Viernes 15 de noviembre de 2024

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"La Asunción de la Virgen María"

Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María (15 de agosto de 2021)

Este domingo celebramos una Solemnidad especialmente querida por el Pueblo de Dios: la Asunción de la bienaventurada Virgen María. El Papa Pio XII el 1 de noviembre de 1950 definió como dogma de fe que la madre de Jesucristo el Señor, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma al Cielo. En realidad esta fiesta ya era celebrada por la Iglesia desde los primeros siglos manifestando la profunda devoción de los cristianos a María. Ella, nuestra Madre, nos alienta y sostiene en la esperanza y a ella nos encomendamos especialmente en este domingo con tantas peticiones y agradecimientos. Ella está siempre cerca de nosotros como nuestra Madre.

En esta reflexión dominical quiero expresar que nuestro pueblo tiene una fuerte matriz «mariana». En nuestros pueblos y ciudades, donde crece la población en barrios y comunidades, aparece siempre el pedido de algún nombre o advocación de la Virgen para ser patrona de las capillas e instituciones y acompañar así la vida de la gente. María la Virgen se ha hecho presente con el nombre de Loreto, Itatí, Luján u otras advocaciones marianas constituyendo parte de nuestra matriz cultural. No podríamos entender nuestra memoria e identidad sin la presencia de la Virgen María en sus diversos nombres con que la llama nuestro pueblo.

También debemos señalar que en María se expresa el valor de la maternidad. La gente se alegra y celebra la vida en cada nacimiento, donde la familia se llena de esperanza. En el Evangelio de este domingo (Lc 1,39-56) leemos el texto de la visitación de María a su prima Isabel. María embarazada va a ayudar a su prima que está también embarazada. María sale y al llegar nos regala el Magnificat, el gozo de aquello que estaba viviendo. También nosotros nos alegramos con el texto de Aparecida que al hablar de María la Virgen la llama «discípula y misionera». Allí reflexiona sobre la presencia de María en la evangelización en nuestra América Latina. «María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu. Desde entonces, son incontables las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo, constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana». (DA 169)

«Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo. Ésta es la hora de la seguidora más radical de Cristo, de su magisterio discipular y misionero, al que nos envía el Papa Benedicto XVI: “María Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirles en primer lugar: permanezcan en la escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto”». (DA 170)

«Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en casa y escuela de la comunión y en espacio espiritual que prepara para la misión». (DA 172)

Al celebrar en este domingo la Asunción de la Virgen, como hijos y hermanos, le pedimos a María que en medio de los dolores y dificultades de nuestro tiempo, inmersos aun en el flagelo de la pandemia, podamos estar de pie en la esperanza, comprometidos con todos, pero especialmente con los más pobres, frágiles y necesitados.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas