San Roque nació en Francia, hace más de 700 años. Su padre era gobernador de Montpellier, de buena posición económica y social. Habrá dado una buena educación a su hijo, cuya vida evidencia que fue educado en la fe. Roque conocería bien los Evangelios, la Biblia. Sin las distracciones de hoy en día -redes sociales, noticias, propaganda- darían vuelta en su cabeza tantas enseñanzas bíblicas, las de Jesucristo. Así, su modo de pensar, de ver la vida, se iría adecuando al de Dios. Su corazón fue teniendo la sensibilidad de Cristo para ver al prójimo. El Señor no espera las mismas cosas de todos, pero sí que dejemos que su Palabra configure nuestro corazón, que podamos dar en la vida lo mejor de uno mismo, cumpliendo siempre la Voluntad de Dios.
En la vida de San Roque no tardó mucho en llegar la ocasión de poner en práctica lo que Dios había cultivado en él. A los 20 años sufrió un golpe muy duro: murió su papá. Quedaron en sus manos posesiones, la riqueza de su padre. ¿Qué hubiera hecho un muchacho de su época con toda esa plata? Roque decidió venderlo todo y repartirlo a los pobres. Muchas habrán pensado que estaba loco, tirando el sacrificio de su padre. Roque no tenía la menor idea de lo que le esperaba después, estaba en las manos de Dios. Sintió el impulso de ir a Roma para rezar en los lugares santos, junto a las tumbas de los Apóstoles y de tantos mártires y así llenarse de la vitalidad de todos ellos, grandes impulsores de la fe. Rezó mucho, disponible a lo que Dios le pidiera.
La respuesta le llegó pronto. Se desató una tremenda peste en Italia, moría muchísima gente. Consideró que por algo estaba en Italia y que el llamado de Cristo era recorrer aquella tierra asistiendo a los enfermos, y humanamente hacía lo que podía. Era muy joven, bien metido en Dios; no daría a los enfermos grandes discursos, sí oía sus sufrimientos, les daba el consuelo de su cercanía y cariño, rezaba por ellos y con ellos; muchos se sanaban por la señal de la cruz que les hacía en la frente. La gente huía de los muertos por miedo a contagiarse, pero Roque les iba a hacer la señal de la Cruz, rezando para que sus almas estuvieran en el Cielo.
Y sucedió lo humanamente previsible: se contagió. Para no contagiar a otros se retiró a un bosque, no tenía qué comer. Así sucedió la leyenda del perro que lo descubrió y se hizo amigo suyo; el animal le llevaba pan de la mesa de su dueño, y así fue que este hombre siguió al perro, encontró a Roque y se encargó de cuidarlo. Esta leyenda nos enseña cómo Dios siempre cuida y protege a quien tiene su mirada puesta en Él y busca hacer su Voluntad.
Quizás débil, pero curado, decidió volver a Montpellier, su tierra natal. No quiso revelar quién era, de quién era hijo; fue tomado por espía y lo metieron preso. Murió con 28-29 años. Descubrieron entonces su identidad; no había medios de comunicación, pero igual se difundió su fama. Empezaron a llegar favores de Dios a través de la ayuda de Roque a quien el mundo de entonces empezó a considerar santo.
Las Lecturas de la Misa identifican actitudes que Dios quiso destacar en la vida de San Roque. Dios habla por medio de Isaías a gente que se comportaba egoístamente y crecían que igualmente agradaban a Dios cumpliendo con ciertos ayunos. Dios les dice: ¿El ayuno que prefiero no es más bien romper las cadenas de la iniquidad, soltar las ataduras del yugo, dejar libres a los oprimidos y quebrar todo yugo? Los yugos eran maderas pesadas que oprimían el cuello de los bueyes que arrastraban pesadas cargas, aún existen.
¿Qué pedía Dios a aquella gente, qué nos pide a nosotros? Romper en nuestro corazón las cadenas de maldad. Aquellos hombres oprimían a otros, no los dejaban ni mover. Gracias a Dios no tendremos esclavos, pero quizás tengamos encadenados a otros, oprimidos, con nuestros juicios, con faltas de caridad. Quizás no sabemos dará otros lo que necesitan y sufren la opresión de la soledad, de la incomprensión, de faltas de cercanía y de cariño. Quizás nos falta sensibilidad para conectar con su sufrimiento, con aquello que realmente les sucede para ayudar con acierto, ¿No es esto lo que hizo San Roque?
San Roque sabía ponerse junto al prójimo, dando a cada uno lo que necesitaba, y los llevaba a Dios. Tendemos a ser rápidos para emitir juicios sobre personas y situaciones, a ponernos de maestros y dar clases sobre lo que deberían hacer. Pidamos a Dios la gracia de saber callar, de oír, de escuchar al hijo, al hermano, al vecino; no nos llaman a ser sus profesores enseñando desde el propio esquema mental. Pensemos en los chicos jóvenes, en las personas que sufren, en quienes están solos: necesitan un San Roque que les haga la cruz en la frente, pero escuchando, ¿escuchan a los hijos, a los nietos? ¿Hacen silencio, piden luces a Dios para acertar en un consejo y así vayan por los caminos del Señor? Los hijos, toda la gente, necesitan captar que se los entiende, poco más; interés sincero, experimentar cariño, aliento, rezar, y tal vez una sola palabra que oriente y que no se olvida.
Hay muchas personas solas, que sufren; están desorientada en la vida; a veces son parientes, conocidos. Son una llamada fuerte a que soltemos los yugos del egoísmo, y seamos una Iglesia realmente en salida. Iglesia en salida no es solo lo que hace ruido y se ve, es todo cristiano de fe que se acerca con cariño, con entrega, y escucha a quien sufre; tal vez sólo reza con esa persona y no es poco, le sonríe, e igualmente no es poco porque es la sonrisa de Cristo, como lo era la de San Roque.
¿Necesita el prójimo pan material?: muchas veces sí. Pero somos seres humanos llamados a compartir el pan de la caridad, el pan del amor. Al que veas desnudo, cúbrelo, y no te escondas de quien es carne tuya, lo dice Dios. Cuánta gente desnuda de ideas básicas de la fe, humanamente desorienta, ¡cuánta gente joven en esa situación! Nos pide Dios salir de nosotros mismos, oír para comprender y para dar el pan que necesitan: ¡padres, abuelos, educadores, todos! Tenemos que desterrar el jugo de los enojos, el de la violencia: no es cristiano. ¡No te escondas! ¡no te escondas!, lo dice Dios; tendemos a escaparle a lo que nos complica. Pero si con generosidad lo hacemos, sucede lo que expresó Dios a través de Isaías, ‘tendremos luz en nosotros como la del amanecer, se curarán nuestras heridas (tal vez las del egoísmo, las del orgullo), precederá nuestra santidad y encontraremos la gloria de Dios al final de nuestra vida terrena’. Entonces clamarás, y el Señor te responderá, pedirás socorro, y Él te dirá: Aquí estoy (vs. 9). El Señor te guiará de continuo, saciará tu alma, te dará las fuerzas que necesitás, como las dio a San Roque.
El Evangelio destaca palabras que Cristo que como San Roque queremos escuchar algún día también nosotros: Vengan benditos de mi Padre a tomar posesión del Reino preparado para Uds. desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era peregrino y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y me vinieron a ver. Y añadirá: cuando lo hicieron por esos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicieron. Que así sea.
Mons. Hugo Nicolás Barbaro, obispo de San Roque