Expresión del compromiso de toda la Iglesia en la protección de los menores
- 15 de marzo, 2019
- Paraná (Entre Ríos) (AICA)
En ocasión del 6° aniversario del pontificado de Francisco, la coordinadora de la Comisión Arquidiocesana para la Protección de los Menores, de la arquidiócesis de Paraná, doctora María Inés Frank, publicó un artículo en Diario Uno de Entre Ríos, en el que se refiere al compromiso de la Iglesia en la protección de los menores.
Con un artículo titulado "Expresión del compromiso de toda la Iglesia en la protección de los menores", la abogada y licenciada en Derecho Canónico se refiere a la agenda concreta unificada que la Iglesia establece con el objetivo de erradicar los abusos.
Además, se centra en lo ocurrido durante la cumbre desarrollada recientemente en el Vaticano sobre la protección de los menores. Un paso, considera, "de gran importancia y transparencia en el abordaje de las cuestiones vinculadas con el abuso sexual en los ámbitos de la Iglesia católica".
La doctora destaca que, en las ponencias vertidas durante la cumbre, se reconoce la valentía de la Iglesia en la expresión de "una profunda autocrítica", y califica este momento como "el más doloroso del pontificado de Francisco".
Tras detallar lo expuesto durante la reunión, a la que define como "polémica", la teóloga considera que "está en nuestras manos tomar todas las medidas posibles para evitar que ocurran abusos de ahora en más. O al menos, si ocurren, para que las denuncias se traten adecuadamente en tiempo y forma, a fin de que se tomen las medidas que corresponda y que las heridas puedan sanar más rápido".
"Más allá de palabras o expresiones vertidas, creo que la realización de la reunión muestra la voluntad de la Iglesia de acercarse a la realidad de los abusos con humildad y seriedad y también muestra algunas de las medidas que ya están en marcha", afirma.
Texto completo del artículo
Expresión del compromiso de toda la Iglesia en la protección de los menores
Más allá de legítimas diferencias en el tratamiento del tema, la Iglesia está planteando una agenda concreta unificada para erradicar los abusos.
La cumbre en el Vaticano sobre la protección de los menores significó un paso de gran importancia y transparencia en el abordaje de las cuestiones vinculadas con el abuso sexual en los ámbitos de la Iglesia católica.
El hecho de que hubieran participado obispos y superiores religiosos de todos los países del mundo, que las conferencias hayan estado disponibles puntual y simultáneamente para todo aquel que quisiera consultarlas y que haya habido una completa cobertura de prensa, nos muestran que, por distintos motivos, el mundo entero estuvo pendiente de esta reunión. Nunca antes una cumbre sobre el abuso sexual infantil llevada a cabo por una institución fue seguida tan de cerca y provocó tantas notas periodísticas, opiniones y comentarios. Tampoco de ninguna otra se tuvo expectativas tan exigentes.
Los principales planteos de los expositores
Quien haya seguido paso a paso las conferencias, se habrá podido dar cuenta de que no hubo ningún predireccionamiento en las opiniones vertidas, la mayor parte de las cuales ?por no decir todas? mostraron una profunda autocrítica. Es justo reconocer que la Iglesia tuvo la valentía de exponerse frente a todo el mundo y de compartir abiertamente su discernimiento en uno de los momentos más difíciles de su historia contemporánea, ciertamente el más doloroso del pontificado del papa Francisco.
En esos días, en efecto, se arrojó sobre la mesa un torrente de autocríticas, diagnósticos y propuestas sobre la necesidad de contar con procedimientos adecuados; el deber de cercanía y escucha fraterna para con las víctimas; la urgencia de encarar mejor la formación en los seminarios; lo perjudicial del clericalismo; la injerencia de intereses secundarios en el abordaje histórico de los casos; la necesidad de aplicar estrictamente el derecho; la demanda de mejorar las estructuras de acompañamiento y prevención en diócesis y congregaciones; la conveniencia de contar con el asesoramiento de expertos; la obligación de colaboración con las autoridades estatales en la denuncia e investigación de estos hechos; el cuidado en la admisión y formación de los seminaristas; el foco puesto en las víctimas y en la prevención.
Se habló también sobre la confección de protocolos y códigos de conducta; la incorporación de laicos a los equipos; la responsabilidad de los obispos y arzobispos también en los casos de mal manejo de situaciones de abuso; la obligación de denunciar hechos de abuso; el deber de rendir cuentas; la detección de psicopatologías; la necesidad de evitar la revictimización y el daño indirecto a las víctimas; la mejora en la comunicación y la relación con los medios; el trabajo sobre la colegialidad episcopal; una eventual revisión del secreto pontificio; la importancia de la comunión eclesial; el discernimiento en torno a las buenas prácticas; la trazabilidad; la creación y conformación de consejos consultivos; la necesidad de transparencia y claridad en los procesos; el llamamiento a la valentía para encarar correctamente los casos que se presenten; la reflexión sobre la justicia y la compasión; la confianza en la gracia de Dios; la importancia de pedir y recibir un perdón que sea sanador para las víctimas; la educación de la sexualidad en los Seminarios; la formación permanente de los clérigos; la presencia de la figura del abuso de autoridad en la Iglesia; la necesidad de una definición institucional clara contra los abusos y el encubrimiento; la demanda por la apertura de archivos; el deber de informar a las víctimas y denunciantes sobre la marchar de las investigaciones y procesos; las sanciones para quienes cometen algún tipo de abuso; la actitud proactiva que se requiere para encarar esta crisis; la importancia de evitar el secretismo; la competente preparación de los voceros.
Se puede ver en esta densa enumeración que los participantes del encuentro escucharon críticas, testimonios, diagnósticos y propuestas de todo tipo.
Una encrucijada dolorosa
Como no podía ser de otra manera, fue una cumbre polémica: el tema en sí lo era, las intervenciones lo fueron en su mayoría, las expectativas eran disímiles. El tema es muy difícil. Involucra en primer lugar el dolor de mucha gente directa o indirectamente herida por lo sucedido, algunas de las cuales compartieron su testimonio con los participantes del encuentro. Y, cuando eso pasa, es prácticamente imposible que el intercambio deje plenamente satisfecho a todos; para poder hacerlo, deberíamos ser capaces de borrar las situaciones abusivas ocurridas. Por más que quisiéramos, no podemos hacer eso. Las huellas de esos actos aún están en carne viva en muchas personas, y lo seguirán estando por mucho tiempo. Solo nos queda avanzar lo mejor que podamos en el cuidado de las personas y de los espacios.
La disponibilidad de los miembros de la Iglesia para acercarse, compartir y aportar lo que sea necesario para aliviar el dolor, no siempre puede ser bien recibida y es comprensible que así sea; de ninguna manera podemos reprocharlo. Sabemos y aceptamos que el sufrimiento de las víctimas tiene una justa y total prioridad por sobre el de quienes quisiéramos poder acercarnos y acompañar mejor. Igualmente, siempre estaremos disponibles para ofrecerlo.
Pero sí está en nuestras manos tomar todas las medidas posibles para evitar que ocurran abusos de ahora en más. O al menos, si ocurren, para que las denuncias se traten adecuadamente en tiempo y forma, a fin de que se tomen las medidas que corresponda y que las heridas puedan sanar más rápido.
Más allá de palabras o expresiones vertidas, creo que la realización de la reunión muestra la voluntad de la Iglesia de acercarse a la realidad de los abusos con humildad y seriedad y también muestra algunas de las medidas que ya están en marcha.
Un discurso final que es expresión del compromiso de toda la Iglesia
Finalmente, las palabras de clausura del Papa significaron un discurso común para toda la Iglesia, que no podrá ser ignorado. Si bien sabemos que nada de lo que hagamos será suficiente frente al daño infringido por algunos miembros de la Iglesia, el Papa nos pide avanzar implacablemente en la línea del compromiso en la protección de los menores, la prioridad indiscutible para las víctimas, la seriedad impecable en el tratamiento judicial de las denuncias de abuso, el rechazo absoluto de cualquier forma de encubrimiento o subestimación de ningún caso, el énfasis puesto en la selección y formación de los candidatos al sacerdocio, la disponibilidad para acompañar integralmente a las personas abusadas, el alejamiento de cualquier forma de abuso de autoridad, el combate a las nuevas formas y posibilidades de abuso que utilizan el mundo digital.
Al finalizar la cumbre, se anunció la publicación en breve de documentos con una serie de orientaciones y directivas específicas que ayuden a cumplir con estos objetivos y a seguir avanzando en esa línea.
Más allá de legítimas diferencias en el tratamiento del tema, la Iglesia está planteando una agenda concreta unificada para erradicar los abusos. Las ponencias del encuentro dejaron en claro que las cuestiones vinculadas con la responsabilidad de llevar adelante estas medidas están en el centro de la cuestión. También fueron explícitas en cuanto a que los laicos (varones y mujeres) debíamos aportar todas las competencias que pudiéramos para ayudar a la Iglesia a erradicar los abusos y acompañar a las víctimas.
Como católica, con mis debilidades y fortalezas, junto a tantos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que intentan cuidar lo mejor posible a todos los miembros de la Iglesia, quisiera sumar mi compromiso y todas mis posibilidades en esta tarea.+