Hemos iniciado esta Semana Santa con dos signos: la piedra y la esponja, la piedra en donde todo resbala y nada penetra, y la esponja que todo lo absorbe. ¿Con qué corazón viviríamos esta semana? … Y para probarlo expresemos nuestro grito Pascual.. ¡Cristo Vive! ¡Cristo Resucitó! … Cristo Vive… ¡Vivamos por Él!
Esto que proclamamos lo sabemos, es el centro, la verdad central de nuestro ser cristianos, como otras veces hemos dicho, el Apocalipsis (5,5) tiene una expresión griega ENIKESEN que es un grito de gozo que significa «¡Ha triunfado!» Ha triunfado el león de Judá y esto quiere decir que es imposible que no haya ocurrido lo que ha ocurrido: que Jesús Murió y Resucitó.
El Amor ha triunfado, el amor es más fuerte que la muerte. No cualquier amor, sino aquél, que nos dijo y sigue diciéndonos Jesús: “Ámense como Yo los he amado”.
Pablo nos recordó hoy: “Si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con Él en la Resurrección”. Exigente, pero precioso camino, ideal, que un santo místico Juan de la Cruz, que le tocó padecer, no la muerte martirial, sino la del martirio de la exclusión y rechazo de sus propios hermanos de comunidad, encerrado en un calabozo durante meses sin luz, nos dejó una frase que nos cuesta poner en práctica: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. Y esto es lo que hizo Jesús, murió por amor y el amor lo resucitó y viene sacando amor de tantas muertes.
Por eso, el salmo nos dice hoy con el canto de ¡Aleluia… Aleluia… Alegría, Alegría! «Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga todo el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor!» (Sal 117, 1-2)… Repitámoslo nosotros, aquí con fuerza: Demos gracias a Dios, comunidad, porque es eterno su amor… (Familias, jóvenes, hombres, mujeres, etc).
Hoy el Evangelio de Lucas, este año, nos pone delante cómo tanto las mujeres como los apóstoles tenían una actitud resignada ante la muerte. A pesar de que Jesús les había dicho que resucitaría, ninguno planteaba la posibilidad de la Resurrección. Las mujeres querían embalsamar, signo de que la muerte no tiene solución. Los apóstoles dirán que hablar de la Resurrección es un delirio. Pero la palabra que viene de Dios, a través de esos dos hombres llenos de resplandor dice algo diferente. Ni la muerte es algo definitivo, ni la resurrección es un delirio. Jesucristo ha vencido la muerte, ‘no busquen entre los muertos al que está vivo’. Dejemos de buscar en cosas muertas – por ejemplo, como las cintitas rojas que vemos muchos llevan en sus muñecas, para no sabemos de qué liberarse o cuidarse-. A la actitud fatalista de los hombres, la palabra divina propone la fe en el triunfo de la vida y la esperanza, en la participación de la Resurrección de Cristo.
El Papa Francisco nos decía: “La fe es creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente en nuestras vidas, que no nos abandona, que saca bien del mal con Su poder y con Su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorioso en la historia… que la Resurrección de Cristo ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano”. (EG 278)
Este Jueves Santo estuve en la Unidad 11, en un pabellón celebrando la ‘Cena del Señor’, hermosa celebración, vivida con 13 hermanos, que más allá de su realidad y de haber optado por la muerte y el mal en sus vidas, gracias a otros hermanos nuestros de la Pastoral Carcelaria, le han abierto el corazón al Resucitado desde su Palabra y se han bautizado, recibido su Comunión y en camino hacia la Confirmación, maravilla del poder del Señor Resucitado en ellos. La vida triunfó sobre esos corazones de piedra y hoy son esponjas de Dios… ¿Por qué? Porque ¡Cristo Vive! ¡Cristo Resucitó!
Hoy lo escuchamos en una de las lecturas del Antiguo Testamento de Ezequiel, ‘les haré un corazón nuevo, les arrancaré el corazón de piedra…les infundiré mi espíritu’. El Espíritu de vida del Resucitado… Creámoslo hermanos, Él nos quiere purificar. Por eso renovaremos nuestro bautismo, seremos rociados con el agua purificadora. Cada uno, pero él nos mira como Iglesia, como pueblo, comunidad… Él quiere hacernos una comunidad viva alegre, donde cada uno pone su vida en común para bien de todos.
Que por amor contagiemos vida, alegría, entusiasmo… Aquí, ahora, entre nosotros, siempre… Y donde el Señor nos pida que estemos y vayamos.
María, Madre de la Pascua, ruega por nosotros.
¡Cristo Vive, vivamos por Él!
Mons. Fernando Croxatto, obispo de Neuquén