Queridos hermanos:
El Señor regala a su Iglesia en Mendoza, el don de ocho nuevos diáconos. El Padre providente no quiere dejarnos sin la ayuda necesaria para continuar anunciando el Reino de Dios entre los hombres, celebrarlo en los sacramentos y concretarlo en la caridad cristiana.
Quiero comenzar saludando en este mañana, a sus familias aquí presentes, a sus esposas e hijos, que caminan junto a Uds. no sólo estas horas tan cargadas de emoción sino las muchas jornadas de la vida de Nazaret vividas en familia.
Luego de una larga preparación y el discernimiento pastoral de quienes han sido designados para acompañarlos y formarlos, Uds. se acercan a la imposición de manos con la disponibilidad de entregar sus vidas al servicio de los hermanos. Por caminos distintos, con historias diferentes, confluyeron en nuestra Escuela de Diaconado y confirmaron junto a los párrocos de las comunidades parroquiales donde han sido destinados en estos años, el deseo de amar y servir según Cristo servidor.
La primera lectura nos presenta una instantánea de los orígenes de la comunidad cristiana. Los Doce, responsables de ella, dedicados a la enseñanza apostólica y a la oración, tenían necesidad de colaboradores en el área de la caridad cristiana; se estaban produciendo tensiones a causa de la desatención de la caridad con un sector muy pobre de la comunidad y era necesario solucionarlo.
Podemos decir que hay varios discernimientos pastorales que convergieron en el establecimiento de este ministerio en los comienzos mismos de la predicación evangélica: el discernimiento del conflicto y del mejor modo de solucionarlo; el discernimiento de las personas para este encargo, hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y el discernimiento de confirmar la propuesta de la asamblea… El texto rebosa de diálogo pastoral que nunca debe faltar en medio del conflicto, de las tensiones y de la desesperanza por la falta de fuerzas o de recursos.
Como dice el flamante directorio para la vida el ministerio diaconal permanente en Argentina, “el diácono está al servicio de la vida, especialmente si frágil y amenazada” (n. 49). Esto implica una particular exigencia de cercanía de los diáconos a las pastorales donde la vida es asistida en las trincheras de dolor y la necesidad.
En el Evangelio de hoy, en las Bodas de Caná, me gustaría detenerme en la mirada de María, que previene un acontecimiento que puede generar una tristeza y la pérdida de una fiesta, apelando a la intervención de su Hijo. Además de su percepción de lo que acontece en la cocina, resuelve ir a Jesús para plantear el problema. Mira, intuye y decide apelar al amor de Cristo.
En nuestras comunidades parroquiales, hay fieles con los ojos de María: saben descubrir los problemas, rezar por sus hermanos y ayudarlos. Les pido esa mirada atenta de María en nuestros barrios y comunidades; sean sensibles a esas situaciones y necesidades para compartirle a los párrocos y a nosotros los obispos, sin dejar de dar los pasos propios en aquello que pueda contribuir a ayudar en la emergencia. En esa amplia gama de posibles servicios que su ministerio les concede, tengan esa mirada atenta y sensible de María, no sólo respecto a las celebraciones y a las actividades apostólicas, sino también a los signos de la realidad. Tienen a su favor esa valiosa secularidad que les aporta estar en el mundo de la familia y de los trabajos de todos los hombres. Así podrán ser esos hombres atentos y sensibles que saben plantear las cosas para buscar soluciones y poner signos de amor y de compasión cristiana.
Me gustaría terminar compartiendo con Uds. unas palabras del Papa Francisco a sus diáconos permanentes de Roma, este año, el 19 de junio, cuando les propone tres dimensiones para cultivar en sus vidas.
“En primer lugar, espero que sean humildes (…) Que todo el bien que hagan sea un secreto entre ustedes y Dios. Y así dará frutos.
En segundo lugar, espero que sean buenos esposos y buenos padres. Y buenos abuelos. Esto dará esperanza y consuelo a las parejas que pasan por momentos de fatiga y que encontrarán en vuestra sencillez genuina una mano tendida (…)
Por último, la tercera cosa, espero que sean centinelas: no sólo que sepan divisar a los lejanos y a los pobres —esto no es tan difícil—, sino que ayuden a la comunidad cristiana a divisar a Jesús en los pobres y en los lejanos, ya que llama a nuestras puertas a través de ellos. Es una dimensión, diría también, catequética, profética, del centinela-profeta-catequista que sabe ver más allá y ayudar a los demás a ver más allá, y ver a los pobres, que están lejos (...) Así, también Uds. divisen al Señor cuando, en muchos de sus hermanos más pequeños, pide ser alimentado, acogido y amado (…)”
Queridos hermanos que serán ordenados diáconos, se abre para Uds. un camino de servicio donde Dios los va a sorprender permanentemente, proponiéndoles signos que animen su cercanía a los hombres y mujeres sedientos de su Palabra, de su Pan y de su Amor compasivo y solidario. Como aquellos primeros diáconos, como María en Caná, estén siempre disponibles a decir presente, a no distraerse ni perderse en consideraciones mundanas que empalidezcan la Obra del Señor en Uds. Bienvenidos a este ministerio que expresará la dinámica de una Iglesia en salida, atenta, disponible y servicial, con la ayuda de Uds. Que nuestra Madre, la Virgen del Rosario, los acompañe siempre.
Mendoza, 27 de noviembre de 2021
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza