Nosotros celebramos la Pascua, el paso de Dios. Celebramos que Jesucristo pasa de la muerte a la vida. Pensemos lo que significa que un muerto vuelva a la vida. Los discípulos vieron a Jesús muerto en la Cruz y luego lo volvieron a ver con los signos de la Cruz.
Así ellos se convirtieron en testigos de la vida, de la resurrección. Y esto significa que la muerte no tiene la última palabra, sino que la última palabra la tiene la Vida. Pero no por un acto de poder vano que alcanzó la vida, sino por gracia de Dios. El que pasa de la muerte a la vida es el Hijo de Dios. Hasta Jesucristo la muerte era como una puerta cerrada, era un paredón gigante.
Y Jesucristo es el primero que abre la puerta y nos dice “Vamos”. Cambia todo, queridas hermanas, queridos hermanos.
Si la puerta está abierta, si es verdad que lo último es la Vida, cambia todo; cambia la manera de pensar, de vivir.
En los distintos momentos de la historia humana los seres humanos nos vamos a enfrentar a la muerte: la muerte que viene por la pandemia, por la guerra. Pero también nos vamos a enfrentar por la muerte que viene por el hambre, por la falta de afecto. Nos vamos a enfrentar a las muertes que vienen porque nos excluyen de la vida, porque la vida deja de tener sentido.
Pero nosotros cristianos, en esas circunstancias, vamos a ser capaces de dar un grito: “Resucitó. Está Vivo”. Y eso nos pone frente a la vida de otra manera.
Queridas hermanas, queridos hermanos. El mundo está teniendo cambios velocísimos. Todos los días nos levantamos con cambios que no imaginábamos que íbamos a vivir. Y en esos cambios van quedando millones de personas afuera. Y nosotros vamos a seguir insistiendo en que Resucitó, que está vivo.
Por eso cada Eucaristía, cada Misa, esta de Jueves Santo y en cada misa, celebramos que está Vivo, nos da vida y nos hace vivir de otra manera.
La Pascua de Jesucristo cambia la manera de vivir.
La fe no es un sentimiento. La fe que tenemos es una certeza y una convicción profunda que nos hace estar en la vida de otro modo. No bajamos los brazos, no nos sentidos derrotados, porque la muerte no tiene la última palabra.
Por eso apostamos a la vida, queremos ser trabajadores de la vida.
En este Evangelio Jesús tiene un gesto pascual, que va a quedar impreso en la comunidad, en la memoria de nosotros, un gesto que tiene que ver con su entrega a lo largo de toda la vida.
No es sorprendente que Jesús lave los pies; lo hizo toda la vida de distintas maneras. Se acercó a los leprosos, los abrazaba; se acercó a los que eran acusados de pecadoras, pecadores y comía con ellos. Toda la vida Jesús lavó los pies, se puso al servicio de nosotros.
Lavar los pies era un servicio que hacían los esclavos, no lo hacían los señores de la casa.
Jesús tiene el gesto del sirviente y Pedro le dice: “No, no, vos sos el Señor, no puedo permitir que me laves los pies”. Y el Señor le dice: “Si yo no te lavo Pedro, no estamos en comunión, no te das cuenta todavía quien soy yo”.
El lavatorio de los pies es Dios que se pone al servicio para que tengamos vida. Lo peor que podemos decirle al Señor es “no me laves los pies, no me salves, aléjate de mí, no me des tu vida”.
El Señor quiere darnos vida. Él pasa por nuestra vida para que tengamos vida.
La realidad está muy pesada. No puede haber profetas de mentiras, de fantasías. Estamos cansados de que nos mientan, de escuchar cosas que no son reales.
La fe tiene el poder de resucitar muertos. En este tiempo de la historia argentina y del mundo, los cristianos tenemos que aceptar que el Señor nos lave los pies. Pero como nos dice el Evangelio, tenemos que ser capaces de lavar los pies a otros, ser capaces de hacer que muchas personas descubran la fuerza de Dios.
Porque los seres humanos tenemos una fuerza limitada. Aunque muchas veces juguemos a ser omnipotentes, somos limitados, somos humanos. Cuando Dios viene a la vida, Él hace el milagro de la vida plena.
Lavarnos los pies unos a otros es estar abiertos al amor de Dios, y como hizo Jesús, ayudar a que nuestro mundo se abra a Dios, en nuestra familia, el vecindario, la ciudad, la comunidad cristiana. Es un trabajo lindísimo, necesario.
Hay muchas cosas para trabajar en el mundo. Ustedes, aquí en Lobos, trabajan en la Casita del Niño, en la olla, están en los barrios, dan catequesis, llevan adelante el colegio. Una comunidad cristiana tiene muchas cosas que hacer, pero lo hacemos lavando los pies, para que nadie se quede sin el amor de Dios.
Todos son signos de que está Vivo. Porque podemos trabajar como una ong, un club de barrio, pero el amor de Dios es capaz de generar algo distinto en la vida, es capaz de dar vida plena.
El lavatorio de los pies es un gesto para reconocer que este es el camino: acompañanarnos unos a otros a que Dios esté en la vida.
Hoy me tocará a mí lavar los pies, otro día me tocará ser lavado. Hay días que puedo tener la fuerza para darle vida al otro, y en otros momentos, cuando estoy con los brazos para abajo, necesito que alguien me lave los pies, que alguien venga con mucha humildad, a decirme: Está vivo, no bajes los brazos.
Que este gesto sea para nosotros renovar la fe en Jesucristo. Como nos dice el Papa Francisco: no nos dejemos la robar la fe, la esperanza, la alegría
Que el lavatorio de los pies nos haga ser una comunidad que cree que Jesucristo murió y resucitó.
Su vida se comunica, hagamos esto como un gesto de fe, de alegría y de esperanza”
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján