Estamos terminando el tiempo cuaresmal y el texto del Evangelio de este domingo (Jn 8,1-11) nos presenta al Señor en este encuentro con la mujer adúltera donde es puesto a prueba por los escribas y fariseos. El Señor los sorprende y termina diciéndole a la mujer: «Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante.» (Jn 8,11). El texto nos ubica en el camino cuaresmal de conversión, de reencuentro con Dios, de perdón y reconciliación. Es cierto que no ha sido fácil comprender el proceder del Señor porque contradice la práctica de la Ley judía.
De alguna manera podemos señalar que esa dificultad de entonces sigue vigente, porque también a nosotros nos es difícil entender el lenguaje de la Pascua, que es esencial para asumir nuestra condición de cristianos. «Morir para vivir». Hasta que no realizamos un real y profundo examen de conciencia sobre nuestras vidas, y estamos dispuestos a morir a lo que estamos haciendo mal, no podemos entrar en el camino de la Vida nueva que nos propone Jesucristo en este tiempo. Por eso en estos últimos días de la cuaresma no podemos dejar de reflexionar sobre la necesidad del perdón y la reconciliación, como imprescindibles para llevar a cabo una real renovación personal y social.
Si repasamos nuestra historia personal y familiar y sobre todo social, seguramente nos encontraremos con muchas situaciones y zonas de enfrentamientos y diferencias que parecen insalvables o rencores profundos, que están muchas veces enraizados en el pecado propio o de los demás. Estas formas oscuras necesitan la luz de la reconciliación y reclaman el perdón que nos exige nuestra condición de cristianos.
De pronto el Señor, nuestro Maestro, nos dice cosas exigentes como que «amemos a nuestros enemigos y hagamos el bien a los que nos odian» (Lc 6,27), que en general o directamente no nos cuestionan por considerarlas impracticables, o no se traducen en nuestros comportamientos de vida. Por el contrario, cuando estamos ofendidos y heridos, nos sentimos tentados a ceder a los mecanismos psicológicos de autocompensación y de revancha. Sin embargo, podemos afirmar con certeza que el único camino que nos lleva a la paz, tanto personal, como social es el perdón.
En nuestra provincia podemos decir que la gran mayoría nos decimos cristianos y hay una religiosidad importante, pero ¡qué lejos estamos de practicar este componente esencial de nuestra fe que es el perdón y la reconciliación! Si esto pasa en general, realmente es gravísimo el odio, la venganza y la práctica «del ojo por ojo y diente por diente», que practica muchas veces gente que tiene roles públicos y que se dice cristiana. Nuestra gente capta este medioambiente marcado por el odio, y realmente estoy convencido que está cansada de la falta de magnanimidad y de grandeza. El futuro será de aquellos que sepan respetar la diversidad, saliendo de la violencia que genera el «pensamiento único» y que sepan proponer e instalar una sociedad donde se pueda vivir con espíritu de perdón y reconciliación.
Se acerca la Pascua y el texto de la Palabra de Dios de este domingo cuaresmal nos cuestiona ¿estamos dispuestos a morir a nuestros pecados y mediocridades, para vivir, la Vida nueva que nos propone Jesucristo en su Palabra?
¡Cuánta necesidad tenemos de convertirnos a Dios, de pedir, aceptar y ofrecer el perdón!, de poner en práctica esta enseñanza cristiana para caminar desde la mezquindad y la revancha, hacia una sociedad más solidaria y generosa.
Finalmente quiero recordar algo que, por ser básico, es fundamental. Solo tendremos paz en el corazón y en nuestros ambientes, si nos hacemos amigos del perdón y la reconciliación, aun cuando ponerlo en práctica nos cueste.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas