Viernes 15 de noviembre de 2024

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25 de Mayo

Homilía de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco, en el aniversario de la Revolución de Mayo (25 de mayo de 2021)

“Observar la Ley es como presentar muchas ofrendas y ser fiel a los mandamientos es ofrecer un sacrificio de comunión […]” (Ecco 35, 1). 

Así comenzaba la primera lectura de hoy. Cuando el libro del Eclesiástico habla de “Ley”, por supuesto, se refiere a las “palabras” que Dios regaló a su pueblo en el Sinaí a través de Moisés, sintetizadas en aquellas “Diez palabras” que tan bien conocemos. 

Pero, orando por la Patria Argentina este 25 de mayo, podemos dejarnos iluminar por esta invitación del sabio de Israel. Iluminar nuestra conciencia, nuestra conducta y también nuestra vida ciudadana como pueblo. 

Mucho se ha dicho y escrito sobre el poco apego que los argentinos tenemos a la ley. A este defecto -grave, por cierto- se lo denomina: “anomia”; es decir, negación de la ley. 

Lo ilustra muy bien el dicho popular: “Hecha la ley, hecha la trampa”. Solemos evocarlo para señalar cómo los pícaros saben sortear el límite de la ley, ufanándose de ese logro. Es la famosa “viveza criolla”. 

Este modo de hablar es muy injusto y cargado de prejuicios: en realidad, el desapego a leyes, normas y regulaciones desborda ampliamente cualquier caracterización de raza, condición social o incluso educación superior. Otro dicho popular puede venir en nuestra ayuda: “ladrones de guante blanco”: gente educada, incluso con acceso a muchos bienes, sin embargo, elige la corrupción. 

Por eso, observando el enorme esfuerzo que nuestro pueblo viene haciendo desde que comenzó la pandemia, este juicio negativo, al menos en mi caso, tiene que ser matizado; tal vez, hasta rebatido. 

Permítanme afirmar, con emoción ciudadana, que en la mayoría de los argentinos habita una real pasión por el bien común; es decir, por ese trabajo silencioso, cotidiano y tremendamente paciente de generar las condiciones para que cada persona, cada familia y pueblo alcancen su desarrollo y perfección. 

En su encíclica Laudato Si’, el papa Francisco ha hecho dos aportes fundamentales a la noción de bien común. Este implica, por un lado, el cuidado de la casa común: nuestra tierra, el ambiente, el clima, la ecología humana. Por otro, el trabajo por el bien común incluye a las futuras generaciones: implica soñar el futuro, incluso si eso significa sacrificios en el presente cuyos frutos serán recogidos por quienes vengan detrás.

En este día de la Patria, no nos dejemos ganar por la amargura que nubla la mirada, por la desesperanza o la presunción que hieren desde dentro a la esperanza. 

No es realismo ser pesimista, amargado o confundir espíritu crítico con el conformismo de quien critica todo sin dejar abierta ninguna puerta a la esperanza. 

Volvamos al fragmento del libro del Eclesiástico que acabamos de escuchar. Prestemos atención a este acento, típicamente bíblico y cristiano: escuchar y poner en práctica la Ley que Dios nos ha regalado es, en definitiva, el culto que Él espera de nosotros; el culto de la vida que le da sentido al culto litúrgico que realizamos. 

“La manera de agradar al Señor es apartarse del mal, y apartarse de la injusticia es un sacrificio de expiación. […] Da siempre con el rostro radiante y consagra el diezmo con alegría.” (Ecco 35, 3.8).

Dios quiere nuestro corazón más que nuestras ofrendas externas. Quiere que nuestra vida se transfigure con el fuego de su Espíritu para que podamos experimentar su misma alegría de vivir en la verdad. 

Esa es la belleza de la vida que Jesús nos ha traído y que su Espíritu incesantemente anima, inspira y mueve desde dentro de los corazones. 

Ese “fuego sagrado” esta ardiendo en nuestra Patria Argentina desde que el Evangelio de Cristo resonó en nuestra tierra. Y no deja de dar frutos. 

Miremos, si no, lo que de más hondo está ocurriendo en nuestras comunidades cristianas, especialmente en este tiempo de pandemia, de confinamiento y de restricciones. 

Es cierto que, en tiempos más o menos prolongados, los templos argentinos han estado cerrados. Pero la Iglesia, la verdadera Iglesia del Señor, la que crece en los corazones, la que el Espíritu edifica con las piedras vivas que somos nosotros; esa Iglesia está viva, despierta, activa y, como siempre, es misionera…

¿Cuál es el aporte de los cristianos a la construcción, nunca acabada, por cierto, de una Patria de hermanos?

Ante todo, la radicalidad de nuestra vivencia del Evangelio. No hay mejor servicio a la Patria para un cristiano que vivir su fe con alegría, convicción y coherencia. 

A eso, yo añadiría dos objetivos más: en primer lugar, trabajar más intensamente por la convivencia fraterna entre todos los argentinos. Esa herida abierta que solemos llamar “grieta” también está presente dentro de nuestras comunidades cristianas. Pues bien, el Evangelio tiene todo para que demos testimonio elocuente de que las desavenencias pueden ser vividas de un modo distinto. Se trata de tratarnos como hermanos y hermanas, aunque, lógicamente, no tengamos la misma mirada sobre aspectos que son contingentes y opinables. 

En segundo lugar, los católicos estamos desafiados a profundizar nuestro compromiso con la democracia; o, mejor, con un modelo de democracia que exprese nuestra cultura, nuestra riqueza y pluralidad. Nos orienta el rico magisterio de nuestra Iglesia: desde “Iglesia y comunidad nacional” del Episcopado Argentino, con los dos documentos del bicentenario; hasta los grandes pronunciamientos de los Papas, especialmente la gran encíclica Centessimus annus de san Juan Pablo II y, más recientemente, Laudato Si’ y Fratelli tutti de nuestro querido Papa Francisco. 

¡Soñemos juntos entonces una Argentina luminosa! ¡Soñemos pensando en las nuevas generaciones que están creciendo o que vendrán! 

Patria es la tierra de los padres, de nuestros hijos y nietos. 

Que la Virgencita de Luján nos siga inspirando y bendiciendo. 

Amén. 

Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco