Viernes 15 de noviembre de 2024

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La oración del corazón o del Nombre de Jesús

Carta de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco (Viernes 24 de junio de 2022, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús)

“Jesús les enseñó con una parábola que era necesario
orar siempre sin desanimarse” (Lc 18, 1). 

A los fieles y comunidades de la Diócesis de San Francisco
Queridos hermanos:

1. En mi tercera Carta Pascual les propuse algunos senderos para nuestra experiencia orante. Les prometí hablarles de la Oración del Nombre de Jesús. La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús me brinda la ocasión propicia y sugestiva para cumplir lo prometido. 

2. “Esta plegaria se llama ‘de Jesús’ o ‘a Jesús’, según se entienda la invocación del nombre de Jesús o la invocación dirigida a Jesús. Se llama también ‘plegaria del corazón’ porque nace del corazón y al mismo tiene que volver, unida con el latido cardíaco. Se identifica con aquel ideal de la oración continua que se remonta a la expresión del Señor: «Hay que orar siempre sin desanimarse» (Lc 18, 1), y de Pablo: «Sean constantes en la oración» (1 Tes 5, 17).” (Jesús Castellano, Pedagogía de la oración cristiana, 158).

3. Es una forma de oración muy querida por el Oriente cristiano. La ha popularizado el famoso Relato de un peregrino ruso (s. XIX): un laico que descubre esta forma de orar, inquieto por cumplir el mandato apostólico de orar siempre.

4. Las fuentes evangélicas de esta plegaria son: la oración del ciego de Jericó (“Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí” en Lc 18, 38), la oración del publicano en el templo (“Oh Dios, ten piedad de mí” en Lc 18, 13), y la del buen ladrón (“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” en Lc 23, 42). Es como una prolongación de la invocación litúrgica: “Señor ten piedad”.

5. En la oración personal, cada uno usa la fórmula que más se acomoda a la propia experiencia. La forma más sencilla es la sola repetición del Nombre de Jesús, acompañando el ritmo de la respiración. Es como “respirar” su santo Nombre. Así confesamos nuestra fe en Él como Cristo, Hijo de Dios, Mediador y Salvador. Es la oración del hombre pecador que, vivificado por el Espíritu, ejerce su sacerdocio bautismal. La oración cotidiana se vuelve así una liturgia personal: intensa, rica, integradora de la vida. Y, el orante, se convierte en “liturgo”.

6. La fórmula tradicional reza así: Señor Jesús, Cristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que soy un pecador. Sus elementos son de una gran densidad cristiana y espiritual:

a. Señor: Como enseña san Pablo: Nadie puede decir “Señor Jesús” si no está inspirado por el Espíritu Santo. Él nos hace reconocer a Jesús como Dios y Señor de nuestra vida.

b. Jesús Cristo (Jesucristo): Jesús es el Ungido (eso significa: Cristo), lleno del Espíritu. El que cumple las promesas de Dios. Jesús significa: Dios salva. El Santo Nombre de Dios es el Nombre de Jesús, su Hijo. A María le decimos: “bendito el fruto de tu vientre, Jesús”.

c. Hijo de Dios: este es el misterio más hondo del Señor. Él es el Hijo único que, dándonos su Espíritu, nos hace hijos e hijas del Padre. La oración es tomar parte en su oración, en sus sentimientos, en su condición de Hijo amado del Padre.

d. Ten piedad (o misericordia, o compasión) de mí: Reconocemos nuestra fragilidad inclinada al pecado. No la escondemos a Dios, ni a éste lo escandaliza. Suplicamos su misericordia. El Padre se estremece ante el pecador, como una madre ante su hijo que sufre; como un médico que se inclina sobre el enfermo para curarlo.

e. Pecador o pobre pecador: Expresa la conciencia de nuestra condición delante de Dios. Es un reconocimiento de profunda humildad. Sin ella no se puede orar ni crecer en la oración. El pecado nos aleja de Dios, pero se vuelve mucho más grave si nos dejamos ganar por la soberbia o desconfiamos de la misericordia de Dios.

7. ¿Cómo hacer la oración del Nombre de Jesús? Existen muchas formas, adaptadas a cada uno. Tenemos que encontrar la nuestra. Lo fundamental es elegir un lugar solitario, recogerse en silencio, con el cuerpo en una postura apta para orar. Se puede usar el Rosario como ayuda: ir repitiendo lentamente la plegaria o sencillamente el nombre de Jesús a medida que se pasan los dedos por las cuentas del Rosario. Acompasando la oración con el ritmo de la respiración. Se puede empezar haciéndolo a media voz para pasar lentamente a repetir en silencio el santo Nombre del Señor. No hay que ser rígidos. Se puede hacer variando las posturas, la oración misma, prestando atención a unas palabras hoy, mañana a otras.

8. Por último, una observación importante: con el bautismo y la confirmación se nos ha dado la gracia de la oración. El Espíritu nos ha sido dado para impulsar nuestra oración. Él ora en nosotros. La vida de la Iglesia y de la fe comienza siempre en el corazón de los fieles. El corazón del bautizado es el hogar de la Iglesia. Es el altar desde el que se eleva el incienso de nuestra plegaria.

Tengo la intención de seguir conversando con ustedes sobre la oración. Si Dios quiere, el próximo 6 de agosto, Fiesta de la Transfiguración del Señor, quisiera dedicar una Carta a la experiencia orante de la Liturgia. Es decir, a la Iglesia en oración. Con la ayuda del Espíritu, espero poder hacerlo. Y, más adelante, otra carta sobre el Rosario de la María.

Jesús, manso y humilde de corazón: danos un corazón orante como el tuyo. Amén. Siempre en mi oración.

Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco