Mons. Buenanueva llamó al trabajo duro y al sacrificio por el bien común
- 10 de septiembre, 2021
- San Francisco (Córdoba) (AICA)
A pocos días de la beatificación de fray Mamerto Esquiú, el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva reflexionó sobre su figura y su importancia en la actualidad argentina.
El obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, reflexionó sobre la figura del nuevo beato argentino, fray Mamerto Esquiú, "una alegría que vale la pena disfrutar a pleno", consideró.
"Esquiú es parte de ese mosaico luminoso que son los santos y beatos argentinos. También los que están en carrera para ser reconocidos como tales por la Iglesia", señaló. "Se trata de un mosaico en construcción. Y el artista que lo plasma es el mejor: el Espíritu Santo. Con una destreza inigualable va colocando en su lugar cada una de las teselas que, contempladas con la adecuada distancia y perspectiva, van componiendo el mosaico de la santidad en Argentina".
Si contemplamos ese conjunto, advirtió, "nos sorprende ver admirablemente realizado, en cada uno y en la figura completa, aquel 'núcleo inspirador' del que hablaban las Líneas pastorales para la Nueva Evangelización de 1990: 'la fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, […] como un potencial que sana, afianza y promueve la dignidad del hombre'".
"Una síntesis admirable que, sin dudas, es una gracia que Dios nos regala. Pero, por lo mismo, una misión que nos compromete", destacó.
En ese sentido, afirmó: "Los católicos argentinos estamos llamados a vivir esa misma calidad de experiencia creyente en las circunstancias cambiantes de lugar y tiempos que la Providencia ha dispuesto para nosotros. Vivir esa síntesis de Evangelio en el hoy de nuestra Argentina. Como, en su momento, lo hizo el beato Esquiú… y Brochero… y Madre Tránsito… y, más atrás en el tiempo, la beata Antula".
"¡Cuántos padres y madres de nuestra Argentina, dando a luz a aquella soñada 'patria de hermanos', con la fecundidad del humanismo cristiano que brota del Evangelio!", exclamó monseñor Buenanueva.
Y refiriéndose puntualmente a la figura de Esquiú, señaló que el “orador de la Constitución” no cayó del cielo. "Tiene tras de sí una experiencia intensa, rica y personalmente asimilada de la fe cristiana. La semilla fue puesta en Piedra Blanca, su catamarqueña tierra natal. Sus padres, su familia y sus maestros la sembraron, guiados por la mano invisible del Divino Orfebre. En la familia franciscana terminó de fraguar esa rica amalgama de Evangelio y humanidad", recordó.
"El beato Mamerto es un hombre fogueado por dentro por el fuego del Evangelio. Ha tocado su alma, su inteligencia, su conciencia y su libertad. Ha transfigurado sus sentimientos y su modo de vivir como cristiano, como fraile menor de San Francisco y, finalmente, como obispo diocesano".
"Me pregunto si su breve pero intenso ministerio episcopal en nuestra Córdoba no solo fue antecedido por sus cincuenta y cuatro años de vida, sino preparado para que, en el tiempo de Dios y no de los hombres, dé el fruto que Cristo espera y promete para los que viven y permanecen en Él", planteó, y aseguró: "Así son los tiempos de Dios, que ve más lejos, más hondo y más certeramente. Y esa mirada la comparte con aquellos hombres y mujeres que son los santos".
"Necesitamos esa mirada. La necesita nuestra Patria Argentina. La Argentina no está sin rumbo. En los corazones de la inmensa mayoría de argentinos sigue vivo el deseo de justicia, de futuro y de dignidad. Ese deseo es la brújula interior que Dios ha puesto en nuestros corazones. Por eso buscamos vivir, estudiar, trabajar, amar y celebrar".
"Y en los jóvenes reales, ese norte interior está más vivo que nunca. No nos permitamos dudarlo", aclaró.
Sin embargo, alertó que "los que parecen sin rumbo son algunos dirigentes, seducidos por el espejismo de lo que yo llamo: el 'país marihuana'. Prometen lo que la política no puede dar: una felicidad más bien de bajo tono, burguesa y hedonista".
A la política, consideró, "le toca trabajar a fin de que se generen las condiciones que le permiten a cada persona, a cada familia y comunidad, a toda la sociedad, alcanzar su pleno desarrollo humano. Es lo que la tradición del humanismo cristiano llama: el 'bien común'".
"La felicidad (en clave cristiana: el gozo de la 'bienaventuranza') es fruto maduro de una vida vivida a fondo, sin escaparle al trabajo duro y al sacrificio exigente, desde la conciencia y empeñando la propia libertad en el amor", explicó. "Esquiú lo comprendió, lo vivió y lo propuso con maestría", concluyó.+