Jueves 26 de diciembre de 2024

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Mamerto Esquiú un pastor misionero

Homilía del cardenal Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán y legado papal, en la misa acción de gracias por la beatifición de Fray Mamerto Esquiú (El Suncho, Catamarca, 4 de agosto de 2021)

1 Cor. 9, 12-18 | Mt. 18, 12-14

Queridos hermanos y hermanas:

1. La Iglesia está de fiesta porque puede presentar a la veneración y a la imitación de sus hijos e hijas, a un nuevo Beato: Fray Mamerto Esquiú.

Nuestro corazón se vuelve hacia el cielo, donde sabemos que Mamerto Esquiú participa de la felicidad de los beatos alabando e intercediendo por nosotros.

En la Carta Apostólica en la que el Papa Francisco declara beato a Mamerto Esquiú lo propone como un fiel animador del Evangelio.

Mamerto Esquiú fue un evangelizador, un misionero. Se destacaba por “su afán evangelizador”.

Mamerto Esquiú evangelizó, misionó no sólo en Argentina, sino también en Bolivia, Perú y Ecuador.

El beato es un modelo a imitar, un ejemplo a seguir.

Estamos llamados a contemplar y a imitar a Esquiú como misionero.

Mamerto Esquiú fue un misionero. Nosotros, también, debemos ser discípulos misioneros del Evangelio.

¡Que el Espíritu Santo descienda abundantemente sobre nosotros para que no desfallezcamos en la misión de llevar a todos nuestros hermanos el Evangelio de Jesús!

2. La liturgia de hoy pone ante nuestros ojos la parábola de la oveja perdida y encontrada. Bien conocemos esta parábola que nos narra el evangelista San Mateo (Mt. 18, 12-14).

El pastor toma sobre sí toda la solicitud y fatiga por cada animal descarriado de su rebaño, como si no tuviera otro, como si no contaran las otras noventa y nueve. Ninguna le es indiferente. No quiere perder ni uno solo.

La búsqueda sobre el terreno montañoso le impone esfuerzos y fatigas. Pero todo lo olvida cuando recobra la oveja perdida. La alegría es tan grande que no puede guardarla para sí y lo anuncia a sus amigos y vecinos (Cfr. Lc.15, 3-7). Así es Dios, nadie le es indiferente. Dios es un Dios que nos busca, que va en búsqueda del que se aleja.

Eran cien ovejas y faltaba una...y el Señor salió, caminó hasta que la encontró y la volvió al redil. En la parábola lo que se pierde cuantitativamente es poco: una oveja sobre cien. Pero para Dios nadie se debe perder. A Dios no le basta lo que queda. Es suficiente que uno se pierda para que vaya en su búsqueda.

La oveja perdida es una oveja cualquiera. Estaba desorientada, no encuentra la manera de reunirse con las otras. No hace falta otra cosa para que se vaya rápidamente a buscarla.

Nos podemos preguntar, ¿por qué tanto apuro y tanto amor por una persona? La respuesta es que él cuenta mucho delante del Padre, que no se resigna a que se pierda: “El Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños”, nos dice Jesús. (Mt.18, 14).

Esto es todo un programa pastoral para nuestras comunidades: salir, caminar, ir en busca de la oveja pérdida.

Así es Dios, nadie le es indiferente. Dios es un Dios que va en búsqueda del que se aleja. Jesús nos dice: “El Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños” (Mt. 18, 14).

Este es un programa pastoral para nuestras comunidades: salir, caminar, ir en búsqueda de la oveja perdida.

3. La misión es el programa pastoral del Papa Francisco.

Para el Papa Francisco la causa misionera debe ser la primera. Es la tarea primordial de la Iglesia. Nos está diciendo que nuestra pastoral debe ser misionera para llegar a todas las periferias de la sociedad: territoriales y existenciales.

El Papa Francisco en el n.1 de Evangelli Gaudium nos dice: “En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría”.

El Papa escribe: “¡Cómo quisiera encontrar palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz! llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!”.

Y agrega el Papa: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce para la evangelización actual más que la autopreservación”.

Una de las acciones más solicitadas por el Papa es la necesidad de “salir”. El Papa quiere una Iglesia en salida. Así dice: “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de salida que Dios quiere provocar en los creyentes”. Y pone el ejemplo de Abraham, de Moisés, de Jeremías y del mismo Jesús que dice: “Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido” (Mc. 1, 38).

Todos somos llamados a esta “salida” misionera. Cada comunidad y cada cristiano somos llamados a salir de la propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

El Papa Francisco dijo: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.

Una comunidad es misionera, es una comunidad que vive en estado de envío. Cristo es enviado por el Padre, la Iglesia enviada por Cristo para la salvación de los hombres.

Cuando decimos que la Iglesia es misionera por naturaleza, estamos expresando eso mismo: que fue instituida por Cristo para que salga constantemente de sí misma en el servicio, en el diálogo con todos.

Esta salida también implica “primerear”, dice el Papa. No esperar que vengan a nuestras charlas y a nuestros cursos o a nuestras reuniones, sino tomar la iniciativa de hablarles a nuestros hermanos de Jesús del Evangelio a cualquiera y en cualquier lugar. 

Jesús tomó la iniciativa. De la misma manera la comunidad evangelizadora debe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos, llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos.

El Papa nos recuerda que la comunidad evangelizadora no se encierra, sino que achica distancias, se abaja, asume la vida humana tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo.

Una comunidad misionera es una comunidad con capacidad de acogida y dinamismo evangelizador con los fieles alejados.

Los lejanos y las periferias que hay que alcanzar no se entienden solo de modo geográfico. Pueden estar al lado nuestro.

El Papa afirma la importancia de la cercanía a la gente, la capacidad de comprender sus problemas, la evangelización cuerpo a cuerpo. El Papa, dice, que tenemos que reconocer que el llamado a la renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén más cerca de la gente y se orienten completamente a la misión.

4. La misión no es fruto de la buena voluntad o de un poco de coraje o de entusiasmo.

La misión es fruto de la fe que nace y se desarrolla de la escucha de la Palabra de Dios y de la centralidad de la Eucaristía.

Tenemos que unir estrechamente misión y fe; misión y escucha de la Palabra de Dios; misión y Eucaristía. De aquí nace el impulso misionero.

El ardor misionero significa tener hambre de contagiar a otros la alegría de la fe, fundada en una profunda experiencia de Jesucristo.

Para San Pablo anunciar el Evangelio es un fuego interior: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor. 9,16).

Todos somos enviados en misión para evangelizar el mundo y anunciarles las maravillas que obró Jesucristo.

Cuando se ha tenido una verdadera experiencia del Resucitado, no se puede guardar la alegría para uno mismo. El encuentro con Cristo suscita la exigencia de evangelizar.

Todos somos discípulos misioneros.

5. Podemos anunciar el Evangelio gracias a la fuerza del Espíritu Santo.

Es el Espíritu Santo el que impulsa al misionero a anunciar el Evangelio.

El Espíritu Santo nos da la fuerza para ser misioneros. Por eso, en el momento de enviar a los Apóstoles, Jesús les pide que esperen el día de Pentecostés, a fin de recibir la fuerza del Espíritu Santo.

Para cada uno de nosotros Pentecostés fue cuando recibimos el sacramento de la Confirmación. La Confirmación nos hace testigos y apóstoles de Jesús.

El Espíritu Santo obra antes que nosotros, mejor que nosotros. Esta es la certeza que debe acompañarnos en la obra de la evangelización: el Espíritu Santo está trabajando. A nosotros nos corresponde sembrar y regar. El Espíritu Santo es el que da la vida.

El Espíritu Santo actuó al comienzo de la Iglesia: “La Iglesia… crecía en número, asistida por el Espíritu Santo”, leemos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech. 9,31). El Espíritu Santo sigue actuando “hoy” en la Iglesia y en el mundo: no duerme, no se ha escondido, como pueden pensar, con pesimismo, los que se lamentan de nuestro tiempo. Es en nuestro tiempo que el Espíritu Santo actúa, obra, mueve los corazones de los hombres.

Si abrimos los ojos de la fe descubriremos que el Espíritu Santo está presente en la vida de la Parroquia, en la vida de tantos enfermos, en los santos de nuestro tiempo, en los carismas de los Movimientos eclesiales, en el compromiso de tantos laicos, en la esperanza de tantos ancianos.

Pidamos al Espíritu Santo que nos capacite para ser misioneros, viviendo la vida de hijos de Dios y acompañando a nuestros hermanos para que lleguen a participar de esa misma vida.

¡Que el Espíritu Santo descienda abundantemente sobre nosotros para que no desfallezcamos en la Misión de llevar la Vida Nueva a todos nuestros hermanos!

Pidámosle al Señor su Espíritu Santo que reavive nuestro ímpetu misionero y se lo pedimos por la intercesión del Beato Mamerto Esquiú.

Señor Jesús, que enviaste a los Apóstoles
a anunciar el Evangelio,
te pedimos que el amor del Padre
y la fuerza del Espíritu Santo
renueven nuestro espíritu misionero.
María, Estrella de la Nueva Evangelización,
ruega por nosotros.

Card. Luis H. Villalba, arzobispo emérito de Tucumán