Queridos hermanos sacerdotes y quienes participan en esta celebración:
Nos hemos congregado para celebrar la Misa donde se bendecirán los nuevos óleos con los que serán ungidos los catecúmenos, los nuevos bautizados y los enfermos, y en la que todos los sacerdotes renovarán las promesas hechas el día de la ordenación, para algunos hace muchos años y para otros no tanto. Tendremos presente a todos los presbíteros que por algún motivo no pueden estar físicamente hoy con nosotros.
Igual que el año pasado, nos encontramos condicionados por la pandemia, sin embargo, demos gracias a Dios que podemos estar en torno al altar que nos visibiliza a Jesucristo, roca sobre la cual construimos nuestra fraternidad cristiana y sacerdotal.
Agradezco a todos los que se llegaron hasta esta catedral basílica y santuario de nuestra Señora del Valle, y a todos los que nos siguen por los medios masivos de comunicación. De corazón, les ruego, que no dejen de rezar por cada uno de nosotros, para que seamos fieles al llamado recibido y a la misión confiada, por medio de una vida coherente, santa y ejemplar.
El escritor ruso León Tolstoi cuenta que había un rey severo que pidió a sus sacerdotes y sabios que le mostraran a Dios para poder verlo. Éstos no fueron capaces de cumplir ese deseo. Entonces un pastor, que volvía del campo, se ofreció para satisfacer el pedido del rey. Éste dijo al rey que sus ojos no estaban capacitados para ver a Dios. Entonces el rey quiso saber al menos qué es lo que hacía Dios… "Para responder a esta pregunta –dijo el pastor al rey– debemos intercambiarnos nuestros vestidos". Con cierto recelo, pero impulsado por la curiosidad para conocer la información esperada, el rey accedió y entregó sus vestiduras reales al pastor y él se vistió con la ropa sencilla de ese pobre hombre. En ese momento recibió como respuesta: "Esto es lo que hace Dios"… En efecto, el Hijo de Dios, que es verdadero Dios, renunció a su esplendor divino: "Se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y muerte de cruz" (Flp 2,6 ss). Como dicen los santos Padres, Dios realizó el sagrado intercambio: asumió lo que era nuestro, para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo: ser semejantes a Él. Esto es lo que celebraremos en estos días del Triduo Pascual.
Por todos debería ser sabido que existe una relación única entre el Sacramento del Orden que hemos recibido los sacerdotes y la Santísima Eucaristía, que se desprende de las palabras de Jesús en el Cenáculo: «Hagan esto en conmemoración mía» (Lc 22,19). Y, allí mismo instituyó la Eucaristía y el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2,2; 4,10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir «esto es mi cuerpo» y «éste es el cáliz de mi sangre» si no es en el nombre y en la persona de “Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza” (cf. Hb 8-9). Esta vinculación se hace presente y visible en la Misa presidida por el Obispo o el presbítero, en la persona de Cristo cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia.
La celebración de la Santa Misa, hermanos, es el principal oficio y la primera necesidad que todo sacerdote tiene para con él mismo y para con la Iglesia, y la más alta forma de servir a la comunidad, en la fe, la esperanza y la caridad. El paso del tiempo en el servicio del altar y la madurez en la vocación recibida, debe hacernos saborear cada vez con mayor gusto este don del sacerdocio que está directamente relacionado con la celebración de la Eucaristía. Por eso, san Juan Pablo II afirmaba con emoción que “la respuesta a este don del sacerdocio no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor sin reservas… La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida consiste, no sólo en impedir que ese amor se debilite o se apague (cf. Ap. 2,4), sino principalmente en avivarlo, en hacer que crezca más cada día. Cristo inmolado en la Cruz nos da la medida de esa entrega, ya que nos habla de amor obediente al Padre para la salvación de todos (cf. Flp 2,6 ss)…Un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística, sobre todo su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril, Misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y no amada, sacerdocio en peligro y desfalleciente" (Al clero italiano, 16-2-1984).
Sí, queridos hermanos sacerdotes, tenemos que convencernos que nuestro ministerio va dirigido a rescatar a los hombres del "poder de las tinieblas" y a trasladarlos al "Reino de su Hijo querido", mediante "la redención y el perdón de los pecados" (cf.Col 1,13-14).
Las lecturas que acabamos de escuchar apuntan a lo más íntimo de nuestro ser y quehacer sacerdotal, porque “el Señor nos ha ungido y nos ha enviado a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor, a consolar a todos los que están de duelo, a cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría y su abatimiento por un canto de alabanza” (Is 61,1-3).
Nosotros no sólo nos llamamos, sino que somos “Sacerdotes del Señor y Ministros de nuestro Dios” (cf. Is 61,6). Por tanto, vivamos de tal manera que de verdad la gente reconozca con gratitud que somos “la estirpe bendecida por el Señor” (cf. Is 61,9), y puedan alabar a Dios con el salmista, diciendo: “Encontré a Juan, a Julio, a Luis, a José, a Héctor, a Carlos, etc., mi servidor, y lo ungí con el óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga poderoso. Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, su poder crecerá a causa de mi Nombre: Él me dirá: «Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora»” (Sal 88,21-22.25.27).
Sí, hermanos sacerdotes, nosotros somos ‘sacerdotes’ y ‘ministros’ de “Jesucristo, el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra, el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso…Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre” (cf.Ap 1,5-6.8).
Por todo lo dicho, sin duda, al igual que en la sinagoga de Nazaret, “hoy, se están cumpliendo estos pasajes de la Escritura que acabamos de escuchar” (cf. Lc 4,21).
De corazón les pido que sigan siendo creativos y empeñosos en la atención de sus comunidades, no disminuyendo en la calidad del servicio, sino mejorándolo con el uso de las herramientas digitales y valiéndose de las redes sociales, para encarnar los valores del Reino de Dios en la vida de nuestros niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. Cuiden a sus catequistas, anímenlos, fórmenlos para que conduzcan con su sabiduría y ejemplo de vida a todos sus hermanos por el nunca terminado itinerario catequístico, desde la infancia hasta la edad adulta. Consoliden el servicio de Cáritas, tan propio de la vida de todo bautizado que se precie de tal. Al igual esmérense por darle esplendor y significancia a la Liturgia Eucarística y Sacramental formando a los fieles en esta área de la vida cristiana, a fin de que “su participación en ella sea consciente, activa y fructuosa” (S.C. 1 1), para ello constituyan, como verdaderos liturgos de la comunidad, el equipo de liturgia parroquial para que se ocupe de formar a los hermanos en el aprecio de la liturgia, y prepare y anime las celebraciones.
Los desafíos hodiernos han afectado de tal manera la cultura, que nos exigen rápidos y profundos análisis para dar respuestas acordes y efectivas a los cambios profundos que se están dando al margen de las enseñanzas divinas, más aún, en clara oposición y contraste con ellas, como son la ideología de género, el feminismo ateo, el constructivismo, el aborto, la anticoncepción, la eutanasia, el desprecio por la vida, los abusos de todo tipo, la violencia, la corrupción, el estractivismo, el relativismo, la trata de personas, las adicciones, el materialismo, el inmanentismo, el consumismo, el hedonismo, el narcicismo, el economicismo, el anticatolicismo y la a-religiosidad.
Es por ello que encomiendo a la oración y al discernimiento de cada uno de ustedes la preparación de una gran Asamblea diocesana para inicios del año 2022. Por favor, consoliden o constituyan los consejos de pastoral y económico, herramienta imprescindible para trabajar sinodalmente, como nos lo pide el Papa Francisco. El gran desafío pastoral desde el concilio Vaticano II es la participación de todos los bautizados en la Misión “de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (E.N. 19).
Pido a los señores decanos que me ayuden en la preparación de este evento para que programemos esta década animando la Misión Diocesana Permanente según el espíritu y las indicaciones de la V Conferencia del episcopado Latinoamericano, celebrado en Aparecida (13 al 31-5- 2007), en el 2007, año de mi llegada a Catamarca.
A cada párroco, otros sacerdotes y miembros de la vida consagrada animen con ganas el camino que haremos este año para culminar en un gran encuentro fraterno con el que nos alegremos y agradezcamos de ser una Iglesia Particular desde hace 111 años y que nos programemos para los próximos años, respondiendo con fidelidad a la tarea que nos encomendó el Señor de la Vida y de la Historia.
San José y Nuestra Madre del Valle nos alcancen las gracias que precisamos para continuar nuestra marcha y superar los obstáculos de cada día. ¡Paz y Bien!
Mons. Luis Urbanc, obispo de Catamarca