Queridos hermanos:
Es una gran alegría reunirnos en este lugar de nuestra Arquidiócesis, la Capilla Nuestra Señora de los Olivos, en Rivadavia, donde el beato Wenceslao Pedernera conoció a Cristo y comenzó su vida de discípulo del Señor.
En la primera lectura, la Palabra de Dios nos presenta la figura de Abraham como interlocutor e intercesor ante Dios por el pueblo de Sodoma y Gomorra en vísperas de su exterminio. Conmueve el regateo persistente y exitoso del patriarca ante un Dios severo y justo, aunque siempre dispuesto a escuchar la súplica de sus hijos. Nosotros bien sabemos cuánto nos cuesta rezar y, sobre todo, lo poco que rezamos por los demás. Muchas veces decimos que rezamos por las intenciones de los otros, pero suele ser un modo de hablar, o una frase repetida. Rezar por los otros es poner intensamente ante Dios, hacer nuestros, ante Él, el dolor, el sufrimiento, la vida de los demás que atraviesan un mal momento, una situación angustiante o apremiante.
Pero, además, el regateo de Abraham nos revela su confianza en el amor de Dios que es fuerte y misericordioso. Esta confianza de Abraham interpela nuestra propia capacidad de confiar en Dios sabiendo que en su amor paternal prevalece la misericordia sobre cualquier forma de venganza sobre nuestros propios errores y pecados.
Si hablamos de intercesión, de mediación, de ponerle el cuerpo a los otros para acercar, unir, reconciliar, Cristo es el gran intercesor ante el Padre, el que nos liberó definitivamente de cuanto nos impedía alcanzar el encuentro pleno y feliz con Él. La Carta a los Colosenses nos expresa estos conceptos y nos propone la contemplación de la Cruz de Cristo, como el instrumento de intercesión y de máxima reconciliación de Dios con los hombres.
A pedido de los Apóstoles, Jesús les enseña el Padrenuestro a los discípulos, allí nos indica el estilo, el horizonte, la esencia de nuestra relación con Dios, como Padre bueno ante quien podemos proponer nuestros deseos más hondos conscientes de que todo cuanto digamos en nuestra oración nos debe llevar a la oración de Jesús en el Huerto, pidiendo que se cumpla siempre su voluntad. Pero a continuación, Jesús les muestra la bondad del Padre ante nuestros pedidos; lejos de cualquier despecho, desplante o maltrato, siempre nos dará lo que sirva para nuestro bien. Específicamente, el Señor se refiere al Espíritu Santo como pedido al Padre que nunca nos va a negar.
La Palabra de Dios de hoy nos invita a considerar la importancia de la oración, sea la de intercesión por aquellos que sufren, como la personal, por nuestras intenciones personales más significativas, relacionadas con cuanto necesitamos visiblemente y con aquello que se relaciona con la voluntad de Dios que es para nosotros, los cristianos, la perspectiva para ponernos ante un Padre bueno que es amor y que quiere siempre nuestro bien.
En este lugar tan significativo, como les decía al comenzar, Wenceslao conoció a Cristo. Tocado por su Palabra, se animó a ponerse en el camino del Señor que lo llevaría con los años, como parte de la Acción Católica Rural, a sumarse a la misión de la pastoral rural de Mons. Angelelli, en La Rioja.
En estos días recordaba una característica de la actuación de Wenceslao en su vida de dirigente cooperativista. Considero que nos puede dar una pista para estos tiempos que corren, una ayuda para nuestra vida de ciudadanos y de testigos de Cristo en la vida social.
Charlando con su familia, hace algunos años, compartíamos los criterios que animaban su actuación en el trabajo rural. No obstante ser el responsable de todo, el dirigente que asumía los riesgos más grandes en cuanto a la organización, la producción y la venta de lo producido en el campo, él participaba de las ganancias de la misma manera que sus otros compañeros de cooperativa. No cobraba un monto adicional ni tenía horarios diferenciados o ventajas de algún tipo. Subrayaba con su modo de actuar y de decir, que era igual a los demás. Con todas las responsabilidades y exigencias de dirigir la cooperativa, pero con la certeza de que no podía estar en mejores condiciones ni obtener ventajas.
En estos tiempos difíciles, un testimonio así nos interpela. Frente a quienes buscan asegurar privilegios o garantizarse ventajas, Wenceslao nos indica el camino de la solidaridad auténtica y concreta.
Esta hermosa fiesta que Uds. han preparado para recordarlo es un homenaje al beato, al compañero de trabajo, al vecino. Que él nos ayude a ver claro lo que el Señor nos pide en esta hora de la vida de nuestra patria.
Mañana celebraremos al Patrón Santiago apóstol; que él interceda ante el Señor, por los mendocinos, principalmente las familias más necesitadas y agobiadas por el peso de la pobreza, de la tristeza o la división en su interior.
Pidamos a San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María, cuya fiesta celebramos este martes, por los ancianos, especialmente por aquellos que nos preceden en el camino de la fe, para que siempre valoremos su entrega y experiencia al servicio de la vida.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza