Creo que a esta altura de siglo XXI ya nadie puede dudar de la importancia de la comunicación en la vida de las personas, de las comunidades, de los países, de nuestra Iglesia.
Desde el año 1967 y siguiendo los lineamientos del Concilio Vaticano II, se instituyó la Jornada de las Comunicaciones Sociales para el domingo anterior al de Pentecostés. Y cada año también el Papa nos regala un mensaje -lo da a conocer el 24 de enero, día en el que recordamos a San Francisco de Sales, patrono de los periodistas- que nos invita a poner la lupa sobre algún aspecto de las comunicaciones sociales: este año lleva por título “Escuchar con los oídos del corazón”.
Estamos andando un tiempo en que la sinodalidad nos reclama a tiempo completo y la escucha es central en este proceso que vivimos tan intensamente en la Iglesia: “Es un deseo [el de ser escuchados] que a menudo permanece escondido, pero que interpela a todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un papel de comunicador: los padres y los profesores, los pastores y los agentes de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio social o político”.
Y dando marco teológico dice que “la escucha corresponde al estilo humilde de Dios. Es aquella acción que permite a Dios revelarse como Aquel que, hablando, crea al hombre a su imagen, y, escuchando, lo reconoce como su interlocutor. Dios ama al hombre: por eso le dirige la Palabra, por eso ‘inclina el oído’ para escucharlo”.
Escuchar es un estilo. Escuchar interpela. “Por una parte está Dios, que siempre se revela comunicándose gratuitamente; y por la otra, el hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha. El Señor llama explícitamente al hombre a una alianza de amor, para que pueda llegar a ser plenamente lo que es: imagen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar, de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una dimensión del amor.”
Y añade una clave: “Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón”.
Vayamos a la realidad. Cuando no escuchamos, ¿qué pasa? “La falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad. Es triste cuando, también en la Iglesia, se forman bandos ideológicos, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposiciones estériles.”
Si el periodismo ejerce una escucha atenta a la opinión pública podrá informar sobre “este tiempo herido por la larga pandemia. Mucha desconfianza acumulada precedentemente hacia la ‘información oficial’ ha causado una ‘infodemia’, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparente el mundo de la información. Es preciso disponer el oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas”.
¿Qué tienen en común un ilustre médico, la Torah, Jesús, la encíclica Evangelii gaudium, el rey Salomón, san Agustín y san Francisco de Asís, el filósofo Abraham Kaplan, el cardenal Agostino Casaroli, el pastor y teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, el apóstol Santiago y el propio Papa Francisco? Que todos son citados por sus reflexiones sobre la escucha en este mensaje por la 56º Jornada de las Comunicaciones Sociales. Fíjense que dice cada uno:
Si pueden, lean el texto completo, haciendo clic acá.
Y feliz domingo de la Ascensión de Jesús al cielo. Renovemos junto a Él la esperanza en la vida eterna.
Mons. Jorge Lozano, arzbispo de San Juan de Cuyo