Varias veces hemos escuchado esta expresión que genera confusión cuando te toma distraído. Podemos preguntarnos: ¿Será así? ¿Es cierto que un porro no hace nada? ¿Cuántos habrá que fumar para que sí haga algo dañino? ¿Es posible considerar un consumo que sea recreativo y sin riesgo?
La preocupación de la Iglesia por la adicción a las drogas tiene ya unos cuantos años. Hace poco, releyendo el Documento de la Asamblea de Obispos de América Latina y el Caribe en Aparecida en el 2007, encontré este párrafo: “El problema de la droga es como una mancha de aceite que invade todo. No reconoce fronteras ni geográficas ni humanas. Ataca por igual a países ricos y pobres, a niños, jóvenes, adultos y ancianos, a hombres y mujeres. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las generaciones nuevas. Su labor se dirige especialmente en tres direcciones: prevención, acompañamiento y sostén de las políticas gubernamentales para reprimir esta pandemia” (DA 422).
A partir de la dura experiencia que atravesamos por el COVID-19, esta expresión que he subrayado resuena más fuerte. Sin embargo, esta “otra pandemia” de la droga es acallada, escondida o, lo que es peor, disfrazada con expresiones y apariencias recreativas.
Con ser uno de los problemas más acuciantes de las familias, poco se habló de la droga y del narcotráfico en la campaña electoral y en los debates siguientes a las PASO. La sensación de impotencia y la desproporción de fuerzas constituyen un gran desafío.
Muchos son los que se encuentran a la intemperie, física y existencial. Duermen en la calle, las estaciones, las plazas y se naturaliza esa situación. La indiferencia no colabora en la búsqueda de soluciones eficaces.
No es algo oculto el vínculo entre las actividades mafiosas del narcotráfico, la trata de personas, los desarmaderos de autos robados, el comercio de armas… son parte del mismo cáncer social alimentado por la corrupción y la avaricia de dinero y poder.
Debe haber en cada barrio una creativa y audaz cercanía entre “las 3 C”: Capilla, Club y Colegio. La respuesta y la prevención deben buscarse en abordajes integrales. En general la droga es la punta del iceberg ante la que quedan ocultas muchas postergaciones en la salud, la educación, la familia.
Gracias a Dios va creciendo la conciencia en algunos sectores eclesiales y sociales, aunque debemos señalar que es más rápida la aceleración del consumo.
No quiero dejar de reconocer el esfuerzo y la entrega de hombres y mujeres que se comprometen y “reciben la vida como viene”, según expresión del Cardenal Jorge Bergoglio.
Utilizando otra imagen mencionada por Francisco, “la Iglesia es un Hospital de la Campaña” que recoge a los heridos del sistema que excluye y margina. La Iglesia es una madre que sale al encuentro de sus hijos para abrazarlos y darles un lugar, una familia grande.
Cuando escucho a algunos referentes políticos hablar de despenalización del consumo de drogas, su uso recreativo en fiestas, me pregunto en qué tipo de jóvenes están pensando, en qué modelo de salud, qué sociedad.
Que no nos vendan humo.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo