Viernes 15 de noviembre de 2024

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Un pueblo de ungidos

Homilía de monseñor Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza, durante la Misa crismal (Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, Mendoza, 12 de abril de 2022)

Queridos hermanos

En el camino de la Semana Santa, la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar la Misa Crismal, verdadera fiesta de la unción del Señor que nos ha querido comunicar su gracia en abundancia para amar y servir.

Venimos del duro contexto que nos impuso la pandemia de estos años y hoy nos sentimos fuertemente interpelados por la guerra en Ucrania y la pobreza creciente en tantos hogares de nuestra patria. En este marco doloroso, el Señor Jesús asume en primera persona la profecía de Isaías: Él es el Mesías enviado para alegrar la vida de su pueblo, para sanarlo y restaurar sus energías por la Palabra proclamada para su plena libertad. Como pueblo sacerdotal, como pueblo de ungidos por el Señor, asumimos y celebramos la misión de testimoniarlo ante nuestros hermanos los hombres para que, creyendo en Él, tengan vida.

La bendición de los óleos, la consagración del Santo Crisma y la renovación de las promesas sacerdotales, expresan la vida de Dios en nosotros; testigos de su amor, los sacerdotes hemos sido enviados por el Señor a anunciar la buena noticia de su Reino; Él nos ungió para que nosotros ungiéramos a nuestros hermanos. Como nos dice el Papa Francisco:

“Somos ungidos para ungir. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega que muchas personas ilustradas consideran como una superstición. El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad.” (Francisco, Misa Crismal, 18 de abril de 2019)

La renovación de las promesas sacerdotales nos ayuda a hacer memoria del día de nuestra ordenación, en el cual nos comprometimos al servicio de Dios y los hermanos, entregándonos con un corazón pobre y entero, un corazón que fuera siempre obediente a su voluntad y al camino de la Iglesia para testimoniarla ante los hombres. Por eso, profesamos esta renovación como miembros de un presbiterio que quiere amar en esta Iglesia mendocina, que desea crecer en fidelidad a la invitación del Maestro que no vino a ser servido sino a servir.

En este tiempo eclesial, el Espíritu Santo nos llama a discernir sinodalmente nuestro modo de hacernos presentes viva y eficazmente entre los hombres. Y a reconocer que todos los miembros del Pueblo de Dios hemos sido ungidos por el bautismo. No sólo los ministros ordenados sino también cada cristiano, es corresponsable como ungido de Dios de llevar adelante la misión de la Iglesia, según su estado de vida, y conforme a los dones y carismas recibidos, en comunión con los pastores. Cada bautizado es un ungido del Padre para extender la buena noticia del Reino de Dios, en casa, en el trabajo, en el estudio y en la vida social en general.

Si en esta realidad que habitamos como creyentes, nuevas grietas multiplicadas al infinito nos separan y atomizan, si crecen el dolor y la incomprensión, nuestro desafío siempre será salir al encuentro de los hermanos, sin excluir a nadie, amándolos como son, para proponerles la fe cristiana y los desafíos del Evangelio. Ser cristiano es compartir el amor de Cristo que ve siempre el corazón de la persona y se las rebusca para salirnos al paso siempre.

Además de los ministerios laicales para contribuir a la animación pastoral de las comunidades eclesiales, en esta hora difícil de la Patria, con tantas necesidades apremiantes, principalmente entre los pobres, se hace imperiosa la participación social y política de los cristianos, ungidos para transformar la realidad y aportar la fragancia de Cristo Salvador en las distintas instancias asociativas y partidarias. Los distintos voluntariados expresados en las diferentes pastorales de la solidaridad, lo hacen muy presente en perspectiva de servicio.

Resulta imprescindible una decidida contribución de los cristianos, a través de nuevos liderazgos políticos y sociales, con arraigados valores cristianos y afirmar frente a la pretensión de algunos sectores de invisibilizar el lugar de la Iglesia en la sociedad, que ella no puede limitarse a los actos de culto o ser aislada y reducida al ámbito privado. Tiene un aporte que hacer a la sociedad. Por eso, la unción recibida, que hoy celebramos, nos invita a asumir, nuestro lugar de creyentes en la vida social, con todas sus consecuencias. Sería dramático hacernos los distraídos y pensar que les toca a otros ejercer nuestra misión, la misión de los ungidos.

Todo esto celebramos hoy: que Dios nos ha hecho un pueblo de ungidos, donde tiene una misión para cada uno de nosotros, en la vida eclesial y en la historia de los hombres; por eso nos ha ungido para llevarla adelante tras las huellas de su Hijo.

Queridos hermanos, que el Señor nos fortalezca en esta Pascua para testimoniarlo esperanzada y apasionadamente.

Mendoza, 12 de abril de 2022
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza