Queridos hermanos,
Celebramos esta Eucaristía, en esta fiesta de San Cayetano, santo del pan y del trabajo. Son numerosos los peregrinos de toda la provincia que se acercan a pedir y a agradecer. Pedir por su intercesión, a quienes les falta un trabajo digno, y agradecer aquellos que ya lo tienen. Como decíamos hace unos días los obispos argentinos, en el pedido tan concreto de “paz, pan y trabajo”, que hacemos a Dios por intercesión de San Cayetano, se incluyen muchos otros bienes, todos necesarios para la vida de las personas y sus familias.
En la primera lectura, la Palabra nos describe la noche pascual, como el tiempo de salvación donde Dios escucha el clamor de su pueblo y lo rescata de sus esclavitudes. Se hace memoria de un acontecimiento sucedido, cuya vigencia se extiende y se hace presente en la oración del pueblo que no deja de suplicar la compañía de Dios.
En la Carta a los Hebreos se nos presenta la figura de Abraham, prototipo del creyente peregrino. Toda su vida es un caminar al encuentro de la promesa de su Dios. Así como los peregrinos que piden trabajo o suplicar aquellos dones del amor de Dios, Abraham nos invita a confiar sin desesperar. Nosotros tenemos en Jesucristo al garante de nuestra de nuestra fe y nuestra vida nueva definitiva. Hacia el encuentro con Él nos encaminamos.
En el Evangelio, Lucas nos presenta dos parábolas: una sobre la vigilancia y otra, sobre la fidelidad a la misión encomendada. En ellas, el Señor nos convoca a ser responsables del cuidado de nuestra vida y de los que se nos ha encomendado. Atentos, cuidadosos, respetuosos, actitudes todas que refieren a una armónica vida social en la cual somos administradores de los dones de Dios.
Hace unos días, la Comisión Ejecutiva de la CEA, expresaba al comenzar la Novena de San Cayetano: “Pedir por el trabajo es pedir que todos los trabajadores y trabajadoras tengan derecho a vivir dignamente del fruto de sus esfuerzos cotidianos y a desplegar sus potencialidades y talentos para aportar al crecimiento de nuestra Patria (…) ¿Cómo no pensar en la cantidad creciente de hermanos y hermanas que se acercan cotidianamente a los comedores, en los adultos mayores que no pueden comprar sus medicamentos, en las familias cuyos ingresos son cada vez más insignificantes?“
Más que nunca en este tiempo se impone de manera creciente la convicción sobre la importancia del trabajo como un bien imprescindible para que la persona se desarrolle en plenitud, y como una herramienta de la vida económica para que un país crezca. Si los planes sociales han ayudado en estos años a paliar la emergencia, hoy se revelan insuficientes para alcanzar las condiciones de vida a la que toda persona debe aspirar para realizarse y ofrecer a su familia un sustento estable y, sobre todo, digno. El trabajo requerirá en muchos casos la necesaria capacitación que ha faltado en oficios y servicios. Por eso vemos con esperanza las distintas ofertas de cursos de formación profesional que se ofrecen a nivel municipal o desde la provincia o la Nación, de modo que muchos de nuestros jóvenes tengan la ansiada salida laboral.
“Pedimos también el pan de la fraternidad, porque el pan no se come en soledad, se comparte en la mesa de familia, en comunidad. ¡Cuánto necesitamos este pan en una sociedad agrietada y enfrentada donde no acabamos de entender que “nadie se salva solo” y parece imposible generar proyectos comunes, donde la verdadera brecha se agiganta cada vez más en relación a los últimos, a los que padecen la pobreza y peor aún la indigencia! ¡Cuánto bien nos haría dialogar y compartir el pan de las ideas y de las prácticas que construyan una fraternidad política, para pensar prioritariamente en quienes más sufren esta crisis y para buscar soluciones honestas y realistas que prescindan del uso clientelar de la necesidad de la gente! Se necesita más que nunca en los políticos un ejercicio de la responsabilidad que vaya más allá de los propios intereses. Así aparecerá en nuestro horizonte la paz y la amistad social, que también están incluidas en ese pedido sencillo y a la vez esencial de “paz, pan y trabajo”.
En este pedir “paz, pan y trabajo” de los hombres, la Iglesia siempre va a contribuir con la búsqueda del diálogo eficaz y creativo entre los distintos sectores de la sociedad. En esta perspectiva deben entenderse las reuniones del obispo o su pastoral social, con funcionarios, sindicalistas, trabajadores, empresarios, políticos o representantes sociales. Frente a la irresponsabilidad de quienes apuestan al fracaso de los consensos sociales y políticos, la Iglesia quiere escuchar a todos y, desde su lugar y como parte de la sociedad, ofrecer una palabra de aliento al encuentro, al diálogo, y a la búsqueda en común de soluciones dignas allí donde todo parece clausurarse.
Aislarnos, en la experiencia amarga de sentirnos segregados o en la omnipotencia de sentirnos poseedores de toda la verdad en los temas de naturaleza social, sólo agravará la magnitud de los problemas. Todos somos importantes a la hora de edificar la vida de un pueblo sobre la base de la imprescindible amistad social. Es la lección que aprendimos en la pandemia y que no podremos olvidar nunca. Como dice el Papa Francisco: “La profundidad de la crisis reclama proporcionalmente la altura de la clase política dirigente, capaz de levantar la mirada y dirigir y orientar las legítimas diferencias en la búsqueda de soluciones viables para nuestros pueblos”.[1]
Que San Cayetano sea testigo de los dolores y esperanzas de nuestro pueblo, de los desvelos generosos de los dirigentes por un tiempo nuevo para nuestra Patria, de los reclamos justos de aquellos sectores más postergados, de las necesidades de los mayores y los sectores vulnerables, de la responsabilidad de cada uno para sostener con responsabilidad, la vida social.
Mendoza, 7 de agosto de 2022
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza
Nota:
[1] Papa Francisco, Video mensaje a los participantes en el seminario virtual "América Latina: Iglesia, papa Francisco y escenarios de la pandemia", 19 de noviembre de 2020.