Hechos 9,31-42
Juan 6,60-69
Hoy contemplamos a Pedro como misionero itinerante. Ha dejado la capital, la comunidad inicial que se ha formado, y se ha encaminado a las regiones periféricas.
Jesús, desde su existencia resucitada, sigue presente en su Iglesia, la llena de fuerza por su Espíritu y sigue así actuando a través de ella. Lucas lo muestra de un modo optimista: “la comunidad progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo” (Hech. 9,31). Porque el evangelio que predican los apóstoles, es vida y resurrección, y el Señor quiere que lo sepamos con certeza.
Pedro sale para animar a las comunidades en su camino. En la primera escena, aparece Eneas, un personaje representativo que yace paralítico en un catre desde hace ocho años: su estado de postración nos habla de las dificultades de la nueva comunidad. Pedro le dice: levantate, ponete a la mesa. Todo es símbolo del estancamiento de la comunidad que no la deja producir sus frutos.
La segunda escena tiene como protagonista a una mujer que acaba de fallecer: Tabita, que significa Gacela, exponente de la vitalidad y agilidad que había tenido aquella comunidad. Las obras de piedad propias de la religiosidad judía no han bastado para evitar su muerte. La sala de reuniones de la comunidad se ha convertido en un velatorio en la que miran con nostalgia las prendas que confeccionaba en el pasado. Lucas señala su situación económica y su calidez humana. A nivel humano ha muerto una gran benefactora de la comunidad. Las viudas, las más desamparadas en la sociedad, que lloran y se lamentan por su muerte le suplican a Pedro para que intervenga. Pedro la levanta, al resucitar a Tabita y al presentarla viva a los paisanos y a las viudas resucita simultáneamente el cuidado por los pobres. Pedro, al modo de Jesús restablece el cuerpo comunitario; y el signo son las nuevas adhesiones.
Termina esta visita pastoral en lo de un: "Cierto Simón", "curtidor" de pieles, oficio considerado impuro por el contacto con animales muertos. Simón pertenece a una comunidad marginada en Jafa. Sin embargo, Pedro en lugar de quedarse en casa de Tabita, prefiere contaminarse hospedándose en una comunidad que no es bien vista por los creyentes ortodoxos por su actitud libre respecto a la Ley, pero donde no hay ninguna enfermedad, pero si, bendición y compartir evangelizador.
Milagros misioneros. Lo anunció Jesús antes de partir, y no quedaron ahí. Los milagros que realizan hoy los discípulos y misioneros, los santos de la puerta de al lado, en su forma, son un poco distintos de los que narra el libro de los Hechos, sin embargo, expresan la misma realidad: la misericordia y la bondad de Dios que asume nuestros dolores y sufrimientos. Por eso, los testigos creíbles son aquellos que se entregan en cuerpo y alma al servicio de los pobres y necesitados: los leprosos, apestados, huérfanos, viudas, encarcelados, cautivos, ignorantes y desempleados. Los enfermos de las peores enfermedades, del HIV y hoy del Covid-19, los alcohólicos y drogadictos, las prostitutas y los travestis. Todos aquellos a quienes la sociedad y, desgraciadamente a veces, la Iglesia margina, pero en quienes se hace presente el rostro sufriente del Señor. Es este servicio a los más pobres el testimonio que corrobora la verdad de la Buena Noticia, del Evangelio de Jesús.
Venimos de una sorpresiva pandemia, que ha dejado muchas consecuencias de enfermedad, dolor, desesperanza pero que ha puesto al descubierto la vida y nuestra vida, donde las certezas teóricas en muchos casos no han dado respuesta, es más, se han ideologizado para no ver la realidad y no reconocer que muchas de nuestras prácticas son estériles.
Comunidades postradas como la de Eneas, muertas y acariciando recuerdos como la de Tabita, excluidas, pero buscando la vida como la de Simón. Frente a esto también el evangelio sigue desafiando.
Los discípulos rechazan la propuesta de Jesús: "¿quién puede hacerle caso?". Comer el pan de su vida, hacer carne en nosotros su preocupación y pasión. Las exigencias del llamado se les hacen absolutamente intolerables. Muchos, prefieren la seguridad de la sinagoga: como los levitas en torno al altar y al culto o la de los fariseos con leyes y moralinas al entrar en el conflicto de la nueva iglesia cristiana de las bienaventuranzas y samaritana por excelencia. La adhesión a Jesús no era, ni es, un asunto intrascendente. Marcaba y marca la diferencia entre la fidelidad y la deserción. Muchos lo abandonaron y él se queda con el grupo nada seguro de los doce, inseguros pero que se arriesgan a comer ese pan duro, pan con corteza de poner la vida y las seguridades en juego.
Ante el paso de Dios que significa esta Asamblea sabiendo que Cristo es difícil de admitir en la propia vida, si se entiende todo lo que lleva el creer en él y ser discípulos, es exigente, y su estilo de vida está no pocas veces en contradicción con los gustos, modos y las tendencias de nuestro mundo tan arraigadas en nuestro ser eclesial.
“Pasión por Cristo, pasión por el hombre”, “Acción Católica en salida”, "Hagan todo lo que Él les diga”, “Vayan”, “Todos ustedes son hermanos” no pueden ser slogans sino identidad profunda, espiritualidad, oración con rostros y acciones visibles y verificables, no para la selfie.
La realidad nos reclama con fuerza imperativa como a Pedro ser portadores de Vida; de la Vida que nos viene del mismo Dios por el resucitado. Y abrazar la vida como viene. Es la misión que el Señor nos ha confiado y ahí nos encontraremos con muchas personas deterioradas por el pecado, por la enfermedad, por la pobreza, por la injusticia. No podemos pasar de largo ante ellos sin ser unos traidores a Cristo y a su Evangelio.
Frente a esto, hagamos nuestra aquella pregunta que Jesús dirigió a los discípulos: “¿También ustedes quieren dejarme?” (Jn 6,67). No sólo abandona a Cristo quien deja de orar, sino también quien cierra sus ojos ante el sufrimiento de su hermano y, para justificar su egoísmo, se dice: ¡todavía no estoy preparado! Pedro nos enseña con su testimonio que la respuesta está orientada a curar comunidades enfermas, resucitar espacios muertos por la injusticia social, animar a los que sufren en su carne una vida descartada, reanimar a los que están sin esperanza, o no tienen ganas de luchar o de vivir. Todo eso es lo que podemos hacer si de veras estamos llenos del espíritu de la Pascua, y si comemos del mismo pan, de la misma pasión de Jesús.
Pidamos como ACA, que el espíritu no abrace para que, incluso con miedo e inseguridad, podamos responder: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,69).
Alabado sea Jesucristo.
Mons. Eduardo Horacio García, obispo de San Justo y asesor nacional de la Acción Católica