1ª Lectura: 1 Pdr. 5, 1-4
Salmo: Ps. 22, 1-6
Evangelio: Jn 12, 24-26
Querido Emanuel, es el Señor quien a través del Obispo te confiere el orden presbiteral.
Por la imposición de las manos y la oración de consagración se imprimirá en tu alma el carácter sagrado. Gracias a esa impronta divina, Nuestro Padre Dios contemplará un cambio en tu alma, reconocerá la figura de un presbítero a imagen de Cristo; y no estarás solo en el camino, como a un hijo muy amado te ayudará en todo momento. Sabés muy bien que el sacerdocio no es un honor, sino una llamada a servir a la Iglesia en la misión que se te confiere en la diócesis.
Vengan detrás de mi y los haré pescadores de hombres. Llamó a los Apóstoles para una misión; junto a Cristo fueron experimentando la urgencia de la misión en la que los había metido, y esa misma nos toca a nosotros continuar. Jesús les puso un objetivo que les cambió la vida, y que asumieron con una disponibilidad absoluta. Vivían para dar a conocer al Dios único, a Jesucristo y sus enseñanzas, los Sacramentos, el estilo de vida de un hijo de Dios.
Los Hechos de los Apóstoles muestra a esos hombres que, junto a tantos otros hombres y mujeres, se ocupaban con entusiasmo de la inmensa tarea que Jesús les había encargado. Desde entonces son multitudes los que han alcanzado el Cielo gracias a la entrega generosa de sacerdotes, religiosos y religiosas y de tantos fieles laicos.
A Dios no le da lo mismo que algunas personas no se salven; a todos nos da su gracia, nos empuja por dentro. Pero también quiere empujarnos desde fuera, con el testimonio con la palabra; se apoya en Uds., en mí, para la tarea de llevar a la gente por caminos de bien, de santidad; cuenta con nosotros que somos tan poca cosa y a pesar de que tantas veces fallemos a Dios.
Alguna vez leí que en una Iglesia de Alemania que había sido bombardeada durante la Guerra Mundial, al rehacerla dejaron colgado como había quedado el crucifijo grande, sin los brazos; dicen que impresiona mucho el cartel que pusieron a su lado: Ustedes son mis brazos. Brazos que quieren que todos seamos santos, que nos salvemos, por eso se entregó en la Cruz. Crecerá el entusiasmo y la felicidad de poder ser brazos de Cristo si tratamos mucho a Dios, compartiendo así el amor que brilla en su Corazón.
Todos estamos invitados por Dios a la tarea misionera; muchos de Uds., queridos fieles, en las circunstancias de la vida matrimonial, familiar, de trabajo. A vos Emanuel te señaló un camino especial. Te pide que, con un corazón indiviso, dediques tus mejores energías a hacer presente a Cristo como ministro suyo.
Con la ayuda de Dios seguirás diciéndole que sí, cada día y en cada momento, al llamado que un día empezaste a escuchar. Cristo se apoya en vos. La gente necesita ver a Cristo en el sacerdote; busca algo más que el buen consejo que podría dar un amigo o una persona sensata; buscan lo que viene de Dios, la Palabra, los Sacramentos, el consejo o la orientación para la vida que le daría el mismo Jesucristo.
Dios nos quiere con una disponibilidad total, como la de Cristo, y esto nos llena la vida, todo nuestro tiempo. Con todo lo que hay que hacer, no nos queda ni un minuto, como le sucedía a Cristo con los Apóstoles, que ni tiempo para comer tenían.
Un sacerdote no asume un trabajo, una simple función. Somos sacerdotes en todo momento; nuestros intereses y nuestras prioridades son el bien de las almas, es esto lo que ocupa nuestra cabeza y nuestro corazón. Cuidá mucho la oración, por mucho que sea el trabajo, porque si no perderías fuerzas, podrías acabar como un simple funcionario de las cosas de Dios.
Conocemos las palabras de un salmo: Tú eres sacerdote para siempre. ¿Para siempre? podría pensar alguna gente. Entonces ya no será libre, no va a poder cambiar de parecer. Precisamente porque sos libre, elegís un sí para siempre, no querés decirle a Dios: te amo, pero solo por un tiempo, mientas me sienta bien así. Querés libremente decir que sí a Dios en todo momento, no te entra en la cabeza que haya otra cosa capaz de hacerte más feliz que el amor de Dios y la misión que te encomienda. Rezamos por vos para que en tu corazón sea cada vez más fuerte el amor, porque es la fuerza de Dios la que sostiene nuestra debilidad y nos hace firmes y fieles.
Los sacerdotes hacemos muchas cosas buenas, pero es Dios quien las hace a través nuestro. Que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre de Uds. que está en el Cielo. ‘No te la creas’ dice a veces el Papa Francisco. No nos glorifiquemos a nosotros mismos ni con pensamientos; siempre servir, con mucha humildad, poniendo a Dios bien alto, como buenos instrumentos.
Queridos fieles tienen que ayudarnos a ser buenos y santos sacerdotes. ¿Cómo?: rezando por nosotros. También ayuda que respeten la intimidad del sacerdote, el tiempo que necesitamos para rezar, para estudiar, para preparar la predicación o una clase. No necesitamos que nos animen a modos de dispersión mundana, necesitamos descansar en un clima de paz, de serenidad que una a Dios y así recuperamos fuerzas para servirlos, para la misión. Hace falta que sientan siempre el peso de la tarea misionera, haciendo todo lo que puedan para atraer más gente a Cristo, y apoyar la tarea de los sacerdotes.
Te acompaña tu familia, tu mamá, tu hermano, tu papá desde el Cielo, bien presente; también tu tío sacerdote, muchas personas de Las Breñas y de otros sitios; otros por medios de comunicación y redes sociales. Estamos unos cuántos acá, todos rezamos mucho por vos.
No te olvides que el centro de la vida de un sacerdote es la Santa Misa. Que cada día celebres la Misa como la primera vez, con mucho amor, como lo harás hoy, o mañana en Las Breñas. Para los que aman a Dios, todo coopera para el bien, no hay de qué preocuparse. Confiá mucho en Dios a través de Nuestra Madre la Santísima Virgen María. Ella nos cuida a todos, y está encantada de cuidar a sus hijos sacerdotes porque somos instrumentos del Sumo y Eterno Sacerdote, su Hijo Nuestro Señor Jesucristo. Así sea.
Mons. Hugo Nicolás Barbaro, obispo de San Roque