En primer lugar, quiero agradecer la presencia de todos, en esta fiesta, que sin lugar a dudas, es muy particular para esta Iglesia diocesana, porque Nuestra Señora de Stella Maris es la Patrona, la titular de esta Iglesia Catedral, y también la Patrona de la Armada Argentina y de la Prefectura Naval que son dos instituciones queridas y parte de nuestra Diócesis Castrense. Diócesis -que es siempre bueno recordar-, que es única en nuestro país por su peculiar forma de vida, y por eso, el Obispo es el “Obispo Castrense de la República Argentina”; y es una alegría también poder celebrar junto a la presencia de los Sacerdotes, con algunos de nuestros fieles y con quienes siguen la transmisión por los medios de comunicación.
Sabemos desde la fe, que el Señor está en medio nuestro; así como estuvo en las Bodas de Caná, como un invitado más, también lo está hoy en esta misteriosa presencia. Lo sabemos presente en la Escritura, sin lugar a dudas presente en el alimento que es su propio Cuerpo, y su propia Sangre, y también, lo sabemos presente, cuando nos unimos y nos reunimos, como lo hacemos hoy en el Nombre de Jesús. ¡Qué importante es hacer ese reconocimiento en nuestra vida de esa presencia suya y en algunos momentos, con fuerza, experimentarla!
Sabemos que Jesús no miente, y que justamente, porque hoy estamos reunidos en Su Nombre, Él está entre nosotros. Y el Señor nos quiere hablar, porque la Palabra de Dios nos reúne y nos convoca para dejarnos transformar y cambiar.
Antes de referirme al texto de las Bodas de Caná, quería compartir con ustedes, como Padre, -ya que un Obispo es un Padre, un hermano y un amigo-, que estamos celebrando, además de la fiesta de la Virgen, nuestra Señora de Stella Maris, el agradecimiento particular que por mandato del Papa Benedicto XVI, y por la imposición de manos de Monseñor Laguna, recibí el Orden del Episcopado hace 13 años en la Catedral de Morón. Fui nombrado Obispo por Benedicto XVI para la diócesis cordobesa de Cruz del Eje, donde estuve casi nueve años. Y lo que les comparto, es como el asombro ante un Dios Providente y la presencia de María en nuestra vida, que a veces por medio de signos en los que uno contempla asombrado, descubrimos esos regalos del Señor, con presencia Mariana.
Yo fui 24 años Sacerdote en la Diócesis de Morón y un año, un joven de Chile me trajo de regalo la imagen de la Virgen del Carmen, a quien tuve en mi escritorio, en mi propia casa durante mucho tiempo. Le tenía y le tengo devoción a la Virgen del Carmen, la quería desde antes, pero, obviamente porque es la Patrona de Chile, este joven me la traía de obsequio.
Cuando fui nombrado Obispo de Cruz del Eje (Córdoba), descubro que la Patrona de esa diócesis es la Virgen del Carmen, y la verdad que yo lo viví como un signo importante para mi vida, como que se adelantó y me estaba preparando, me estaba cuidando.
Luego cuando me instalé en Cruz del Eje, en mi escritorio del Obispado, durante todo mi episcopado tenía la imagen de Stella Maris… Jamás pensé, ni se me ocurría que sería enviado a la Diócesis Castrense, donde su Catedral lleva el nombre de Stella Maris; así que, le doy gracias a ella y lo cuento, como un Padre les cuenta a sus hijos las alegrías y la relación espiritual que tengo con la Madre y que lo experimento así, es decir, la presencia de María en este título, «Estrella del Mar», que nos habla de tormentas, de borrascas, pero que significa -y que los hombres de mar lo saben-, transitar por caminos de agua y experimentar la certeza de María, que nos sostiene, que nos protege, que nos anima y que como decía la oración Colecta, “nos lleva a buen puerto”, al puerto de la vida eterna y por los caminos que nos toquen transitar, aún con tormentas como las que actualmente vivimos; decía el Papa Francisco, «esta tormenta furiosa e inesperada» tal como llama a esta pandemia del Covid-19.
Que podamos experimentar que María nos toma de su mano, que está atenta, que nos va cuidando. Y así lo pudimos comprobar en este texto de las Bodas de Caná; siempre es importante, meternos en ese momento, como invitados. Imaginarnos a María, esta mujer que ha dicho sí a un proyecto de Dios, que sin lugar a dudas la trascendía. ¡Lo que habrá significado en el corazón de la Virgen, -la llena de Gracia, la predilecta sin duda, la preservada de pecado, sin pecado-, lo que habrá sido en ese camino, en ese peregrinar suyo hacia el puerto seguro y la vida eterna, ser la madre del Dios hecho Carne!
Y así ella ha ido a esta boda, a esta fiesta, una fiesta de alianza, de amor, y le avisa, le dice a Jesús, algo que no le pasó desapercibido, que no fue indiferente al ver la incomodidad de estos novios ante la necesidad; “falta vino”.
Del Señor escuchamos esa respuesta, “¿qué tenemos que ver nosotros mujer?”. Sin embargo, ante esta contundente respuesta del Señor, “no ha llegado mi hora”, a pesar de ello, la Virgen confía y les dice a los sirvientes, “hagan lo que Él les diga”.
Dos actitudes que serían lindas verlas en nuestras vidas, María que está presente en medio nuestro, María que acompaña a su Hijo Jesús, María que estuvo al pie de la Cruz, que entregó todo también junto a la Cruz de su Hijo, está atenta y mira aquellas cosas que les faltan a sus hijos.
Decía al comienzo, tengamos presente que el Señor está en medio nuestro, que está entre nosotros, porque él lo prometió y María por lo tanto también está entre nosotros; dejémosle ver en nuestra vida, en nuestras instituciones, en nuestras familias, lo que falta. Quizá obviamente no falte el vino, pero. ¿Qué falta en este tiempo? ¿Qué falta en nuestra Patria? ¿Qué falta en nuestras comunidades? ¿Qué falta en mi familia? ¿Qué falta a mi para ser más y mejor discípulo de Jesús?
María está atenta y le presenta a su Hijo aquellas cosas que nos faltan a nosotros, y también la convicción de la Virgen, la certeza de la obra de Jesús, la confianza de la Virgen en su Hijo; de este Hijo suyo, que lo iba comprendiendo y de quien iba guardando en su corazón tantas cosas, pero esta actitud de María -imitable para nosotros también-, donde no la detuvo la respuesta, no se achicó, sino que dijo, “hagan lo que Él les diga”.
Entonces podríamos traducir también hoy, de nuevo, cada uno si nos falta lo que cada uno sabe que falta: Si nos falta creer en el amor, si nos falta crecer en la entrega, si nos falta vivir más en la verdad, si nos falta como Patria, consolidar la justicia, como camino sin lugar a duda de una paz estable y duradera, si nos falta encarnar el Evangelio en nuestra historia, en nuestro hoy, en nuestra realidad, en nuestra propia vocación, en nuestra propia misión… Escuchemos: “hagan lo que Jesús les diga”.
Y esta fiesta, por lo tanto, es una invitación a volver al Evangelio y a Jesús, los cristianos tenemos que sacudirnos cada vez más para descubrir que la vida cristiana, supone una fe que se Encarna en valores y en actitudes.
Somos testigos muchas veces de cristianos tibios y mediocres, somos testigos de cristianos cobardes o solo del Templo, que no se meten como levadura, como sal, como luz, en sus realidades y en su mundo. Estamos llamados, y María nos invita hoy, en esta fiesta, y nos dice “hagan lo que él les diga”. “Hagan lo que él les diga”, en nuestras familias, “hagan lo que él les diga” en nuestra comunidad, “hagan lo que él les diga” en nuestra Patria; situarnos, disponernos para hacer lo que Jesús nos dice; ésta es la llamada. Somos cristianos no sólo cuando con los labios expresamos nuestra fe… No son los que dicen “Señor, Señor, los que entrarán en el reino de los Cielos, sino aquellos que escuchan la Palabra y la ponen en práctica”, la hacen carne.
Pidamos a la Virgen en este día que podamos hacer carne el Evangelio y anunciarlo y predicarlo con alegría y gozo, con nuestras vidas; que nuestras actitudes sean evangélicas, que nuestros criterios sean evangélicos; es más, que nuestros sentimientos sean profundamente evangélicos; esto es un regalo, un don, pero es también tarea nuestra.
Que la Virgen Stella Maris, quien nos lleva por las tormentas de la vida, camine siempre a nuestro lado, nos renueve en la fe, que sepa mirarnos, con atención a las carencias que tenemos y a las cosas que nos faltan, y la escuchemos susurrarnos con fuerza a nosotros, sus hijos: 'Hagan lo que Él les diga”. Que así sea.
Mons. Santiago Olivera, obispo castrense