Queridos hermanos,
¡Muy feliz Pascua! El Señor ha cumplido su Palabra. Con su Resurrección, nos regala la certeza de la vida nueva en Él. El poder de las tinieblas y de la muerte han sido vencidos por nuestro buen Pastor resucitado.
Estos días de Semana Santa desde el domingo de Ramos, nos han ofrecido la oportunidad de reflexionar y rezar personalmente y en comunidad, en las distintas celebraciones. ¡Cuánta vida en esas expresiones tan hondas de fe! Sencillas en cuanto a su manifestación, son muy significativas porque ponen de manifiesto: nuestros deseos sinceros de caminar bajo la mirada de Dios, en cercanía fraterna unos de otros.
La alegría nos embarga el corazón. ¡Jesús ha resucitado como lo había prometido! Transitamos estos días de tristeza y dolor por la injusta traición padecida, pero ahora la certeza de la Vida nueva nos embarga e invita a celebrar el triunfo de Dios sobre la muerte y el pecado.
Pedro presenta ante el pueblo la vida del Señor, su muerte y resurrección. Es una catequesis que imparte diciendo que él y su comunidad son testigos de estas cosas:
- Jesús, pasó haciendo el bien y curando a todos los afligidos por el mal.
- Ajusticiado en un madero, resucitó de entre los muertos.
- Envió a sus discípulos a testimoniarlo como juez de vivos y muertos.
- Perdona los pecados a quienes creen en Él.
En la Carta a los Colosenses, somos interpelados: si somos del Señor, si queremos resucitar con Él, se trata de levantar la mirada y buscar los bienes del cielo. Es preciso superar los ideales de una vida chata y superficial, de una rutina que se acostumbra a procurar otros bienes menos importantes, nada significativos para nuestra condición de creyentes.
En el Evangelio, tenemos dos partes bien nítidas en el relato: de manera breve y directa el evangelista nos dice que Magdalena fue el domingo al sepulcro y vio la losa corrida. Ella descubre la resurrección, la intuye, pero no puede explicarla, por eso su reacción inmediata fue ir a ver a Pedro para testimoniar esta noticia preocupante: “¡Se llevaron al Señor!”.
Pedro y el discípulo amado corrieron al sepulcro y, aunque el discípulo llegó antes, Pedro entró para ver. Con detalle nos cuenta cómo encontraron los lienzos y el paño del rostro. Del discípulo amado, nos dice que vio y creyó, una respuesta de fe, inmediata y directa. Los lienzos en el piso, la ausencia del cuerpo del Señor, le recordaron cuanto Jesús les había dicho sobre la resurrección.
El Señor nos regala cada año la oportunidad de dejarnos sorprender por el triunfo de la vida. Aspirar a los bienes e ideales que Él nos comunicó, creer en su Palabra y en todo cuanto nos ha dicho, es nuestra respuesta a su invitación a ver y creer.
En este tiempo post Covid, donde esperábamos distendernos de esa amenaza de muerte permanente, vivimos perplejos la crueldad de una guerra que no ahorra atrocidades. Pascua viene a proclamarnos el triunfo de la vida porque Cristo nos invita a la esperanza. No hay muerte que pueda con Él, ni hay límite humano que el Señor no pueda doblegar y ayudarnos a superar.
Cristo nuestra Pascua se nos adelanta en el camino de la vida, para anunciar nuestro horizonte de plenitud y de luz, junto a Él. Dejémonos abrazar por esa claridad que todo transparenta y quiere dejar de manifiesto lo mejor de nosotros mismos. No hemos celebrado la Pascua para volver a la atmósfera de traición y negación de la noche del Jueves. El discípulo amado y María Magdalena nos indican el camino hacia adelante, para que, como ellos, también nosotros veamos y creamos.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza