Viernes 15 de noviembre de 2024

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"San Cayetano: con corazón agradecido te pedimos paz, salud y trabajo"

Homilía del cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires, en la fiesta de San Cayetano (Santuario de San Cayetano, 7 de agosto de 2021)

Lecturas: Ez 34, 11-16; Salmo: Is 12, 2-3.5-6; Mt 11, 25-30

En el Evangelio de San Mateo, hoy hemos escuchado la conmovedora oración de Jesús a su Padre Dios: sucede durante la gira que realizó con sus discípulos para anunciar la venida del Reino, pero después de comprobar la indiferencia a sus palabras entre los pobladores de algunos pueblos ubicados a orillas del lago de Tiberíades, «comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido» (Mt 11, 20).

Luego, Cristo alaba a Dios y revela la elección de sus verdaderos amigos y compañeros de camino: no son los sabios y los prudentes, sino los pequeños, es decir, los pobres y humildes, los enfermos, los más olvidados, los despreciados y marginados, los abuelos y ancianos descartados, aquellos que no cuentan, a todos ellos les revelará en la intimidad el secreto de su corazón.

Esta declaración se transforma en un cántico de alabanza y de alegría. Jesús le da gracias al Padre porque su voluntad es que todos conozcan el misterio del Reino de Dios, es decir, el plan de salvación que Dios ha preparado desde siempre para todos sus amigos, y le ha encargado a su Hijo hacerlo presente entre los hombres, para que se los dé a conocer como solo Él lo sabe hacer.

Los pequeños saben recibir la verdad y la belleza de las palabras de Jesús, y pueden reconocer en sus milagros y acciones al enviado del

«Señor del cielo y de la tierra». En cambio, los inteligentes y orgullosos miran con ironía a Jesús como al hijo de un modesto carpintero de Nazaret, a un discreto trabajador de su pueblo: por su dureza de entendimiento, el Señor no pudo entrarles al corazón.

Solo Cristo puede establecer una perfecta comunión con su Padre, y su misión es dar a conocer con plenitud y amor la fuente de la misericordia divina; y solo los pequeños del Evangelio saben pedirla con humildad y abrazarla como un preciado tesoro.

Jesús concluye esta bendición convirtiéndola en una amorosa y persuasiva invitación: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,27). Estas palabras del Buen Pastor están destinadas a todos los oprimidos y a los más pequeños de la tierra; nadie puede sentirse excluido de conocer su corazón humilde y paciente, de responder a este llamado a unirnos cada vez más a Él, a su suave ley de amor, capaz de dar a nuestras vidas una nueva oportunidad. Al escucharlas fortalecen nuestra esperanza, porque su enseñanza –a los devotos de San Cayetano–, nos persuade para que veamos posibilidades donde otros ven fracasos.

Hoy estas palabras de Jesús adquieren una proyección insospechable en el santuario del Santo del Pan y del Trabajo. El Niño Jesús en brazos de Cayetano sacerdote nos sigue diciendo: «Vengan a mí…» los que están desesperanzados, los que golpearon muchas puertas y no se abrieron, los que salen a buscar trabajo bien temprano y llegan a sus casas desalentados, los que no encuentran sentido al seguir luchando por una vida digna. «Vengan a mí…», los que temen por su salud y se sienten agobiados por sus sufrimientos y temores, los que fueron defraudados por promesas incumplidas y no saben cómo sobrevivirán mañana.

«Vengan a mí…» los abuelos y ancianos que se sienten marginados, excluidos y olvidados, solos y enfermos: sientan el abrazo del consuelo de un Dios que los ama y valora. «Vengan a mí…» los jóvenes que se sienten decepcionados, sin futuro, en nuestra propia patria. A todos ellos, el Jesús que predica San Cayetano siempre tiene una palabra de aliento y alivio, para que los devotos vuelvan consolados a sus casas, a lo cotidiano, con la certeza de que Dios no se olvida de sus amigos, que sus promesas no defraudan, nunca nos decepcionan, y ustedes lo saben bien. En el Santuario, la oración de los peregrinos se eleva con un sentimiento común por la Patria que soñamos, y supera todo derrotismo, porque es más fuerte la fe que alimenta la certeza de un destino más digno para todos.

En medio de las pruebas que no faltan, nos edifica y conmueve la solidaridad de los devotos en este tiempo de pandemia. No han dejado de enviar víveres y ropa para los más necesitados, y sus visitas al Santuario en momentos tan difíciles ha sido un testimonio de fidelidad a Dios y gratitud a San Cayetano, por las gracias recibidas. El encuentro con quienes compartimos la fe y las pruebas de la vida nos alienta a seguir caminando. Es que el Santuario es un espacio de gracia donde nos reconocemos hermanos e hijos de un mismo Padre Dios; es el lugar elegido por el pueblo humilde, donde se trazan puentes cordiales entre los que comparten sus bienes, porque aun en su estrechez e indigencia, piensan en los que menos tienen. Como en la Iglesia de los primeros tiempos, en San Cayetano se crea un clima de familia y se proclama que «la felicidad está más en dar que en recibir» (Hch 20, 35).

San Cayetano: con corazón agradecido te pedimos paz, salud y trabajo. Es el lema elegido para este 7 de agosto y expresa los más profundos deseos del pueblo trabajador y creyente, que desea salir de la pandemia mejor de cuando nos ha sorprendido. Pedimos paz porque quien la procura «está sembrando la paz y su fruto es la justicia» (Santiago 3,19). Pedimos salud para seguir construyendo una patria de hermanos, acompañando el sueño del Papa Francisco que nos invita a que «seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras» (Fratelli Tutti 6). Y como «no existe peor pobreza como aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo» (Fratelli Tutti 162), hoy nos ponemos frente a la imagen del Santo del Pan y del Trabajo: pedimos que nos dé una mano e interceda ante el «Dios que ama la vida» para que no falte lo que sostiene a nuestras familias, nos dignifica y es causa de alegría para todos.

¡San Cayetano, ruega por nosotros!

Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires