El mundo está pendiente de lo que sucede en la invasión de Rusia en Ucrania. La muerte, la destrucción, los refugiados, los heridos, las familias desmembradas… la guerra siembra y recoge violencia y desprecio por la vida.
Por eso Francisco nos llamó a ponernos de rodillas y consagrar estas dos naciones y sus pueblos al Corazón Inmaculado de la Virgen María.
Con el Papa hemos rezado primero reconociendo nuestro pecado: “Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor”.
En otro momento de la súplica como necesitados de todo y desprovistos de soluciones, imploramos con el Papa:
“Acoge, oh, Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, ‘tierra del Cielo’, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz”.
Ver al Papa rogando con confianza de niño y humildad de miserable nos tiene que ayudar a crecer en el compromiso por la paz. Es nuestro deber al alcance de la mano.
No por casualidad Francisco eligió el 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación del Ángel a Virgen. Celebramos su apertura y disponibilidad total a la voluntad de Dios; “El ‘sí’ que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz”.
Este domingo 27 de marzo se cumplen dos años de un acontecimiento también unido a la oración del Papa. El mundo estaba encerrado. Las familias en las casas, los medios de transporte suspendidos, las fronteras cerradas… El miedo invadía el planeta.
En este contexto vimos caminar en el atardecer casi noche a un hombre anciano vestido de blanco que subía las escalinatas de la Plaza de San Pedro. Un lugar que habitualmente se muestra colmado de peregrinos en fiesta, ahora desierto.
Miles de millones nos unimos a su oración aquel día. La mayoría de los canales de TV en la Argentina como en el resto del mundo transmitieron esas escenas cargadas de fe y comunión con los sentimientos universales.
Al comentar el Evangelio de la tempestad calmada Francisco predicó:
“Al igual que los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa.
Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
En esta barca, estamos todos.
Como discípulos, que hablan como una única voz y con angustia dicen: ‘perecemos’ (cfr. V. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos.
Es fácil identificarnos con esta historia”.
No dejemos de rezar por las pérdidas sufridas a causa de la pandemia. Renovemos el compromiso de oración por la paz.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo