Queridas hermanas y hermanos:
En medio de mucho dolor, por el aumento de los contagios de esta pandemia que suscita divisiones y conflictos, grupos enfrentados, y que se viva en stress y tensión… no tiene que sorprendernos o asustarnos, y menos aún angustiarnos o confundirnos. La vida cotidiana en el mundo y en la Iglesia, pone a prueba nuestra fe cristiana.
Lo acabamos de escuchar en la Palabra de Dios recién proclamada en la Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra la Vida de la Iglesia en los primeros tiempos, en los orígenes cristianos.
El Misterio Pascual de Cristo Resucitado ya “Vivo” en el corazón de los Apóstoles, lo primero que hace es “convocar a los “discípulos” y dialogar con todos, poniendo la primacía de la Palabra de Dios y la oración como les había enseñado Jesús.
Paso siguiente: llamando a la reflexión, invitan a todos los fieles a que puedan participar con un corazón abierto, haciendo el “encuentro” que es capaz de disponer los corazones para descubrir las maravillas que obra la Resurrección de Jesucristo, y así la presencia del Espíritu Santo que hace la Unidad y la Comunión, suscitando en la Iglesia el Diaconado, que estamos celebrando esta noche aquí en Ataliva, con la Ordenación Diaconal de Daniel Silvestroni, miembro de esta comunidad.
Las comunidades queridos hermanos, están constituidas por muchas personas y como nos dijo en la Segunda Lectura el apóstol San Pablo, “todos nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo, todos somos miembros los unos de los otros, conforme a la Gracia que se nos ha dado”, todos tenemos aptitudes diferentes. Por eso querido Daniel, lo que hoy recibís por la imposición de manos del Obispo no es para distinguirte o ser distinto a todo el Pueblo de Dios, al contrario, es para que al estilo de Jesús, Diácono del Padre, puedas identificarte cada día más con Su Pueblo, como se identificó Cristo haciéndose hombre verdadero y asumiendo el dolor y el pecado humano, igualándose y ofreciéndose en servicio a toda la humanidad, entregando Su Vida.
Dijo recién el apóstol que “el que tenga el don del ministerio, que sirva, y el que practique la misericordia, que lo haga con alegría”. Esto es lo que ha de distinguirte en la comunidad, Misericordiar con alegría.
Cristo hoy, al recibir el “Diaconado permanente”, te entrega el “poder” (como un don) para que puedas ser ese grano de trigo que cae en la tierra y muere, para que tu Ministerio Diaconal pueda dar mucho fruto.
Antes que nada, unido a la Cruz de Cristo hay que saber morir: morir a nuestros propios intereses, no hacer lo que a mí me gusta o tengo ganas; morir a “cortarme solo” ó a creerme más que los demás; morir al aislamiento y a ser un “funcionario”; morir a la tentación del poder de este mundo y a todo tipo de clericalismo de imposición, huir de toda autorreferencialidad.
Solamente muriendo al triunfalismo, a la conquista altanera de llevarnos todo por delante, como autómatas y dueños de la gente, devotos de ideologías o teorías profanas, se logra sencillez y humildad, pobreza y entrega que nacen de la vida de Jesús y el Evangelio. Así será tu nueva existencia, unido a tu querida familia junto a tu esposa e hijo y a toda la gran familia de la comunidad, un testigo alegre y auténtico como te hace hoy la Iglesia en esta nueva Misión de servicio.
Nos lo ha dicho recién el Señor en el Evangelio, y en especial te lo dice hoy a vos querido Daniel: “El que ama su vida la perderá, pero el que odia su vida en este mundo, la conservará para la Vida Eterna”. “El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté estará también mi servidor. El que quiera servirme será honrado por mi Padre”.
Seguilo, buscalo y encontralo: Seguilo unido a la Iglesia, unido a los sacerdotes, a los laicos y al Obispo; búscalo en tu pueblo, entre tu gente, en los niños y catequistas, entre los enfermos y pobres, dentro de las instituciones y áreas pastorales de la Iglesia, pero también fuera de la Iglesia, entre los que piensan distinto o practican otras religiones, en tu trabajo profesional en la Comuna, ten siempre esa mirada amplia y evangelizadora como Jesús, deseando con todo tu corazón que todos se salven y quieran sentirse invitados a participar de una humanidad nueva, nacida en la misericordia infinita del Padre; y así todos, queridos hermanos, seremos “honrados por nuestro Padre del Cielo”.
Querido Daniel: Buscas y quieres entregar tu vida a Dios, por ello te recuerdo lo que predicaba San Agustín, gran padre de la Iglesia en el siglo IV:
“¿Quieres alabar a Dios? Vive de acuerdo con lo que pronuncian tus labios y entonces vos mismo serás la mejor alabanza que puedas tributarle, si es buena tu conducta”.
¡AVE MARÍA PURÍSIMA!
¡SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS!
Mons. Luis Alberto Fernández, obispo de Rafaela