Card. Poli a los nuevos sacerdotes: Unidos a Dios, amando a la Iglesia con misericordia
- 16 de noviembre, 2021
- Buenos Aires (AICA)
Con una misa en la parroquia Santa María de los Ángeles, el arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, Mario Aurelio Poli, ordenó cuatro sacerdotes para la arquidiócesis.
El sábado 13 de noviembre el arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, Mario Aurelio Poli, ordenó sacerdotes a los diáconos Andrés Caminal, Joaquín María Ledesma, Efraín Tomás Ledesma Alonso y Marcos Alejandro Saavedra Echazú.
La celebración eucarística de ordenación tuvo lugar en la parroquia Santa María de los Ángeles y contó con la presencia de familiares y allegados de los cuatro nuevos presbíteros.
En su homilía, el cardenal Poli iluminó sus palabras con la Palabra de Dios: "Recién escuchamos en el Evangelio que Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu. Con esta expresión de San Lucas, pareciera que el Espíritu que empujó a Jesús al desierto en soledad ahora lo lleva a sus raíces, al pueblo de sus afectos, de su niñez y juventud".
"Así regresó al lugar donde fue educado: Nazaret, donde era uno de tantos y se lo conocía como 'el hijo de José'. Y aunque sabemos muy poco de su vida más allá de su infancia, me arriesgo a pensar que se encontró con su madre, sus parientes y vecinos, con el recuerdo vivo de la carpintería de su padre, donde se inició en la experiencia del trabajo, y en el mundo de las relaciones humanas".
"Como todo judío piadoso, llegado el shabat, se dirige al templo. Jesús y el templo son una sola cosa, lo llamará: 'La casa de mi Padre', y los evangelios señalan que es uno de los lugares elegidos por Él para impartir sus enseñanzas".
"El sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer las lecturas. Era el día en que se leían los anuncios de los profetas que hablaban del Mesías esperado. En pocas palabras, Jesús comenta lo que se acaba de escuchar y la profecía adquiere un nuevo significado cuando dice: 'Hoy se ha cumplido este pasaje de la escritura que acaban de oír'".
"El adverbio 'hoy' señala que Él es la plenitud del tiempo, en el que se cumple lo prometido por Dios en las alianzas. Es el momento de gran alegría de todos los que esperaban la redención de Israel. Se consuma lo que el Ángel del Señor anunció a los pastores en la noche de Belén: 'No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido el Salvador, que es el Mesías, el Señor'".
"En el 'hoy', en su primera predicación al pueblo después de su largo ayuno, el Señor se identifica con el ungido de Dios, el esperado por los siglos, y en ese instante comienza el anuncio de la Buena Noticia que recorre la historia hasta nosotros, y hoy se actualizan los labios del que viene a inaugurar un tiempo de gracia para toda la humanidad".
Al escuchar nuevamente este pasaje el purpurado destacó que "se nos invita a hacer un eco actualizado de aquel 'hoy' con el que Jesús revela que Él es el verdadero ungido del Espíritu Santo. El tiempo y la eternidad en labios de Jesús dan a su mensaje la solidez de un eterno presente, y hoy llega hasta nosotros con toda su fuerza, para animar e iluminar la unción con la que fuimos asociados a su sacerdocio los bautizados, con el sacerdocio real de los fieles, y todos los que fueron ordenados en el ministerio. Cada vez que la Iglesia escucha el 'hoy' profético de Jesús, renueva la fe en su presencia real, como lo está en este admirable sacramento del Orden que estamos celebrando".
Y dirigiéndose a los futuros sacerdotes, expresó: "Queridos hijos, Andrés, Tomás, Marcos, Joaquín, sus vidas y sus nombres están contenidos y asociados al 'hoy' sacerdotal del Señor. La imagen de Jesús, de pie en medio de la sinagoga, con el libro de la Palabra en sus manos, y buscando el texto inspirado, ya es un signo que nos anima a contemplar cómo el corazón de Cristo se abre a la Palabra profética y acepta sin más, la misión que lo conduce a dar la vida por la salvación del mundo".
"Luego, con la unción del Espíritu que lo consagra, el Señor es enviado para evangelizar, sanar, liberar, perdonar y proclamar un tiempo de gracia, el tiempo que estamos viviendo en la Iglesia", afirmó. "Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio porque Dios estaba con Él".
Seguidamente, el cardenal Poli ofreció a los cuatro diáconos "tres consignas que heredamos de nuestros sacerdotes mayores, los que nos precedieron en la fe y que fueron una constante en la ininterrumpida evangelización de los 400 años de nuestra Iglesia de la Santísima Trinidad".
"La primera consigna tiene que ver con la breve referencia final que hace el texto, de la persona de San José: '¿Acaso no es el hijo de José?'. San José, de quien este año el Papa desea que sigamos su ejemplo y virtud. Sabemos que el comienzo de la vida pública de Jesús no estuvo exenta de incomprensiones. Recordemos que sus parientes rechazaron creer en su misión, hasta el punto de pensar que había perdido el sentido y la razón, y llegaron a interrumpir su predicación para acompañarlo a su casa, según el Evangelio de Marcos".
"Muy por el contrario, quienes lo escucharon en la pequeña sinagoga de Nazaret, quedaron estupefactos de las palabras llenas de gracia que salían de su boca, y decían: '¿No es este el hijo de José?'. Era el signo de que hasta ese momento no se habían observado en Jesús signos de su auténtica grandeza".
"Sólo un contemplativo como lo fue José, supo ver en Jesús un insondable misterio, y aunque la personalidad de Jesús en la vida cotidiana lo excedía con creces, su fe se sostenía en el anuncio del Ángel, que en sueños le revelara que la misión de ese niño era salvar a su pueblo de todos sus pecados. Y eso le bastaba a José".
"José era justo, piadoso, y buscaba a Dios mirando a Jesús, mientras trabajaba en la carpintería de sol a sol. Tenía conciencia de estar delante de Él. Esa actitud contemplativa no lo distraía de su trabajo. Adhiriéndose a la presencia divina, José se entregaba a la omnipotencia del Señor que le hacía aceptar alegremente todas las dificultades, todos los desafíos. Pensar siempre en Dios, mantener un contacto íntimo con Él en medio de las demandas pastorales que ustedes van a tener, y dejarse seducir por Su presencia y Su amor, al modo humilde de San José, mantendrá siempre joven el espíritu de servicio, el que alegra y hace fecundo el ministerio".
En segundo lugar, recomendó: "Amen entrañablemente a la Iglesia de Jesús, su Iglesia. Ella es inseparable de Cristo, quien la fundó y la hizo su esposa para siempre. La Iglesia no es tal sino por su unión esencial con Cristo, quien la hace santa".
"Y si se sienten pequeños e indignos para servirla, Él les dirá lo mismo que a Pablo: 'Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad'. Que el amor a la Iglesia sea un amor sin condiciones, porque el verdadero amor hacia ella consiste en amarla tal cual es, y como ha sido, sin nunca tomar distancia de ella a causa de las manchas y pecados de sus hijos".
"Para amar a la Iglesia como se merece, tendrán que estar siempre abiertos a los vientos del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, y nos devuelve la mirada siempre a lo esencial. Él es el que la embellece con sus dones y en todo tiempo renueva el entusiasmo y la pasión por la evangelización, como nos enseñó San Pablo VI".
Por último, expresó:"Serán ordenados para el dispendio generoso de la misericordia, que se muestra como la fuerza que todo lo vence, llena de amor el corazón y consuela con el perdón. La misericordia es fuente de alegría, de serenidad y de paz, es condición para nuestra salvación. Es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad, es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona, cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre, no obstante el límite de nuestro pecado".
"Recuerden que la misericordia siempre será más grande que cualquier pecado, y nadie podrá poner un límite al amor de Dios, que perdona siempre", concluyó, invocando para los nuevos sacerdotes "la protección de Nuestra Señora de los Ángeles, que preside esta casa; de San José y de San Francisco", y rezando a Santa María y San José, que cuidaron a Jesús, para que "ellos los acompañen y guíen en el largo camino de servicio al santo pueblo de Dios".+