Queridos hermanos:
Hoy celebramos la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Además, en Argentina honramos a los papás. ¡Felicidades!
Nos toca celebrarla en el contexto eclesial de sinodalidad, como estilo de ser Iglesia, tan necesario para los tiempos que vivimos. Y, en efecto, la Eucaristía nació así en el cenáculo, y así se perpetúa bajo la acción del Espíritu Santo.
En la primera lectura (Gn 14,18-20) podemos vislumbrar, con la ofrenda de pan y de vino que hace Melquisidec, una figura remota de la Eucaristía.
En la segunda lectura (1Cor 11,23-26), el apóstol Pablo exhorta a los corintios a superar las divisiones que se daban al celebrar la Cena del Señor porque “cuando se reúnen no comparten, sino que cada uno come lo propio quedando de manifiesto ciertas acepciones de personas. De esa manera han perdido la dimensión trascendente y fraterna de la Cena del Señor”.
Ante esta situación deplorable, Pablo se remite a la última cena de Jesús con sus discípulos, apelando a la Tradición o transmisión auténtica que ha recibido de los mismos Apóstoles, testigos oculares de lo hecho por el Señor en ella. En efecto, las palabras "recibí" y "transmití" que utiliza aquí son términos técnicos, tanto en el rabinismo como en la Iglesia apostólica, para comunicar una tradición sagrada (cf. 1Cor 15,3 donde usa los mismos términos). La referencia al Señor indica que esta tradición se remonta a Jesús mismo. En refuerzo de esto está la clara referencia de la narración al acontecimiento histórico por cuanto da el nombre del protagonista ("el Señor Jesús") y una indicación cronológica ("la noche en que iba a ser entregado"). Por tanto, Pablo invita a remontarse a la última Cena, a los gestos y palabras de Jesús, para descubrir el verdadero significado de la celebración eucarística.
El mandato "hagan esto en memoria mía" nos remite al mandato de repetir la pascua de Ex 12,26. Pero en las palabras de Jesús encontramos una notable diferencia pues lo que se recuerda es la persona y no sólo la obra salvífica. Es decir, se supone que el Señor Jesús es el anfitrión de la cena y está realmente presente en la celebración de su obra redentora. En otras palabras, es Jesús mismo quien actualiza, hace presente su entrega salvífica por nosotros. Y esta presencia de Jesús sólo es posible en virtud de su Resurrección, que aparece entonces en Pablo intrínsecamente vinculada a la Eucaristía, como lo está en Lucas (cf. Lc 24,30-35).
En cambio el texto del Evangelio (Lc 9,11b-17), la multiplicación de los cinco panes y dos pescados, pareciera que nada tiene que ver con la Eucaristía; sin embargo, tenemos algunas pistas que nos relacionan con ella: 1) Los apóstoles vuelven de la misión, Jesús recibe a la multitud, le habla del Reino y cura enfermos. 2) Como ya está atardeciendo los apóstoles sugieren a Jesús que despida a la gente para que busquen alimento pues están en un lugar ‘desierto’ (recordemos que Dios dio de comer al pueblo en el desierto). 3) Jesús los descoloca diciéndoles: “¡Denles de comer ustedes mismos!" ¿Qué son 5 panes y 2 pescados para tanta gente? 4) Y comienza el protagonismo de Jesús, prefigura de la Eucaristía: toma el pan, lo bendice, lo parte y lo entrega a los discípulos para que lo distribuyan a la gente.
Podemos constatar, entonces, que este relato nos refiere la satisfacción de una necesidad material del pueblo como signo de la Eucaristía. Ambas realidades están unidas y son inseparables.
Tengamos en cuenta que quien no pasó hambre jamás percibirá la fuerza de este verbo tan elemental, «comer», ni el gozo de «sentirse harto». Comer, entonces, era sobrevivir, alegrarse por ello y sentirse comunidad. El texto quiere darnos la impresión de abundancia: cinco mil personas que comen, cinco mil que se sienten saciados, y la cantidad de restos que se recogen. Ésta es una característica del evangelio de Lucas donde el ministerio de Jesús se realiza bajo el signo de la gracia, del don gratuito y generoso. Por eso, lo que sobró no se tira, se recoge.
Por tanto, hermanos, en el contexto de la etapa diocesana del Sínodo de los Obispos, cuyo lema es “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, y, realizando ya algunas asambleas parroquiales y luego las decanatales, nos preparamos para la Gran Asamblea Diocesana, del sábado 1 de octubre venidero. Es así que nos conviene puntualizar algunos vínculos entre la Eucaristía y la Iglesia, a saber:
1. Jesús “hace” la Eucaristía y la Iglesia.
2. La Iglesia “hace” la Eucaristía y la Eucaristía “hace” la Iglesia.
3. La Eucaristía es comunión y hace a la Iglesia “comunión”.
4. La Eucaristía es ‘participación’ y hace a la Iglesia “participativa”.
5. La Eucaristía es “misión” y hace a la Iglesia “misionera”.
1. Todos los Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía y la constitución de la Iglesia. Ambas surgieron de Jesús y siguen surgiendo por la acción del Espíritu Santo. El mismo Jesús estableció un “vínculo causal” entre la Eucaristía y la Iglesia. San Pablo comprendió muy bien esta vinculación porque llama “cuerpo de Cristo” tanto al cuerpo del Señor Jesús como a la Eucaristía y a la Iglesia. Recibiendo el cuerpo eucarístico de Jesús entramos en comunión con el cuerpo de Jesús Resucitado y nos transformamos en el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia.
2. Por mandato del Señor los Apóstoles y luego sus sucesores los Obispos, y los presbíteros delegados por ellos, presidían la Eucaristía que celebraba toda la Iglesia. Por eso podemos afirmar que la Iglesia hace la Eucaristía.
Por su parte, Jesús Eucaristía transforma en sí a quien lo recibe. Así se lo hizo saber a San Agustín: «Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Y tú no me transformarás en ti como al manjar a tu carne, sino que tú te transformarás en mí» (Confesiones VII, 10, 16: pl 32, 742). Como el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre del Señor, así cuantos lo reciben con fe son transformados en eucaristía viviente. Al sacerdote que, distribuyendo la eucaristía, te dice: «El Cuerpo de Cristo», tú respondes: «Amén», o sea reconoces la gracia y el compromiso que conlleva convertirse en Cuerpo de Cristo. Porque cuando tú recibes la eucaristía te conviertes en cuerpo de Cristo. Recibir a Jesús nos hace más fuertes.
La Eucaristía nos hace ser Iglesia, al modo de Jesús. Y como el modo de ser y vivir como Iglesia es la sinodalidad, la Eucaristía nos hace “Iglesia sinodal”, ya que “Iglesia y Sínodo son sinónimos” (San Juan Crisóstomo), son lo mismo. La Eucaristía nos hace ser una Iglesia de “comunión, participación y misión”.
3. La Eucaristía es comunión y hace a la Iglesia “comunión”. Al respecto decía el Papa Benedicto XVI en Dios es Amor, n° 14: “la ‘mística’ del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan. La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; sólo puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos ‘un cuerpo’, aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que la realidad de un banquete se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía, es decir, ágape”.
4. La Eucaristía es ‘participación’ y hace a la Iglesia participativa. La Eucaristía nos hace formar parte, participar, del único Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, donde todos somos miembros vivos y activos. Por eso una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable donde “cada bautizado debe sentirse comprometido en el cambio eclesial y social que tanto necesitamos. Este cambio exige una conversión personal y comunitaria que nos haga ver las cosas como las ve el Señor”.
5. La Eucaristía es “misión” y hace a la Iglesia “misionera”. La Eucaristía es prolongación sacramental de la misión del Hijo de Dios que vino al mundo para redimirlo y transformarlo. Y los que participamos de la Eucaristía somos invitados a ser, como Iglesia, testigos ante el mundo de la misión de Jesús. Por eso, la conclusión de cada Santa Misa es un envío a la misión, en la que estamos comprometidos todos los bautizados, cada uno según su propia vocación dentro del Pueblo de Dios: los obispos, los sacerdotes, los diáconos, los miembros de la vida consagrada y de los movimientos eclesiales, los laicos.
En la celebración eucarística la Iglesia renueva continuamente su conciencia de ser “signo e instrumento”, no solo de la íntima unión con Dios, sino también de la unidad de todo el género humano. El cristiano que participa en la Eucaristía aprende de ella a ser promotor de comunión, de paz y de solidaridad en todas las circunstancias de la vida. La Eucaristía es como una gran escuela de paz, donde se forman hombres y mujeres para que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y política, sean artesanos de diálogo y comunión. La participación en la Eucaristía es un impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna.
En fin, la Eucaristía es alimento vivificante, nos da fuerzas para vivir como Jesús vivió, esto es, a considerar la propia vida como una misión y motivados por una exquisita solidaridad. La Eucaristía donde el Señor se “parte” y se entrega por nosotros nos debe llevar al servicio de los más pobres y necesitados. Ella es el motor de la misión y de la solidaridad, del compartir el alimento y la fe. La sinodalidad está al servicio de la misión de la Iglesia, en la que todos sus miembros estamos llamados a participar.
Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca