“Todos me conocerán, del más pequeño al más grande” (cf. Jr 31, 34)
Jer 31,31-34 / Mt 16,13-23
Queridos hermanos y hermanas:
1. El Señor nos convoca en este día para celebrar la entrega del beato mons. Enrique Angelelli en este aniversario 46 de su martirio. Estamos viviendo en profunda unidad esta misa con quienes están aquí en la Catedral de La Rioja, unidos también con quienes nos siguen a través de la radio, las redes sociales y canal 9. Estamos también en unidad con quienes, en distintos lugares del país y del mundo, hoy celebran la entrega martirial de nuestro querido obispo Enrique y sus compañeros.
Los invito hoy a rezar especialmente por nuestra Patria en esta hora difícil que atravesamos, por nuestros gobernantes y por todos sus habitantes, de modo particular por quienes más padecen esta crisis. También recemos por la Iglesia para que, siguiendo a Jesucristo y con el testimonio vivo de nuestros mártires, sea una presencia clara, comprometida y profética en la búsqueda del bien común en el servicio del Pueblo.
2. El texto del profeta Jeremías que recién escuchamos nos habla de la promesa de una nueva Alianza que el Señor establecerá con su Pueblo. En esa Alianza dice el Señor “yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”. Con Jesucristo se realizará esta nueva Alianza donde Dios y el hombre están íntimamente unidos y lo están para siempre. En esta nueva Alianza la ley del Señor está en el interior de cada persona, en cada corazón, por la presencia del Espíritu Santo que nos habita y que permite que todos, tanto “los más jóvenes como los más ancianos, lo puedan conocer” y seguir.
En su labor pastoral, Mons Angelelli confiaba en esa presencia de Dios que habita en todas las personas, por eso convocaba a todos participar activamente de la vida social, con la certeza que cada uno tiene algo para aportar al bien común, al bien de los demás. Y esa presencia incluye de modo especial a los más pequeños, a los más pobres y vulnerables, a todo aquél que, al “ojo eficientista” del mundo, pueda resultar insignificante.
En el camino Sinodal que queremos ahondar como Iglesia, esta certeza es fundamental: Dios habita en todos y nadie puede quedar al costado del camino sin participar, sin aportar lo propio. Por eso decía Mons. Angelelli en su primer mensaje a los laicos, de modo particular: “piensen, reflexionen, dialoguen, opinen, participen, oigan, aprendan, obedezcan, intervengan, inquiétense, angústiense por los demás, sean solidarios… siéntanse corresponsables junto al obispo, a los sacerdotes y a las religiosas de la misión de la Iglesia”.[1] A la vez nuestro obispo exhortaba a reconocer que el Espíritu Santo obra en toda persona que trabaja por la justicia y la paz, por el bien de los demás, con quienes tenemos que caminar juntos sean creyentes o no creyentes, miembros de las más diversas organizaciones aunque no coincidamos en todo. Nos dice en este sentido: “tratemos de no catalogar con facilidad, ingenua o a veces injustamente, a quienes, con sinceridad de corazón, con un auténtico amor y servicio a sus hermanos tienen hambre y sed de justicia para lograr la verdadera paz que es su fruto”.[2]
Hoy necesitamos fortalecer alianzas y priorizar acuerdos que nos ayuden a aunar esfuerzos por enfrentar esta nueva y reiterativa crisis que atravesamos como país y que golpea también a nuestra provincia.
Cada ciudadano y cada institución que busca el bien y el desarrollo del pueblo es necesario que se vincule estrechamente con otros, que escuche a los demás y así poder percibir sus inquietudes y necesidades y expresar las propias.
No crecemos cuando nos aislamos, cuando nos cortamos solos, cuando somos atrapados por la indiferencia, o cuando vemos al otro como un enemigo y solo buscamos vencerlo.
Si crecemos cuando promovemos el diálogo y el encuentro con los demás, cuando nos involucramos y asumimos los problemas reales que nos aquejan. Cuando permitimos que nuestro corazón sintonice con el del otro y apostamos a la comprensión mutua, al buscar juntos soluciones a los problemas, cuando podemos determinar un horizonte común, donde contribuyamos el desarrollo integral de todo el pueblo y privilegiemos el bien de los más pobres y postergados de la sociedad.
La marcha que hemos realizado es un signo de ese caminar juntos que tenemos que propiciar, compartiendo gestos, oraciones, reflexiones y trabajos en común.
3. En el Evangelio que compartimos recién Pedro aparece dando un claro y contundente testimonio de quién es Jesús: “Tú eres el Mesías…”, y Jesús lo felicita resaltando que respondió bien porque se ha dejado guiar por su Padre que está en el cielo. Pero, el mismo Pedro inmediatamente es reprendido por Jesús cuando quería cambiar su destino martirial. Él le acababa de decir que “debía subir a Jerusalén, que allí iba a sufrir mucho y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día…”. El amor a su Padre Dios y el amor a su pueblo lo llevarían a la entrega generosa de su vida para recuperarla resucitada al tercer día. Pero Pedro no lo acepta, reacciona. El martirio de Jesús, cuesta comprenderlo y aceptarlo. A la luz de su resurrección podemos entrar el verdadero sentido de su entrega. Una vida entregada por amor siempre trasciende a una instancia de más plenitud y, al mismo tiempo, es fecunda engendrando mucha vida en los demás.
En la entrega de su vida por amor, Jesús manifiesta su alianza con el Padre y sella una Alianza con toda la humanidad. Realiza esa Alianza nueva de la que hablaba el profeta Jeremías. De ese modo nos señala a todos un camino claro y de vida plena. Nuestras vidas también se realizan o llegan a su plenitud cuando por amor, renunciamos a nosotros mismos para cultivar una estrecha relación de alianza con Dios y con los demás en el servicio. Así lo expresaba nuestro obispo al pueblo reunido en Chamical en las exequias de los padres Gabriel y Carlos: “…esta sangre es feliz, sangre mártir, derramada por el Evangelio, por el nombre del Señor, y para servirles y anunciarles la Buena Nueva de la Paz, la Buena Nueva de la felicidad…”[3]
Siguiendo el Evangelio y el testimonio martirial de Enrique y sus compañeros nos toca a nosotros hoy cultivar esa Alianza profunda con Dios y con los demás para que, como ellos, asumamos los dolores y sufrimientos de nuestros hermanos descubriendo en ellos el rostro vivo de Cristo.
Con este mismo espíritu tenemos que involucrarnos en la construcción de una sociedad más justa, que brinde posibilidades de vida digna a todos sus miembros. Con ese mismo espíritu no podemos huir hoy del desconcierto en que vivimos por la situación económica y social de nuestro país, sino más bien es necesario abrazar esta realidad y hacernos cargo juntos. A su vez necesitamos fortalecer las instituciones estatales e intermedias de la sociedad para buscar caminos de salida con la mayor participación posible, fortaleciendo la democracia y todos los canales democráticos de nuestra sociedad, alentando así a que todos hagamos el aporte que nos corresponde renunciando toda ambición egoísta ya sea personal o sectorial.
En la ropa y en esos alimentos que muchos hermanos y hermanas hemos traído hoy para compartir con las personas más pobres, está simbolizada la entrega que debemos hacer de nuestras vidas, talentos, bienes y tiempo en favor de los demás.
4. Por último, queridos amigos y amigas, quiero que tengamos presente algunas fechas que nos ayudarán a seguir ahondando en la vida y testimonio de nuestros mártires.
El próximo año, el 17 de julio de 2023, se cumplirán los 100 años del nacimiento de mons. Angelelli. Les propongo que a partir de hoy vivamos juntos un año de preparación para celebrar este centenario dando gracias de modo especial por el don de su vida, por los padres que lo engendraron y su familia. Por aquellos que lo educaron y transmitieron la fe, por todas las personas y comunidades que contribuyeron a su crecimiento como persona, como cristiano y pastor.
También nos aproximamos a los 50 años del martirio de nuestros Beatos en el 2026. Por eso, el próximo año, luego de celebrar el centenario del natalicio de mons. Angelelli, viviremos un trienio para prepararnos a celebrar los cincuenta años de la entrega de los cuatro mártires.
Todo esto unido al camino sinodal que vamos transitando. La escucha al Pueblo de Dios para discernir lo que el Espíritu Santo dice hoy a nuestra Iglesia que hemos realizado y debemos seguir realizando, la concreción de las Líneas Pastorales que hoy nos acompañan, serán iluminados también en por el testimonio y enseñanzas de nuestros beatos Mártires que dieron la vida por vivir las enseñanzas del Concilio Vaticano II, como bien se expresara en el día de su beatificación.
Que todo este caminar nos ayude seguir creciendo con alegría y mucha esperanza.
Y finalizo compartiéndoles estas alentadoras palabras del beato Enrique: “¡Hermanos riojanos! No perdamos nunca el camino de la esperanza, el optimismo y del esfuerzo común”.[4]
Así Sea.
Mons. Dante Braida, obispo de La Rioja
Notas:
[1] Angelelli E. Primer Mensaje a la diócesis de La Rioja, 24 de agosto de 1968.
[2] Ibid.
[3] Angelelli E. Homilía 22 de julio de 1976. Chamical, La Rioja.
[4] Angelelli E. Primer Mensaje a la diócesis de La Rioja. 24 de agosto de 1968.