Queridos hermanos,
Como reflexionábamos el domingo pasado, en Adviento celebramos que, así como Cristo ha sido anunciado y se cumplió la promesa de venir en nuestra carne, un día volverá por segunda vez de un modo glorioso y final. Así como la primera Navidad, la primera venida de Cristo, nos inició en el camino del Señor y de su Reino, ella nos invita a esperar el regreso definitivo, la Parusía.
Por esta razón, el tiempo de Adviento está marcado por dos actitudes que se esperan del cristiano: la conversión y la esperanza. Estamos llamados a un encuentro pleno y final con el Señor. Y la promesa cumplida de la Navidad nos llena de confianza que así será.
En la primera lectura, el profeta Baruc contrasta la vida de Israel en el comienzo del cautiverio de Babilonia, doloroso y agobiante para el pueblo que es sacado de su tierra, con el regreso, lleno de confianza y de dignidad. Los adjetivos que se emplean para describir esta vuelta llena de esperanza y de proyectos, nos hacen anhelar vivir también nosotros una conversión de las situaciones de dolor y de abatimiento, en la experiencia de una certidumbre que nos anime, nos consuele y nos lleve a caminar confiados: Dios es fiel. Él nos rescatará de cuanto nos ha esclavizado y alejado de su amor.
En la carta a los Filipenses, Pablo les escribe con alegría al verlos una comunidad activa, que ha recibido el Evangelio y lo ha concretado en iniciativas apostólicas, de culto y caridad.
En un contexto personal difícil, Pablo está encarcelado en Éfeso, puede comprobar que el Evangelio no es letra muerta, sino que aviva el corazón y la vida con el ardor de una Palabra que no se detiene.
En el Evangelio, Lucas nos introduce en el contexto histórico que recibirá a Jesús, Palabra eterna del Padre. El detalle de los nombres, la individualización de los grandes protagonistas de la política de Israel de entonces, nos hace tomar nota que Jesús no es un invento ni una fábula. En un tiempo preciso, en un espacio bien concreto, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer.
En ese contexto histórico de “personajes importantes”, Juan el Bautista, un hombre sencillo y elocuente, absolutamente creíble no sólo por su vehemencia sino también por su coherencia de vida, anuncia la inminencia de la venida del Señor. Por eso pide con lenguaje bíblico tomado de Baruc, que los caminos y las montañas, se allanen y nivelen para que todos puedan salir a su encuentro.
Juan el Bautista nos habla a nosotros hoy y nos urge a hacernos más sencillos y disponibles a la acción de Dios que siempre está viniendo a nosotros. A nosotros que hemos complicado las cosas y la vida, nos pide aquella imprescindible actitud de acogida a la salvación de Dios que viene.
Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza