S.E. Monseñor César Daniel Fernández, obispo de Jujuy
S.E. Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta,
Obispos del Noroeste de la Argentina: Mons. Carlos Sánchez, arzobispo de Tucumán; Mons. Vicente Bokalic, obispo de Santiago del Estero; Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca; Mons.Dante Braida, obispo de La Rioja; Mons. Luis Scozzina, obispo de Orán; Mons. José Antonio Díaz, obispo de Concepción: Mons. José Luis Corral, obispo de Añatuya; Mons. Félix Paredes, obispo prelado de Humahuaca; Mons. Enrique Martínez Ossola, obispo auxiliar de Santiago del Estero; Mons. Roberto Ferrari, obispo auxliar de Tucumán; Mons. José María Rossi OP, obispo emérito de Concepción; R.P. Pablo Moreno, administrador diocesano de la prealtura de Cafayate
Reverendos sacerdotes y diáconos
Reverendos hermanos religiosos,
Reverendas hermanas religiosas,
Hermanos y hermanas en Cristo, también todos aquellos que nos siguen a través de las redes de comunicación social.
Celebramos la Santa Misa para conmemorar el centenario de la coronación pontificia de la sagrada imagen de Nuestra Señora de Río Blanco y Paypaya, Patrona de la provincia de Jujuy.
La historia de las tierra de Jujuy está muy vinculada con la profunda devoción a la Virgen, Madre de Dios. No obstante nuestra piedad mariana sea tan natural, podemos preguntarnos hoy día, ¿por qué nosotros, católicos, tenemos tan grande devoción por María? La respuesta es, porque la Iglesia Católica quiere proclamar la plenitud del Evangelio sobre la salvación.
En la primera Carta de San Pablo a los Corintios, leemos: “Como todos mueren por Adán, todos recobrarán la vida por Cristo” (15, 22). Si, a causa del pecado de Adán llegó la muerte, gracias a Cristo y su cruz llegó la salvación. Por esta razón le llamamos el nuevo Adán. Pero la historia del primer pecado no es solo la historia de Adán, es también la de Eva.
Si Jesús es el nuevo Adán, ¿Quién es la nueva Eva? La virgen María, Madre de Jesús, ella es la nueva Eva. Si la historia completa del pecado incluye a Adán y a Eva, así la historia de la redención incluye al nuevo Adán y a la nueva Eva. No se puede proclamar la historia completa de la redención sin la nueva Eva, María.
Podemos encontrar en la Biblia muchos paralelos entre el viejo Adán y la vieja Eva, por una parte, y por otra, entre Jesús y María.
Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, Eva salió de la costilla de Adán. En el libro de Génesis leemos, “Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y (…) Le sacó una costilla y llenó con carne el sitio vacío” (Gen 2, 21), pero en el Nuevo Testamento Jesús nació de la Virgen María, Jesús tomó carne de una mujer, su madre.
En el Antiguo Testamento, fue Eva la primera en desobedecer e introducir a Adán al pecado, en el Nuevo Testamento, fue la mujer, María, la primera en obedecer. Ella ha dicho “sí” al Arcángel Gabriel, “Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mi tu palabra” (Lc 1, 38).
Ahora vemos claramente, que nuestra devoción a la Virgen María forma parte de la verdadera historia de nuestra redención. La verdadera devoción a María nunca nos aleja de su Hijo, nuestro Señor y Salvador. Es ella la que nos repite siempre “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5).
Ella no solo lo dice, sino que también fue la primera discípula de su hijo, y nos muestra cómo ser buena cristiana o buen cristiano. Todo esto lo sabe el Pueblo de Jujuy que desde hace mucho tiempo escogió a Nuestra Señora del Rosario como su patrona y protectora.
Conocemos muchas advocaciones de la Virgen María, basta recordar las Letanías Lauretanas, y justamente, entre estas advocaciones se encuentra la expresión de “reina”, trece veces: Reina de los ángeles, Reina de los patriarcas, Reina de los profetas, Reina de los apóstoles, Reina de los mártires, Reina de los confesores, Reina de las vírgenes, Reina de todos los santos, Reina concebida sin pecado original, Reina asunta al cielo, Reina del Santo Rosario, Reina de la familia, Reina de la paz.
En realidad, la devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio Vaticano Segundo, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59, San Juan Pablo II 1997).
La Fiesta de María Reina fue instituida por el Papa Pío XII en 1954. Se celebra el sábado siguiente a la Solemnidad de la Asunción. En la encíclica “Ad Caeli Reginam” (A la Reina del Cielo, n. 15), sobre la dignidad y realeza de María, Pío XII señalaba lo siguiente: “Cristo, el nuevo Adán, es nuestro Rey no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser nuestro Redentor”. “Así, según una cierta analogía, puede igualmente afirmarse que la Beatísima Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también por haber sido asociada cual nueva Eva al nuevo Adán”.
Por su parte, el Papa Benedicto XVI en el día de la celebración de esta Fiesta en 2012 dijo que María “es Reina precisamente amándonos y ayudándonos en todas nuestras necesidades, es nuestra hermana y sierva humilde”.
La Virgen María es nuestra Reina, entonces ¿qué significa la coronación de su imagen?
La coronación es una de las principales manifestaciones de veneración hacia la Santa Madre. María tiene dignidad real, es Reina porque es la Madre de Cristo Rey. María se regocija en la gloria del cielo como Reina del mundo entero. Para honrar esta dignidad de María, se estableció la costumbre de decorar con coronas reales las imágenes de María rodeadas de una veneración excepcional.
La coronación de la Imagen de la Madre de Dios es ante todo una manifestación de gratitud filial y de amor al pueblo de Dios por María, que cuida de los pueblos y naciones con su protección maternal.
También es un llamado a estar agradecido por los favores y bendiciones de Dios recibidos a través de ella. Poner las coronas sobre la imagen de María significa, en primer lugar, glorificar a Dios mismo, que eligió y otorgó a la Virgen María, involucrándola en la ejecución de los planes salvíficos. Es también una expresión de veneración y homenaje a quien sirve a la Iglesia como madre.
Hace cien años, el 31 de octubre de 1920 en una bellísima mañana de primavera, la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Río Blanco y Paypaya fue coronada. Estaba presente el Presidente de la Republica, Sr. Hipólito Irigoyen, el Gobernador Dr. Horacio Carillo, Mons. Alberto Vassallo de Torregrossa, Nuncio Apostólico y representante del Papa de aquel entonces, Benedicto Décimo quinto (XV), los obispos, los sacerdotes, los religiosos y religiosas y cinco mil personas. La homilía la pronunció Monseñor Miguel de Andrea, Obispo auxiliar de Buenos Aires.
Hace cien años el pueblo de Jujuy decidió que Nuestra Señora del Rosario sería su reina; ella es su Patrona y Protectora. Y hoy día, después de cien años, el Pueblo de Jujuy, en el año jubilar mariano, quiere repetir de manera simbólica la coronación de la Virgen para decir: que sea nuestra Reina, que sea nuestra Madre, que sea nuestra guía para seguir a su Hijo amado y nuestro Señor Jesucristo.
Celebramos Nuestra Señora del Rosario. Durante esta hermosa y sencilla oración estamos reflexionando sobre la vida de Jesús. Estamos considerando también la vida de la madre al lado de su hijo amado. El símbolo de esta intimidad entre la madre y su hijo divino se expresa en el Inmaculado Corazón de María. La primera vez que se menciona en el Evangelio el Corazón de María es para expresar toda la riqueza de esa vida interior de la Virgen: “María conservaba estas cosas en su corazón”.
El corazón de María conservaba como un tesoro el anuncio del Ángel sobre su Maternidad divina; guardó para siempre todas las cosas que tuvieron lugar en la noche de Belén, la adoración de los pastores ante el pesebre, y la presencia, un poco más tarde, de los Magos con sus dones,... la profecía del anciano Simeón, y las preocupaciones del viaje a Egipto.
Más tarde, el corazón de María sufrió por la pérdida de Jesús en Jerusalén a los doce años de edad según lo relata San Lucas.
María conservaba todas estas cosas en el corazón... Jamás olvidaría los acontecimientos que rodearon la muerte de su Hijo en la Cruz, ni las palabras que le oyó decir: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Y al mirar a Juan ella nos vio a todos nosotros. Vio a todos los hombres. Desde aquel momento nos amó con su Corazón de madre, con el mismo Corazón que amó a Jesús.
Pero María ejerció su maternidad desde antes que se consumase la redención en el Calvario, pues Ella es madre nuestra desde que prestó su colaboración a la salvación de los hombres en la Anunciación.
En el relato de las bodas de Caná, San Juan nos revela un rasgo verdaderamente maternal del Corazón de María: su atenta disposición a las necesidades de los demás. Un corazón maternal es siempre un corazón atento, vigilante.
La devoción a la Virgen no es una devoción más. Nos enseña acómo tratar a nuestra Madre con más confianza, con la sencillez de los niños pequeños que acuden a sus madres en todo momento: no sólo se dirigen a ellas cuando están en gravísimas necesidades, sino que también en los pequeños apuros que le salen al paso. Las madres les ayudan a resolver los problemas más insignificantes. Y ellas – las madres – lo han aprendido de nuestra Madre del Cielo.
Si queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso con Jesucristo, María puede ayudarnos, no solamente a través de su intercesión, sino que a través de su ejemplo. La ceremonia de hoy es para nosotros una ocasión para seguir concretamente el ejemplo de María.
Hoy queremos encontrarnos con María, con nuestra madre. Si recurrimos confiados a ella, ella nos va a decir qué debemos hacer y sentiremos su amor por nosotros. Ese mismo amor que Jesús tiene por cada uno de nosotros. Y ella nos dirá que nos quiere, que nos quiere con toda su alma.
Pidamos a Dios, que preparó en la Virgen María una morada digna al Espíritu Santo, que haga que nosotros, por intercesión de la Santísima Virgen, lleguemos a ser templos dignos de su gloria. Y así sea. Amén.
Mons. Miroslaw Adamczyk, nuncio apostólico en la Argentina