Mons. Castagna: 'Dios conmueve el corazón más endurecido'
- 16 de agosto, 2024
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito consideró que "el mundo necesita que los santos atestigüen la magnitud del Amor de Dios" y lo manifiesten poniendo la Palabra y los sacramentos al servicio de los más necesitados.
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, en sus sugerencias para la homilía dominical, consideró que "el mundo necesita que los santos atestigüen la magnitud del Amor de Dios".
"El agua de Vida está al borde de los labios sedientos de misericordia y perdón. La Iglesia debe manifestarse como fuente de esa agua y dejar que emane generosamente para quienes la soliciten", aseguró.
"Lo hace poniendo al servicio de los más necesitados la Palabra y los sacramentos", puntualizó, y profundizó: "Jesús vino a convocar a los pecadores, no a los que se creen justos".
El arzobispo sostuvo que "todos están comprendidos en esa condición de pecadores: la Palabra los llama a la conversión y los sacramentos la facilitan y sostienen durante toda la vida del convertido".
Texto completo de las sugerencias
1.- El Pan que alimenta. Cristo, Pan de Vida, ha sido el gran tema de estos domingos. Incluye el anuncio de la Eucaristía. Entonces era comprensible que su auditorio no entendiera el significado de su misteriosa enseñanza. El pan es para alimentar, nadie puede ponerlo en duda, pero, la identificación de ese alimento con su carne, es difícil de entender. Muchos de sus seguidores se alejan de Él escandalizados. Hemos obtenido la gracia de recibir un contenido de fe, doctrinalmente elaborado, y el aval de una experiencia protagonizada por los santos. La fidelidad de Jesús a la Verdad, no se encierra entre los muros que el mundo pretende edificarse. No disimula lo que vino a enseñar a quienes lo necesitan como la Verdad. Existe hambre de verdad en los seres más alejados de Dios. Es conveniente aprovechar esa natural propensión para ofrecer a Cristo: la Verdad y la Vida. El error, fruto de la ignorancia, requiere, para su pronta superación, de cierta honestidad intelectual, de difícil adquisición. La verdad no es un logro filosófico, prolijamente formulado por los intelectuales más destacados de la actualidad. La Verdad es Cristo, predicado por la Iglesia y testimoniado por los santos. Cristo es el Evangelio y, por lo mismo, no es una doctrina sino una Persona. Convertirse al Evangelio es "convertirse a Cristo". El celo evangelizador de los Apóstoles es consecuencia del amor que profesan a su Maestro y Señor. La amistad con Él, hace que sus discípulos sean testigos humildes y fieles suyos. Es el destino de nuestra vida cristiana. No podemos ser cristianos a nuestro modo y pretensión. El contacto con la Palabra de Dios logrará que nuestro modo de vivir la fe nos aproxime a ese ideal. La insistencia de la Iglesia en celebrar la Palabra y depender de ella, incluye el deseo de vivir lo que creemos. La misión que Cristo delegó a sus discípulos, no admite sucedáneos que intenten reemplazarla. Trae, como trágica consecuencia, una dicotomía que incapacita al mundo para recibir el don sobrenatural de la fe.
2.- Se repite hoy la Cena, y Cristo se hace comida y bebida. Cuando Jesús ofrece su carne y su sangre, como comida y bebida, echa mano a la celebración de la Cena pascual en la cual, en vísperas de su Pasión, instituye el Sacramento de la Eucaristía. Para ello, otorga potestad a los Apóstoles para que hagan lo que Él hace: "en su memoria". Hoy, como entonces, se repite la Cena, y Cristo se ofrece como comida y bebida. La actualización de aquella Cena, mediante la celebración de la Santa Misa, ofrece la única oportunidad para "comer su carne y beber su sangre" y, de esa manera, obtener la Vida eterna. Quienes dejaron de acompañarlo, por considerar "duro" aquel lenguaje, no esperaron, creyendo a su Maestro, como lo hicieron los Apóstoles. En aquella dolorosa vigilia del Jueves Santo, los celebrantes con Él, comprendieron lo que el Señor quiso decirles, cuando la Eucaristía era una simple promesa. La presencia real de Jesucristo, en el sacramento de la Cena, promueve la santidad en quienes la celebran dignamente. Hace más de dos mil años que la santidad de los cristianos está indisolublemente vinculada a la Eucaristía. Desde entonces, Cristo - en su Sacramento - es autor de la fe y de la santidad de los auténticos cristianos. Nos referimos a todos los santos, canonizados o no. Si es autor, todo depende de Él, sin excluir la personal responsabilidad de quienes son santificados. Creo que fue San Ignacio de Loyola quien afirmaba: "Trabajemos como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios". ¡Qué serena confianza inspira esa asombrosa afirmación! Cristo es el autor de la fe y, su Espíritu el Artífice de la santidad. No imaginemos otro proyecto de perfección que no sea el suyo: "el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". (Juan 6, 51) El sendero a la santidad es la carne sacramentada de Cristo. Es preciso insistir en la centralidad del Verbo encarnado. Así lo quiere el Padre. Con qué humilde sinceridad Cristo se manifiesta, cuando insiste en afirmar que, como alimento, causa y sostiene la vida de sus discípulos. Sumidos en la incredulidad, los hombres necesitan ver en el testimonio de santidad de los cristianos, la capacidad nutritiva de ese Pan bajado del cielo. Pienso en el joven carismático Beato Carlo Acutis que definía a la Eucaristía como "la autopista al cielo". Lo testimonió con su vida enamorada de Cristo. El mundo necesita que se multipliquen los Carlo Acutis. Los santos son más necesarios, para batir la corrupción y la incredulidad, que los más eruditos apologetas.
3.- La tibieza de los creyentes es más perjudicial que la incredulidad de los ateos. ¡Qué rico es el texto evangélico de San Juan ¡ El Apóstol "teólogo", que amaba a su Maestro hasta acompañarlo a la Cruz, sabe decir lo que contempla, y transmitirlo a quienes deciden escucharlo. Sigue oyendo y guardando en su memoria, cada palabra de Jesús. En lo que dice Juan, escuchamos, con absoluta fidelidad, lo que Jesús enseñaba entonces y nos enseña hoy: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes". (Juan 6, 53) La carencia de vitalidad en tantos bautizados, y sus comunidades, corresponde al descuido y frialdad en la celebración de la Eucaristía. Al comprobar hoy su merma, o desaparición, necesitamos recalentar el fervor eucarístico. La debilidad en la fe, o su ausencia, entristece el Corazón de Cristo y desafía a su Iglesia. Es el momento propicio para redescubrir el valor de la Palabra y de la Eucaristía. La tibieza de los cristianos es más perjudicial que la incredulidad de los ateos. Es preciso revertir esta situación. La Palabra y la Eucaristía conservan toda la fuerza espiritual de Cristo. Está a disposición de quienes quieran abrevar sus vidas de ellas. Los ministros sagrados son quienes ofrecen esa gracia. Por lo mismo, ellos deben exigirse un fervor contagioso, que ayude a la conversión de sus hermanos. Decían del Santo Cura de Ars que al celebrar la Santa Misa manifestaba tal fe y devoción que, quienes participaban de la misma, exclamaban profundamente impresionados: "Este hombre cree que en la Hostia consagrada palpita ciertamente el Corazón de Cristo". Los santos muestran, en sus mínimos gestos, que creen en Dios y transmiten su fe viva al relacionarse con el mundo. Como Tomás, los hombres quieren ver y tocar el Misterio. Cristo les expondrá sus llagas para que verifiquen que está resucitado, y que así permanecerá hasta el fin de los tiempos. Lo hará principalmente mediante sus testigos acreditados por la santidad. Por ello, es oportuno destacar la importancia actual de la santidad. A pesar de las horrendas miserias morales que aquejan hoy a la humanidad, Dios suscita santos, del mismo linaje de los pecadores. Nos sorprende, hasta la consternación, la coexistencia - en hombres y mujeres - de la miseria moral y de la santidad. Finalmente, Cristo vence al pecado y a la muerte, mediante numerosos santos de muy diversos niveles y edad. Es de lamentar que la presencia de los santos tenga tan poca importancia mediática.
4.- La muerte es anti humana. El fruto de este Pan celestial es la Vida eterna. Todo ser humano anhela vivir para siempre. La muerte, fruto amargo del pecado, es anti humana. Cristo vence a la muerte muriendo, con la muerte que padece todo ser humano. No tiene pecado, pero sufre el castigo que merecen nuestros pecados. ¡Cuánto amor nos manifiesta el Padre Dios al darnos a su Hijo único! Conmueve el corazón más endurecido esa experiencia del Amor divino. El mundo necesita que los santos atestigüen la magnitud del Amor de Dios. El agua de Vida está al borde de los labios sedientos de misericordia y perdón. La Iglesia debe manifestarse como fuente de esa agua y dejar que emane generosamente para quienes la soliciten. Lo hace poniendo al servicio de los más necesitados la Palabra y los Sacramentos. Jesús vino a convocar a los pecadores, no a los que se creen justos. Todos están comprendidos en esa condición de pecadores: la Palabra los llama a la conversión, y los Sacramentos la facilitan y sostienen durante toda la vida del convertido.+