Queridos hermanos:
Nos hemos reunido para celebrar la memoria de un acontecimiento que nos define como pueblo. En cuanto hecho histórico, lo recibimos como algo que nos es dado, y que debemos actualizarlo para definir, desde él, nuestra identidad y proyectarnos como Nación. Toda celebración patria presenta una mirada al pasado en el que reconocemos nuestras raíces; una vivencia del presente que nos compromete y nos lleva a examinar nuestros logros, pero también nuestros límites y carencias; y una mirada hacia el futuro, que nos llama al compromiso de todos para construir una Argentina mucho mejor para las futuras generaciones.
Damos gracias al Señor por la posibilidad de volver a encontrarnos en esta iglesia Catedral para orar por la Argentina. El largo período de cuarentena que hemos vivido a consecuencia de la pandemia ha calado hondo en todos nosotros. Ciertamente, no somos los mismos… Extrañamos a hermanas y hermanos que han perdido la vida en este tiempo. A muchos no los hemos podido despedir como hubiésemos querido. Pero los que estamos aquí tampoco somos los mismos de ayer. Un verdadero torbellino ha pasado (y tal vez sigue pasando) en medio nuestro. En esos momentos difíciles el Santo Padre Francisco nos advertía que nadie iba a salir igual, o saldríamos mejores o peores. Es un buen momento para que como sociedad, nos examinemos.
Nos ha cambiado la vida, y un primer sentimiento que nos une hoy, es hacer memoria doliente junto a quienes han sufrido durante estos últimos meses la muerte de seres queridos, la enfermedad y sus secuelas, la pérdida de fuentes laborales y la precariedad económica. Para muchas personas este tiempo ha causado un importante deterioro en su ánimo y salud mental, especialmente en los jóvenes y ancianos. Todo esto se ve incrementado cuando ha afectado a las familias más pobres.
Es tiempo de valorar la vida austera y las cosas sencillas que nos dan felicidad. Es tiempo de agradecer por la familia, revalorizar la comunidad, el barrio, las redes sociales de amistad y solidaridad.
Al dar gracias en este día al Señor por la Patria, tenemos la necesidad de una especial expresión de gratitud a quienes han servido con abnegación heroica: el personal de salud, de seguridad, los servidores públicos, los capellanes y tantos otros que han puesto lo mejor de sí para servir a sus hermanos. Varios perdieron su vida: a ellos nuestra admiración y oración. Que el Señor les recompense con creces.
El recuerdo agradecido a estos hermanos nuestros nos exige, a la dirigencia de todo tipo, redoblar el esfuerzo para sacar a nuestra Patria de esta postración, que no es sólo económica, sino principalmente moral.
Para refundar los vínculos sociales, tan debilitados en nuestro país, debemos apelar a la ética de la solidaridad, y generar una cultura del encuentro. El punto de vista ordenador de una cultura del encuentro debe centrarse en el hombre, principio, sujeto y fin de toda actividad humana.
Urge recrear los lazos de la amistad social entre los argentinos para pacificar los corazones tan heridos y enfrentados. Es imprescindible la reconciliación para poder aspirar a una Nación que tenga pasión por la verdad y compromiso por el Bien Común.
Para quienes creemos en Cristo, la paz es fruto de la justicia, y esos valores sólo se logran con respeto y diálogo, con altura en la mirada, dejando de lado actitudes mezquinas, y sobre todo con humildad.
En el Evangelio que se ha proclamado, hemos escuchado la regla de oro para toda autoridad, para todo representante del pueblo, para todo dirigente de una institución. “El que es más grande, dice el texto evangélico, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como su servidor”. (Lc. 22, 26).
Queremos y necesitamos autoridades (en todos los campos) que busquen genuinamente el bien de los argentinos, que estén dispuestos a buscar acuerdos, que trabajen en forma mancomunada. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida.
Y también necesitamos que todos los ciudadanos nos comprometamos con el Bien Común de la Patria; tenemos que “ponernos la Patria al hombro”, como le gustaba decir Francisco, cuando estaba entre nosotros. Sin excepción, no tenemos derecho a la indiferencia ni al desinterés o a mirar hacia otro lado. Argentina nos necesita humildes, sencillos, disponibles, dispuestos a dar lo mejor de nosotros para que la Patria se levante. Si una persona, si un sector cualquiera sea, no se compromete, Argentina está incompleta.
Nos necesita a nosotros, a quienes creemos en Él y a todas las demás personas de buena voluntad. Una Argentina justa y solidaria, la amistad social que anhelamos entre todos, no se impone por decreto ni por arreglo de unos pocos.
No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político.
Tenemos que pensar la Argentina de los próximos 100 años, salir de la mirada cortoplacista; necesitamos un proyecto de país, reafirmando nuestra identidad común, estableciendo políticas públicas con consensos fundamentales que se conviertan en referencias para la vida de la Nación y puedan subsistir más allá de los cambios de gobierno, para lo cual hay que mirar el pasado de nuestra historia.
Desde los inicios de nuestra comunidad nacional, aún antes de la emancipación, los valores cristianos impregnaron la vida pública. Esos valores se unieron a la sabiduría de los pueblos originarios y se enriquecieron con las sucesivas inmigraciones. Así se formó la compleja cultura que nos caracteriza. Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia.
Hay dificultades, no las negamos. Y frente a ellas tenemos que superar la parálisis frente al mal, vencer la tentación de la queja inútil, de la protesta por la protesta. Debemos reaccionar como Jesús, amando a la Patria, como exigencia del mandamiento que nos pide honrar al padre y a la madre, porque la Patria es el conjunto de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados, es un bien común de todos los ciudadanos, y como tal, también es un gran deber.
Recibimos la Patria como un legado maravilloso y una tarea inacabada. Todos somos constructores y responsables de su futuro. No esperemos a ver que hacen los otros, no miremos con indiferencia lo que no nos toca, despertemos de la inmadurez de pretender un estado paternalista. La Argentina es obra de todos, que se hace con el deber de cada día, hecho con esfuerzo, con honestidad, pensando más en los otros que en el propio interés. Actitud que supone heroísmo para no cansarse, para no claudicar, para comenzar cada mañana, en nuestro lugar, para creer y esperar que con la Gracia de Dios otra Argentina es posible legar a nuestros hijos.
Para poder realizar esta noble tarea, todos debemos superar los individualismos, los partidismos, los intereses egoístas, y trabajar decididamente por el Bien Común. Todos tenemos que sentirnos patriotas, como nuestros próceres de mayo.
En este día, en que se mezcla la preocupación y la esperanza, venimos aquí a implorar al Señor que ilumine nuestro camino y fortalezca nuestros espíritus, especialmente que le dé sabiduría y prudencia a nuestros gobernantes.
Demos gracias a Dios e invoquemos la protección de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina, para que nos dé el gusto por lo grande y noble, que nos preserve de la tentación de lo pequeño e inmediato, que no nos asusten el cansancio o las dificultades, pero que sí nos asuste la falta de ideales que no nos permitan soñar con una Argentina en donde reine la paz, la justicia y el amor, que es la cumbre de aquel camino social que nos ha enseñado su Hijo Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
Mons. Juan Alberto Puiggari, arzobispo de Paraná