CONMEMORACIÓN DE LA ENTRADA DEL SEÑOR EN JERUSALÉN
Mc 11,1-11
“Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo… Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó”.
Jesús entró en Jerusalén montado sobre un asno… y esto sucedió, según lo explica San Mateo (21,4), para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta (Zac 9,9):
Digan a la hija de Sion;
Mira que tu rey viene hacia ti,
Humilde y montado sobre un asna,
Sobre la cría de un animal de carga.
Este texto del profeta Zacarías parece contradecir los datos de la historia que afirman que cuando los pueblos, también el pueblo de Israel, esperaban a un rey, aguardaban el ingreso del mismo montado en caballo, signo de su poder y esplendor. Jesús, en cambio, llega montado en un asno, en un burro.
La Sagrada Escritura habla en varias oportunidades del asno. El asno es un animal trabajador, manso, pacífico. Es símbolo no de la fuerza sino del servicio, del que pone su propia vida a disposición de los demás.
El caballo, en cambio, es signo de la fuerza, del dominio, del poder, de la prepotencia. Aún entre nosotros se suele usar una expresión que se orienta en este sentido: cuando alguien quiere demostrar su poder e intimidar al otro, se dice que “le tira el caballo encima”.
Contemplando a Jesús, nuestro Rey, que llega a Jerusalén como un Rey que inicia un tiempo nuevo fundado no en el poder sino en el servicio, estamos llamados a descubrir que dentro de nosotros están el caballo y el burrito. ¿Quién domina en nuestro interior, el caballo o el burrito? ¿Aceptamos la propuesta de Jesús, que nos invita a hacer de nuestras vidas un servicio a los demás?
Hace dos días se realizó una entrevista a un médico de nuestra ciudad de Salta que se viralizó en nuestro país y cuyo contenido pone en evidencia la profunda hipocresía que atraviesa la cultura de la muerte que crece aceleradamente también en nuestro país. De ello es muestra cualificada la falaz ley del aborto aprobada para ganar votos cuyas consecuencias destructoras ya se manifiestan.
El Jefe del Hospital Materno Infantil informaba que desde la aprobación de la ley se han realizado 42 intervenciones del dicho hospital y 110 en los centros del área de influencia del mismo nosocomio.
Según su informe, los pedidos presentados exceden lo prescripto por la Ley que aún no ha sido regulada. Esa falta de regulación, de hecho, legaliza el aborto prácticamente hasta el último día del embarazo. La práctica dice que la ley del aborto habilita el aborto legal a lo largo de todo el embarazo en las causales de violación o de riesgo para la vida o la salud de la madre, entendiendo por salud la física, psíquica o social. De este modo se presenta un horizonte indefinido a favor de la muerte.
Ya pidieron aborto embarazadas de 38 semanas. Esto significa extraer un niño o niña con vida y matarlo. ¿Quién puede hacerlo si tiene un mínimo de conciencia de su misión al servicio de la vida humana? ¿Puede una ley humana imponerse sobre el precepto natural que dice: no matarás?
Abortar después de la 11ª semana es romper un niñito que ya va formando su sistema óseo, quebrarlo para que se muera. Un legrado se convierte en una Gillette que corta con el riesgo de dejar a la mujer imposibilitada para ser madre en el futuro. Este es el panorama.
Estas afirmaciones que se deducen de lo que el médico manifestó y nos invitan a preguntarnos:
¿Qué juicio podemos hacer acerca de quienes aprobaron la ley hablando de “fenómeno” o “larva” o “amasijo de células” al describir al niño en el vientre de su madre?
¿Puede un ciudadano honesto, un católico consciente, no tener en cuenta esta terrible realidad al emitir su voto que ha de elegir sus autoridades?
¿Pueden las autoridades de cada uno de los poderes del Estado seguir ignorando las terribles consecuencias de una falaz ley inicua?
Las consecuencias se están poniendo en evidencia. En efecto,
Vamos a renovar la entrada de Jesús en Jerusalén. Pongamos sobre el asno que lo conduce nuestras mantas, es decir, nuestras personas. Pongamos de modo especial la sociedad argentina, elijamos el Reino nuevo que ÉL nos trae, reino de servicio, de justicia y de paz. Tomemos en serio las exigencias de nuestro bautismo, de nuestra identidad cristiana y seamos consecuentes en nuestro compromiso ciudadano; ¡Señor Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo! Amén.
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
Textos bíblicos: Is 50,4-7 | Sal 21,8-9. 17-18ª. 19-20. 23-24 |
Fil 2,6-11 | Mc 14,1-15,47
Queridos hermanos:
Hemos escuchado el relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según narra el Evangelio de San Marcos. Es el texto más antiguo de los cuatro evangelistas, el más cercano al texto más aún antiguo, que, según muchos exégetas en la actualidad, escuchaban los cristianos de la primera época y que fue escrito pocos años después de los acontecimientos aquí relatados.
La narración es sobria, condensada, incisiva como lo es todo el Evangelio de Marcos. Los acontecimientos hablan por sí mismos. Intentaremos, brevemente, destacar algunos rasgos que sobresalen en Marcos para acompañar nuestro camino de fe que nos lleva a descubrir en el hombre Jesús, al Hijo de Dios. Luego, cada uno está invitado a leer el texto en su casa para que le hable el Espíritu y resplandezca el rostro de Jesús para cada uno y en el rostro de Jesús, el rostro del Padre. Lo haremos en siete momentos:
Primero, Marcos destaca los rasgos humanos de Jesús. En el texto del Evangelio, cuando narra la oración en el huerto, se destacan los rasgos humanos de Jesús, quien aparece lleno de temor, triste: “Mi alma está entristecida”. ¿Cómo enfrenta Jesús su temor, su tristeza? Lo hace rezando a su Padre, a quien trata de Abba, Papá o Pa como dicen los chicos o como dice un niño cuando está aprendiendo a hablar y balbucea y solo la sale: Pa. Así lo trata Jesús. El dolor nos vuelve a la niñez y en la niñez aparece el sostén, que es el Padre. Jesús se remite a su Padre Dios, con Él conversa, lo llama: “Papá”
Segundo, Jesús no reacciona frente a Judas que lo besa –en la escena del Huerto-. Otros evangelistas sí ponen una respuesta en boca de Jesús, en Marcos no. Judas lo besa y Jesús no dice nada. Tampoco reacciona ante quien toma la espada, sí se dirige a la multitud para decirle que “han venido con espadas y palos como si fuera un malhechor”. Pero Jesús no se rebela, es necesario que se cumpla la Escritura. Jesús es manso, está desarmado y eso provoca que todos se vayan y fuera abandonado.
Tercero, el silencio de Jesús a lo largo de la Pasión desde el Huerto en adelante. Sólo dice “Sí, yo lo soy. Y ustedes verán al Hijo del hombre…”, respondiendo al Sumo Sacerdote, pero domina el silencio de su parte ante otras preguntas, ante los golpes, frente a la humillación. Es un silencio no cobarde. Él se muestra fuerte aguantando todo. Es un silencio que cuida la justicia y la verdad. No se defiende desde la venganza, sino que espera la reacción posterior de cada uno de los que lo han agredido. Es un silencio que proclamando la justicia y la verdad llama a la conversión. Es el silencio de Dios muchas veces en nuestra vida, pero es un silencio que habla y grita porque nos interpela.
Cuarto, la soledad de Jesús. Progresivamente lo van abandonando todos y queda solo. Está solo frente a la mentira la humillación. Escuchaba recién la escena cuando se juntan los soldados para humillarlo, para reírse de Él, para burlarse sarcásticamente y con violencia; ellos le arrancan la ropa pegada por la sangre, le ponen y le sacan el manto, lo golpean y ahí está… solo y abandonado hasta llegar a la Cruz. Encima la gente pasa y se le mofa. Es la muerte de un esclavo y ¿Qué puede valer un esclavo? Y en la soledad absoluta que alcanza el punto máximo en la muerte, emerge, en quinto lugar, la profesión de fe del Centurión, que es un pagano, no es miembro del pueblo de Dios, y es él quien dice: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”.
Recién entonces Marcos, llegando al punto más alto de su Evangelio, pone en boca de un pagano la profesión de fe. Él empieza el Evangelio diciendo: “Evangelio de Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios” y la profesión de fe se da aquí, cuando se ha tocado fondo y la experiencia de la humanidad de Jesús es evidente. Despojado, humillado, aniquilado, excluido siendo un esclavo. Ahí, cuando el amor ya no tiene ningún cuestionamiento y ha dado todo por nosotros, cuando no queda duda, será un pagano el que dirá: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.
Jesús está sumido en la soledad. Cuando vivimos la experiencia de la fragilidad de nuestra condición humana y a veces en lo profundo de nuestra miseria (me atrevería a decir que cuando tocamos fondo por nuestros pecados), si nos abrimos al Señor, podemos proclamar que Jesús es el Hijo de Dios, el Rostro del Padre. A veces queremos encontrar a Dios en el triunfo, y en no pocas oportunidades tenemos que tocar fondo para encontrar a Dios. A eso estamos invitados en la Semana Santa, para descubrir en el Hijo de Dios y hermano de los hombres, el rostro del Padre.
Inmediatamente señala el Evangelio, que el velo del templo se rasgó. El velo separaba el Santo del Santo de los Santos, a donde nadie podía entrar sino era el Sumo Sacerdote. Se abrieron las puertas para toda la humanidad, por eso es un pagano el que profesa la fe, esa que nosotros manifestamos cuando rezamos el Credo, especialmente en nuestras celebraciones de domingo. Todos estamos llamados, la Iglesia no puede no ser misionera. Ahí en la Cruz está la fuente de la misión, porque el amor es incuestionable, no tiene medida, es infinito y nace en el corazón mismo de Cristo.
Por último, el Evangelio destaca el gesto audaz de José de Arimatea, corajudo, ya que no es fácil ir ante aquel que lo ha condenado y pedirle el cuerpo de Jesús. Y José de Arimatea tiene coraje, que brota del amor contemplado y experimentado. Es el coraje que necesitamos nosotros los cristianos y que estamos llamados a experimentar en la contemplación de Cristo que nos ama hasta dar la vida por nosotros.
Un himno del Oficio de Lecturas de Cuaresma describe los sufrimientos humanos de los que dice: “efectos son, Señor de mis pecados, de que me han de librar esos tus brazos/ que para recibirme están abiertos/ y por no castigarme están clavados”. En esta Semana Santa démonos tiempo para poder rezar y acercarnos a Jesús, al amor sin medida.
Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta