobre la Iglesia, depositando sobre María y los Apóstoles un signo ardiente de su presencia, y garantía de su fortaleza sobrenatural y de su luz.  Ciertamente, el Espíritu Santo hace que la misión de Cristo logre su cumplimiento al acercar el perdón de los pecados a quienes lo soliciten: “porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo (a perdonarlo)”. (Juan 12, 47)

2.- A la espera del Espíritu Santo. Sería conveniente intensificar la oración en común, como la practicada por aquella comunidad acompañada por María.  El Santo Espíritu se hace presente cuando oramos con insistencia y humildad. No lo hará con la espectacularidad de entonces, pero, sí como entonces.  Pentecostés señala el amanecer de un tiempo definitivo de salvación.  La venida del Espíritu Santo, el Paracleto: “abogado”, “intercesor”, “consolador”, indica el comienzo histórico de la Iglesia de Cristo. La celebración del acontecimiento garantiza su perdurabilidad en la historia, tironeada por la relatividad humana y la consistencia de la Palabra de Dios. Es principal responsabilidad de la Iglesia ofrecer la gracia de Cristo a una humanidad con múltiples experiencias de desalentadores fracasos. Cuando San Pablo afirma: “por la gracia de Dios soy lo que soy”, regresa de una experiencia personal, que Cristo causa en Damasco. Jesús es a quien el feroz Saulo persigue, hasta conocerlo: “yo soy Jesús a quien tú persigues”, a partir de entonces el Saulo perseguidor se convierte en Pablo Apóstol. El Espíritu Santo es la plena actividad amorosa de Dios, tanto en la Creación como en la Redención. La conversión, suscitada por la Palabra, es la obra artesanal del Espíritu, que elige, ilustra, y conforma - al convertido - con Cristo: el Santo de Dios. La Comunidad de los Doce, y luego Pablo, necesitan aprender lo que deben enseñar. La humildad, como estilo de las enseñanzas apostólicas, acompaña a los diversos actos del ministerio evangelizador, que Cristo encomienda a sus principales discípulos. Ellos saben que no es palabra humana la que deben transmitir “a todos los pueblos”, sino la misma Palabra de Dios, encarnada en Jesucristo. La Encarnación es obra del Santo Espíritu, que fecunda el seno virginal de María. Fuera de Cristo, el mundo no halla la salvación que necesita, ni la sabiduría que lo conduzca a la Verdad que, empeñosamente, intenta alcanzar por otros caminos. La Solemnidad de Pentecostés es la expresión de la conciencia eclesial hecha liturgia y compromiso evangelizador. Es así como debemos celebrar estas fiestas. Reavivar el Misterio celebrado será producto de la obediencia a Quien celebramos. Para lograrlo necesitamos orar y vivir penitencialmente cada instante de nuestra vida. Los Santos encontraron el camino a la santidad en la oración humilde.

3.- Es el alma del Cuerpo Místico. El Magisterio de la Iglesia se refiere al Espíritu Santo como al alma del Cuerpo Místico: “Queremos reflexionar en el misterio del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, en cuanto vivificada y animada por el Espíritu Santo”. (San Juan Pablo II – Catequesis del 8 de julio de 1998). Es preciso actualizar esa animación, en nuestros corazones creyentes. Es la finalidad de esta Liturgia solemne. Nos encamina, orientados por la Palabra proclamada y predicada, a que vivamos lo que celebramos. ¿Cómo lograrlo?, mediante una sincera confrontación, de nuestra vida corriente, con la presencia inspiradora del Divino Espíritu. Advertiremos la distancia enorme que existe entre las exigencias de la Palabra y nuestra práctica de la fe, o su ausencia. La insistencia, casi obsesiva del único concepto, puede molestar a quienes nada se cuestionan, incluso a nosotros mismos, cuando nos consideramos protagonistas independientes de nuestra historia.  El Espíritu Santo, a quien Jesús atribuye el rol orientador principal para quienes lo siguen, no deja un instante de estar presente y activo. Su presencia es necesaria para la recta observancia de la voluntad del Padre. Se ha producido una triste desatención, en la vida bautismal ordinaria, que perjudica la vida de fe. El Espíritu Santo se constituye en el gran desconocido, para muchos bautizados.  La práctica religiosa, de un amplio sector de la Iglesia, se halla contaminada por la ignorancia de su contenido de fe.  La Doctrina de la fe y su práctica, son inseparables. Lo que no se vive seriamente, no llega a ser conocimiento, aunque, quienes se profesan católicos, dispongan de un bagaje teológico académicamente evolucionado. Algunos doctores en teología no llegan al conocimiento de lo que intentan investigar y exponer en sus conferencias magistrales. Los santos son quienes poseen la Verdad que trasmiten, con frecuencia, en un pobre y elemental lenguaje. La Iglesia ha elevado a la categoría de Doctoras de la Iglesia a algunas santas canonizadas: Santa Teresa de Ávila, Santa Catalina de Siena y Santa Teresita de Lisieux. En ellas resplandece, con particular esplendor, el sometimiento al Espíritu Santo y el vínculo existente entre la Verdad propuesta y creída y la santidad.  La santidad asemeja al creyente a Jesús y lo conduce a la derecha del Padre, para ser partícipe de su Vida divina.

4.- El Divino Espíritu nos prepara para el Cielo. No es una utopía irrealizable estar con Cristo a la derecha del Padre, es la misma verdad prometida y hecha realidad por el Divino Maestro. Él precede a sus discípulos, para volver a buscarlos y darles un lugar junto a Él: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar. Cuando haya ido y les tenga preparado un lugar, volveré para llevarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes”. (Juan 14, 2-3) Al creer en Él y en su palabra, vivimos la esperanza de esa venida suya “a buscarnos”, para estar con Él, junto al Padre. El Espíritu Santo hace su obra “artesanal” preparándonos para estar con Jesús, a la derecha del Padre. Es la misma eternidad bienaventurada, o el Paraíso, el que, desde la Cruz, prometió Cristo agonizante al buen ladrón.+